Isabella yacía bajo la colcha, agradeciendo la calidez del fuego. Eso prestaba a la habitación una sensación de seguridad. Observó a Nicolai encender el candelabro sobre el mantel; observó la forma en que sus músculos se movían y flexionaban bajo la camisa. No había comprendido lo fría que estaba hasta que se vistió para dormir. Demasiado consciente de la intención de Nicolai de compartir su dormitorio, había vestido ropa íntima fina y la encontraba menos que satisfactoria para mantenerla caliente. El encaje abrazaba sus pechos y reptaba sobre su cintura y caderas, aferrándose pecaminosamente a cada curva. Estremeciéndose, casi lo cambió por un vestido más cálido, pero era sensualmente demasiado hermoso como para resistirse.
Por primera vez estaba confusa, incluso avergonzada, por su caprichoso comportamiento con Nicolai. Había estado tan asustada, sabiendo que estaba siendo acechada por un león. Después se había sentido tan aliviada de verle, de saber que él no era el depredador. Después… se mordió el labio inferior y giró la cara en la almohada de plumas. Había estado fuera de control, deseándole con cada fibra de su ser, deseando su posesión para alejar todo pensamiento, dejando solo sensaciones. Las cosas que habían hecho juntos… Se preguntaba si eso significaba que era malvada más allá de toda redención. Deseó que su madre estuviera viva para aconsejarla. No tenía a nadie a quién recurrir. Nadie aparte de Nicolai.
Nicolai había encendido el fuego él mismo, arreglando que llevaran té caliente y galletas, y había llamado a sus sirvientes de mayor confianza, Betto y Sarina, instruyéndoles de que alguien tenía que estar vigilando a Isabella todo el tiempo cuando se moviera por el palazzo . Eso debería haberla molestado, pero la hacía sentir apreciada. Él había ido, por supuesto, a sus propias habitaciones, pero había utilizado el pasadizo oculto para volver a su dormitorio en el momento en que el castello se aposentó para la noche.
Nicolai bajó la mirada a la pálida cara de ella, a las sombras que su valle, su gente, incluso él, habían puesto en las profundidades de sus ojos. Incapaz de evitar tocarla, alisó hacia atrás su pelo con dedos gentiles.
– Sé que este ha sido un día difícil para ti. Solo quiero abrazarte, piccola , abrazarte cerca de mí y consolarte.
Ella se giró para yacer sobre la espalda y levantar la mirada a su amada cara, bebiendo cada detalle, cada línea. Adoraba mirarle. Su pelo salvaje y sus inusuales ojos. Sus amplios hombros y largo y musculoso cuerpo. Incluso las cicatrices de su cara parecían encajar, dándole una aura misteriosa y peligrosa.
Era enormemente fuerte, aunque su tacto sobre la piel podía ser increíblemente gentil. Sus ojos podían brillar con feroz posesividad, arder de deseo, o ser tan fríos como el hielo, pero una pura necesidad podía de repente arrastrarse hasta su mirada. Exudaba confianza, un hombre nacido para el poder, pero a veces la vulnerabilidad se tallaba en cada línea de su cara. Podía dejarla débil de deseo con una sola mirada; otra mirada podría dejarla luchando por controlar su genio. Nicolai DeMarco era un hombre que necesitaba una mujer que le amara. Y que Dios la ayudara, esa era ella.
No podía resistirse a él. No podía resistir su necesidad de ella, su hambre elemental de ella. Una parte de ella quería esconderse, huir lejos de todo lo que había ocurrido entre ellos. Otra parte deseaba consuelo, deseaba ser sostenida entre sus brazos, cerca de su cuerpo. No dijo nada en absoluto, solo observó como él se desvestía resueltamente, completamente a gusto con su desnudez. La decencia dictaba que ella apartara la mirada, que no le mirara fijamente con tanta hambre, pero era imposible, y profundamente en su interior revolotearon mariposas y se extendió una calidez.
Nicolai alzó la colcha y se deslizó junto a ella.
– Sé que estás cansada, cara mia. Lo veo en tus ojos, y quiero que duermas. Solo quiero mantenerte cerca. Eres tan suave y cálida, y te siento tan bien entre mis brazos. – Su voz era el susurro de un hechicero en el oído. Su aliento era una cálida invitación. La empujó más cerca y la encajó firmemente en la curva de su cuerpo. Todo se sentía demasiado íntimo allí a la luz de la oscilante vela con el recuerdo de su reciente y caprichosa pasión todavía ardiendo en su mente.
Isabella cerró los ojos para bloquear la visión de él, pero era imposible bloquear la fragancia masculina, la sensación de los duros músculos impresos sobre su cuerpo. Los brazos de él se arrastraron alrededor de su cintura, las manos se cerraron bajo sus pechos. Fue agudamente consciente de la forma en que los dedos de él se movían, buscando su piel bajo el encaje del camisón. Sentía ardiente la piel y sus pechos estaba llenos y doloridos por su tacto.
Yacieron algún tiempo en silencio, con solo el fuego crepitando y saltando y las llamas vacilantes de las velas lanzando figuras danzantes sobre la pared. Sintiéndose protegida y apreciada, Isabella se acurrucó más contra su sólida forma.
