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– Te he echado de menos. Salí hoy y tuve mi primera pelea de nieve. En la ciudad. Y ayer vi a los caballos siendo entrenados -Tiró de las colchas por un momento-. Y un león me persiguió.

Francesca se dio media vuelta, sus ojos oscuros chispeaban con inesperada furia. Isabella no había visto nunca ni siquiera un destello de temperamente en la joven.

– Eso es imposible. Todos los leones saben que tú eres la elegida.

– Al menos uno de los leones no quiere que sea la elegida -dijo Isabella secamente.

Una expresión de furia cruzó la cara de Francesca, pero después desapareció, la furia se derritió como si hubiera sido una simple ilusión. Francesca sonrió hacia ella.

– Estabas yaciendo con Nicolai, ¿verdad? ¿Cómo es? Yo he pensado en seducir a unos de los visitantes… uno joven y guapo que no se lo contaría a nadie y se marcharía rápidamente… solo para ver como es, pero la idea de que alguien me toque tan íntimamente siempre ha sido demasiado desconcertante. ¿Duele? ¿Te gusta tenerle tocándote? ¿Vale la pena tener un dictador que asuma el control de tu vida entera?

Isabella suposo que debería haberse escandalizado. Francesca hacía preguntas de lo más impropias.

– Nicolai no es un dictador, Francesca. Qué cosas dices.

– Lo será. Todos los maridos mandan a sus esposas. Y una vez sus esposas yacen con ellos, la mujer se vuelve tonta y celosa y sonríe tontamente alrededor de su marido para mantener a todas las otras mujeres lejos. Su marido puede yacer con muchas mujeres, pero si ella hace semejante cosa, él la golpeará o le cortará la cabeza. Así que la mujer se convierte en una tonta. ¿Yacer con un hombre vale semejante destino?

– Tienes una terrible visión del matrimonio, y dudo que la mayoría de las mujeres sean así de celosas.

Francesca se encogió de hombros y sonrió.

– Violante cela de cualquier mujer que mire a Sergio, pero en realidad, ella no es la única. Yo observo a la gente, Isabella. Tú eliges ver lo bueno de la gente, e ignoras lo malo. A la mayoría de las mujeres no les gusta que otras miren a sus hombres. Rolando nunca mira a otra mujer, pero Theresa es muy celosa. Está segura de que él ha encontrado a otra mujer.

Isabella levantó la mirada.

– ¿Cómo sabes eso?

– Sus hermanos estaban hablando de ello. No me vieron. Se detuvieron en las cascadas para comer, y yo permanecí escondida de ellos. Supongo que la encontraron llorando hace unos días, y ella lo admitió ante ellos. Le dijeron que eso no podía ser… están con frecuencia con él… pero ella parecía segura. -Francesca sacudió la cabeza, enviando a volar su largo pelo-. Si yo tuviera un hombre, nunca me preocuparía por semejante tontería. Si desea a otra mujer, entonces puede irse con ella, pero yo nunca volvería a tomarle en mi cama -Estudió sus uñas-. ¿De qué sirve estar con un hombre y nunca disfrutarlo porque estás enfadada o herida todo el tiempo? Creo que es estúpido. Theresa Bartolmei es perfectamente estúpida.

– Tú no crees que Rolando tenga otra mujer.

La expresión de Francesca fue ligeramente arrogante, aristocrática, superior. Isabella se encontró sonriendo, reconociendo los rasgos DeMarco. ¿Era una de las primas de Nicolai, como Theresa? Era tan fantasiosa e imaginativa. Había algo mágico en ella. Isabella se sentía cálida en su presencia.

– Yo veo y oigo toda clase de cosas. Lo sabría. Se preocupa por nada.

– ¿Sergio? -preguntó Isabella, curiosa, sabiendo que no debería persistir en chismorear.

Francesca sacudió la cabeza.

– Lo parece, pero eso es todo. Creo que mataría por Violante. Solo que ella es demasiado tonta para verlo. Te lo digo, las mujeres pienden la cabeza una vez se casan. Yo nunca querría cambiar lo que soy por un hombre.

– No todo el mundo tiene tu confianza -señaló Isabella-. Eres aterradora algunas veces con tu confianza. ¿Por qué nunca te veo durante el día?

Francesca rió alegremente.

– No quiero que me den tareas o vestir apropiadamente. Prefiero ir donde quiera. La gente creo que estoy "tocada", ya sabes -Sus ojos oscuros danzaron-. Semejante reputación me permite libertad.

– ¿Por qué te consideran tocada? -preguntó Isabella.

La risa murió en la cara de Francesca, y saltó sobre sus pies para pasear inquietamente por el suelo.

– Somos amigas, ¿verdad?

– Me gusta pensar que somos muy buenas amigas -estuvo de acuerdo Isabella.

Francesca se detuvo a corta distancia de ella, observándola atentamente.

– Puedo hablar con los otros. Lo hago todo el tiempo.

Isabella podía ver lo nerviosa que estaba Francesca, así que se tomó su tiempo, eligiendo sus palabras cuidadosamente.

– ¿Los "otros"? No estoy segura de entender.

– Ya sabes -Se retorció los dedos-. Los que hacen ruido de noche. Están todos atrapados aquí en el valle y no pueden salir hasta que tú les permitas marchar.

Isabella parpadeó.

– ¿Yo? Ven aquí, piccola. Ven a sentarte conmigo y explícame. -Palmeó la cama-. No quiero que desaparezcas. Lo haces tan rápidamente, y no voy a intentar perseguirte a través del pasadizo secreto.

Francesca rio.

– Nunca me atraparías.

