Francesca retrocedió lejos de él, claramente apaciguadora.
– Solo estabamos hablando, Nicolai, eso es todo.
Isabella empezó a rodear a Nicolai, con un deseo repentino de consolar a Francesca fluyendo de ella, pero los largos dedos de Nicolai se envolvieron alrededor de su muñeca, atrapándola junto a él.
– Hablando de tiranos y dictadores, te señalo a mi hermano y así pruebo mi punto de vista.
– No te he despedido, Francesca -Mordió Nicolai entre los dientes apretados-. Vuelve aquí inmediatamente.
Isabella miró de una cara a la otra, sorprendida por, aun habiendo advertido un parecido, no haber supuesto la relación inmediatamente.
Francesca volvió lentamente, con cara malhumorada.
– No estoy para interrogatorios, Nicolai.
– Francesca -dijo Isabella suavemente, con dolor en los ojos- ¿por qué no me dijiste que eras la hermana de Nicolai?
Nicolai tiró de Isabella al abrigo de su amplio hombro, su mano encontrando la de ella.
– ¿A qué juego estás jugando, Francesca? ¿Por qué seguiste a Isabella y la asustaste esta tarde en la ciudad?
Isabella jadeó y habría protestado, pero los dedos de él se apretaron como advertencia alrededor de los de ella.
Francesca pareció aburrida, golpeando el suelo con el pie y dando un exagerado suspiro.
– Por Dios, ¿por qué perdería yo el tiempo en semejante tontería? Tu te las arreglas para asustarla bastante por los dos -Empeñadamente se negaba a mirar hacia Isabella.
– ¿Te atreves a negarlo entonces? -Un gruñido retumbó profundamente en su garganta, una clara amenaza-. ¿Crees que no puedo oler la sangre DeMarco? La perseguiste a través de las calles y la asustaste por tu propia diversión. ¿Creiste poder librarte de tal cosa?
La sangre se drenó de la cara de Isabella mientras miraba a la joven por la que había llegado a sentir afecto, la mujer a la que llamaba amiga. Era una dolorosa traición, inesperada y aterradoramente siniestra.
Francesca finalmente desvió la mirada de su hermano a Isabella.
– Inflexiblemente niego tu estúpido cargo, Nicolai. Mira a otra parte buscando a tus enemigos. Yo solo he buscado proteger a Isabella. Tú pareces demasiado ocupado planeando tus batallas para vigilarla apropiadamente -Había acusación en su voz-. Sophia puede protegerla aquí en esta habitación de la entidad que arruina nuestra valle. Isabella la ha despertado… no me digas que no la has sentido… y debería protegérsela todo el tiempo. Pero tú la dejas sola.
– Nadie mas que tú se atrevería a desafiarme, Francesca.
Francesca entrecerró los ojos y alzó la barbilla.
– Esto es pura arrogancia. No revisas nuestra historia, no reconoces a los ancestros, porque quieres creer que lo controlas todo en este valle, pero tú y yo sabemos que no es así.
– Olí nuestra sangre en la ciudad, Francesca.
Isabella encontró la acusación suavemente pronunciada de Nicolai, la frialdad de su tono, mucho más intimidatoria que su ardiente temperamento.
– ¿Puedes convertirte en la bestia, Francesca? -Isabella estaba luchando por asumirlo, recordando también la voz femenina conduciéndola escaleras arriba por el palazzo hasta el balcón, recordando que casi había muerto.
– Por supuesto. Soy una DeMarco. ¿Por qué no iba a ser capaz de convertirme en el león? Es mi derecho de nacimiento al igual que mi maldición. No le dejes engañarte, Isabella. Él abraza su legado al igual que yo. ¿Qué crees que mantiene nuestro valle y a nuestra gente a salvo de intrusos? -Inclinó la cabeza a un lado y dirigió una fría mirada a la cara pálida de Isabella-. Dime, ¿qué es una vida, la vida de una mujer, una intrusa, en comparación con regir todo esto? - Abrió los brazos ampliamente para abarcar el valle entero.
– Suficiente, Francesca. Ahora déjanos. Espero verte esta tarde en mis habitaciones. -La voz de Nicolai fue un látigo de exigencia.
– ¿Qué? -Desafiante hasta el final, Francesca alzó una ceja-. ¿Nada de torre para tu hermana loca, Nicolai? Qué amable por tu parte -Volvió a mirar hacia Isabella-. Conoce a tus enemigos, Isabella. Ese es mi consejo para ti. Estás rodeada de ellos -Francesca se dio la vuelta y se fue, utilizando el pasadizo para realizar su escapada.