Nicolai presionó la boca contra la nuca de ella, después sintió su erección hincharse y endurecerse contra su cuerpo. Él dejó que ocurriera, savoreando su necesidad de ella, decidido a dejarla descansar. Podía tenerla una y otra vez. Compartir su cama. Su cuerpo. Sus pensamientos. Su corazón y alma. Tocarla sería suficiente por ahora. Savorearla. Saber que estaba en la cama junto a él, que el cuerpo de ella anhelaba suyo con la misma hambre que él sentía. Movió una mano hacia arriba hacia el pecho para acunar la calidez. Carne suave llenó su palma. Su pulgar acarició perezosamente el pezón a través del delicado encaje.
Isabella se movió inquietamente.
– ¿Cómo se supone que voy a dormir'? -Su voz sostenía una nota suave y sensual, un dejo de risa, y ninguna reprimenda.
Él alzó la cabeza para frotar la nariz en el valle entre sus pechos, su lengua se deslizó sobre la piel, sus manos empujaron cuidadosamente a un lado el encaje.
– Tú duerme y sueña conmigo. Llévame contigo a donde quiera que vayas, belleza. Lleva contigo la sensación de mis manos y mi boca para que nadie se atreva a entrar a escondidas y perturbar tus sueños-. Su lengua dio un golpecito en un pezón, una vez, dos, su mano amasó con exquisita gentileza. Bajó la cabeza y la introdujo en su ardiente boca.
Una ráfaga de calor la consumió, y sus piernas se movieron inquietamente. Sus brazos le rodearon la cabeza para atraerle hacia ella. Nicolai succionó allí, una mano deslizándose hacia abajo por la espalda para presionarla contra la dolorosa erección, manteniéndola allí. Despues, mientras tiraba con fuerza del pecho, su mano se deslizó más abajo, tirando poco a poco del ruedo del vestido hacia arriba sobre el triángulo de apretados rizos.
El cuerpo de Isabella se tensó firmemente, el dulce dolor se convirtió en urgente y exigente. Movió las caderas, pero la mano de él presionaba contra su húmedo montículo y la mantenía inmóvil.
– Solo deja que ocurra lentamente, piccola. No hay necesidad de apresurarse. Deja que ocurra-. Le rodeó el pezón con la lengua, y volvió a succionar.
Isabella era agudamente consciente de la mano en movimiento, deslizándose sobre ella, en ella, cogiendo el ritmo de su boca. Sus dedos eran hábiles, acariciándola, desapareciendo profundamente en su interior, estirándola, explorando, encontrando de nuevo sus muslos. De repente su cuerpo se estremeció de placer. Fue casi más de lo que podía soportar.
Nicolai levantó bruscamente la cabeza de la tentación de sus pechos. Isabella oyó el gruñido ronco de un león cerca. Le observó girar la cabeza en una dirección, después en otra, como si escuchara. La sedosa caída del largo cabello le rozó la piel, enviando llamas que lamieron a lo largo de sus terminaciones nerviosas. Se estremeció bajo la acometida. Los dedos de él estaban profundamente en su interior, dejando pequeñas caricias haciendo que oleadas de fuego parecieran ondear sobre ella, a través de ella.
Nicolai presionó su frente contra la de ella.
– Lo siento. En serio solo pretendía abrazarte, no hacer que te doliera. Te lo juro, volveré.- A regañadientes retiró sus dedos de ella-. Se aproximan intrusos al paso. Debo ir.
Su cuerpo suplicaba alivio, pero asintió hacia él, consciente de la angustia de sus ojos, consciente de que él quería abrazarla y consolarla, consciente de que había pretendido amarla lenta y concienzudamente. Abrazó el conocimiento y asintió de nuevo.
– Ve a donde necesites ir, Nicolai. -Le necesitaba. Isabella apretó los puños a los costados y mantuvo su expresión cuidadosamente en blanco.
Nicolai la besó de nuevo, después reluctantemente se puso su ropa con facilidad veloz y fluída.
– Volveré, Isabella -Dudó un momento, buscando algo que decir que aliviara el dejarla, pero no le vino nada a la mente. Agradeció a la buena Madonna que ella no llorara o implorara, habría odiado eso. Aunque parecía tan sola y vulnerable, eso le carcomía las entrañas. – Ti amo -Las palabras se escaparon antes de poder detenerlas, directamente de su alma. Se giró y salió de la habitación por medio del pasadizo oculto, cuidando de la reputación de ella incluso con los leones convocándole.
Con un gemido, Isabella enterró la cara en la almohada y solo respiró. Su cuerpo estaba ardiendo, su corazón se sentía magullado, y la confusión reinaba en su mente. Pero él había dicho que la amaba. Se abrigó en esas palabras, en el sonido de su voz, armadura que la escudaba de sus propios miedos.
Un pequeño sonido la alertó, y miró hacia el pasadizo, frunciendo el ceño, ciertamente él no podía haber vuelto tan rápidamente.
Francesca asomó por el umbral del pasadizo, con una ceja alzada, su traviesa sonrisa apostando.
– Creí que nunca se marcharía. He estaba temblando en el pasadizo. Está muy frío ahí dentro. Tuve que ocultarme a la vuelta de una esquina cuando él salió. Estaba esperando para hablar contigo -En el ondeo de la chimenea, parecía una niña joven y fantasiosa. Se puso de puntillas en el centro de la habitación. ¿Así que, adónde fue?
– Creo que oyó algo rondando cerca y fue a inspeccionar. -Improvisó Isabella, segura de que Nicolai no querría que repitiera la verdad. Se sentó, arrastrando la colcha hacia arriba, con una sonrisa en la cara-. Desapareces tan rápido, Francesca, nunca te puedo encontrar.
– Tenías compañía -señaló Francesca-. Y yo tendré que escuchar cuidadosamente de ahora en adelante, o él me atrapará aquí.