– Lo sé, y he tenido suficientes contratiempos para toda una vida, así que por favor quédate y habla conmigo. ¿Quienes son los otros?

– Espíritus. Están atrapados aquí hasta que tú los liberes. Los que nacen aquí en el valle no puede marchar demasiado tiempo sin marchitarse. Incluso entonces sus espíritus vuelven al valle y deben permanecer hasta que la amada de un DeMarco nos libere a todos de la maldición.

Isabella podía ver que Francesca creía lo que estaba diciendo.

– ¿Tú crees la historia que Sarina me contó, la historia de Sophia y la maldición que lanzó sobre la famiglia DeMarco, sobre el valle?

Francesca la miró firmemente.

– ¿Tú no, Isabella? Tú ves a Nicolai como un hombre, pero sabes que la mayor parte de la gente en este valle le ve como una bestia. ¿Y por qué es capaz de comunicarse con los leones si la legenda no es cierta? Sabes que lo es. Y sabes que tú debes ser la novia DeMarco. Cada hombre, mujer y niño en este valle sabe de la maldición y sabe que tú eres nuestra única salvación. Si tú fallas… -Francesca se estremeció.

Isabella se pasó las manos por el pelo y se frotó las sienes con agitación.

– Me dices que puedes hablar con los "otros". ¿Les "ves" también, Francesca?

– No de la forma en que te veo a ti. Principalmente, hablo con ellos -Francesca sonaba ligeramente desafiante, como si esperara que Isabella tratara de disuadirla de sus caprichosas nociones.

– ¿Alguna vez has hablado con Sophia?

Francesca pareció sobresaltada.

– No puedes estar pensando en conseguir que ella hable contigo, ¿verdad? Nadie se ha atrevido nunca. Ella sabe cosas que los otros no. Isabella, es una mujer poderosa.

– Espíritu , Francesca -señaló Isabella-. Ella ya no pertenece aquí, y debe querer descansar. ¿Nunca has pensado en lo terrible que debe ser para ella observar la historia repetirse a sí misma una y otra vez y saber que eres incapaz de detenerla? Por lo que Sarina me contó, Sophia era una buena mujer que amaba a su marido y su gente. Esto no puede ser fácil para ella.

Francesca retrocedió alejándose de la cama, sacudiendo la cabeza y retorciéndose las manos.

– No puedes estar pensando en hablar con ella. Yo nunca lo he intentado siquiera.

– ¿Ella te asusta de algún modo? -preguntó Isabella amablemente.

Francesca bajó la voz a un susurro.

– Los otros tienen miedo de ella. No se acercan a ella, y no hablan de ella. La odian por lo que hizo.

– Bueno, yo creo que no hace ningún daño preguntar. ¿Lo intentarás? ¿Al menos le pedirás que hable conmigo a través de ti? -Isabella apartó la colcha de un tirón y rápidamente se extendió hacia su bata para cubrir su escandaloso atuendo-. Por mí, Francesca. Podría ser lo único que salve mi vida.

Francesca dudó un largo y tenso momento, después asintió.

– Lo intentaré, Isabella, por ti. Pero podría no responder. Ellos no son como nosotros, y el tiempo parece diferente para ellos. Pero lo intentaré esta noche.

– Ya que estoy pidiendo favores, necesito uno más. El mio fratello lo significa todo para mi, sé que tú sabes cosas que los demás no, cosas que quizás ni siquiera la sanadora sepa. Lucca llegará pronto, y necesitaré alguien que me ayude a cuidar de él. Yo no podré estar con él todo el tiempo, y Sarina tiene demasiadas responsabilidades. En realidad no conozco a muchos más. Por favor di que lo harás. Y si algo me ocurriera, prométeme que te ocuparás de él por mí.

Francesca se mordisqueó pensativamente el labio inferior, haciendo que Isabella se replanteara su opinión de que era salvajemente impetuosa. Francesca no daba su palabra a la ligera.

– Supongo que estar a cargo de un hombre podría ser divertido. Sé hacer unas pocas cosas que le ayudarían… si él me gusta.

Isabella dirigió su mirada fija a la otra chica. Francesca puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.

– De acuerdo, te ayudaré a cuidar de él, Isabella. Pero espero que comprendas que Sarina y Nicolai no estarán de acuerdo con tu decisión.

– Es mi decisión, no la de ellos -Isabella alzó la barbilla con un claro aire arrogante.

Francesca rio en voz alta.

– Ellos creen que he sido tocada por la locura, y aún así tú estás dispuesta a poner la vida del tuo fratello en mis manos. Que perfectamente extraordinario.

Isabella extendió las manos hacia el fuego moribundo para detener el súbito escalofrío que se arrastró hacia abajo por su espalda.

– ¿Por qué creen que estás loca? Tú y yo no podemos ser las únicas que oyen los gemidos de noche.

– Todo el mundo los oye gemir. Los "otros" quieren que ellos oigan. Era una broma al principio, algo que hacer cuando estaban aburridos, pero yo creo que quieren que todo el mundo recuerde que todavía están aquí en el valle, atrapados en esto como el resto de nosotros.

Algo indefinido en la cara de Francesca, en sus ojos demasiado inteligentes, algo en su boca y barbilla, fascinó a Isabella. En la creciente oscuridad intentó asir lo que la eludía.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -La demanda fue ruda, acusadora, la voz ronroneaba con amenaza.

Ambas mujeres se dieron la vuelta para enfrentar a Nicolai mientras este emergía a su usual modo silencioso del pasadizo oculto. Recorrió a zancadas la habitación, insertándose protectoramente entre Francesca e Isabella. Había algo aterrador en su postura, en la línea de su boca.

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