Isabella gimió suavemente y se cubrió la cara con las manos.
– Vete, Nicolai. Vete tú también. No quiero ver a ninguno de los dos.
– No esta vez, cara mia -dijo él tiernamente-. No vas a despacharme. -Tiró del cuerpo de ella que se resistía hasta sus brazos y la sostuvo cerca, acariciándole el pelo, presionandole la cara contra su pecho mientras ella lloraba.
Ni siquiera sabía por qué estaba llorando o por quién. Simplemente lloraba. ¿Cómo podía encontrar solaz en los brazos de Nicolai cuando él era la mayor amenaza de todas para ella? Francesca había dado en el blanco con su flecha envenenada. ¿Qué es una vida, la vida de una mujer, una intrusa, en comparación con regir todo esto? Las palabras resonaban una y otra vez en su mente. Isabella había ofrecido su vida a cambio de la de su hermano… y Nicolai necesitaba un heredero.
Nicolai alzó a Isabella en sus brazos y la acunó contra su pecho. Su ridículo plan de mantenerla lejos de todo daño haciéndola su amante era defectuoso. Los leones sabían que ella era su auténtica novia. Él sabía que ella era su auténtica novia. La maldición ya estaba en funcionamiento. La entidad había despertado a su llegada, igual que había hecho a la llegada de su madre.
Supiró suavemente, se sentó en una silla, y frotó su barbilla sombreada sobre la coronilla de ella.
– No es cierto, sabes. Lo que te dijo Francesca. No planeé aprovecharme de ti, esperando intercambiar tu vida por la de Lucca. Intenté mantenerte lejos del valle. Había oído hablar de ti muchas veces, de tu coraje y tu pasión por la vida. Sabía que serías tú -Su dedos le acariciaban la piel, trazándole la boca-. Francesca no está muy cuerda, Isabella. Corre salvaje, como siempre ha hecho, y ninguno de nosotros ha tenido el corazón para obligarla a comportarse.
– ¿ Por qué no me hablaste de Francesca? -Sonaba desamparada, vulnerable. Enterró la cara contra su cuello, las lágrimas le empaparon la piel, tirando de las fibras de su corazón.
– Francesca es diferente. Nadie habla de ella. No hablan de su don y la forma en que es visto como un león más de lo que hablan de mi hermana y su extraño comportamiento. Debería haberte contado, aunque sea innato en mí no hacerlo. Para ser del todo honesto, sentí que ya tenías suficiente haciendo frente al hecho que tu prometido sea una bestia por el momento. No necesitaba spreocuparte por mi hermana medio-loca.
Ella alzó la cara para examinar los ojos dorados de él, sus largas pestañas cubiertas de lágrimas.
– Usted, signore -dijo arrogantemente- ya no es mi prometido. Y he hablado con Francesca casi cada noche desde mi llegada, pero no he visto señales de locura. Ella es diferente, joven, y obviamente necesitada de guía, ¿pero qué te hace creer que está loca? ¿Su habilidad para hablar con los "otros"? Porque, francamente, Nicolai, no creo que eso sea más dificil de creer que tú aparición como una bestia.
El movimiento de las caderas de ella sobre su regazo le causaba un dolor pulsante, su cuerpo se endureció apesar de su resolución.
– Deja de moverte, belleza. No estás del todo a salvo de mí con nada entre nosotros aparte de ese camisón.
Ella sintió la reacción de su cuerpo, la forma en que crecía grueso y duro, presionando firmemente contra sus nalgas. Su corazón saltó, su aliento se detuvo en los pulmoneses. El deseo comenzó a acumularse, un dulce dolor que provocaba que sus pechos, firmemente presionados contra los pesados músculos de él, hormiguearan de expectación. Decididamente apartó la mirada del hambre que llameaba en los ojos de él.
– Deberías haberme hablado de Francesca, Nicolai.
Las manos de él empezaron a trazar lentos y perezosos círculos sobre su espalda.
– Si, debería, cara , pero nunca se me ocurrió que ella pudiera ser peligrosa para ti -El calor llameó entre ellos, ardiendo a través del encaje del camisón. -Francesca era solo un bebé, cinco veranos, cuando la mia madre fue asesinada -Su mano se hundió más abajo, frotándole las nalgas, sus dedos amasándole la carne.
– Ella también estaba allí, ¿verdad? -supuso Isabella, su corazón fue inmediatamente hacia Francesca- Ella lo vio. Vio a su padre matar a su madre-. Le mantuvo cerca, deseando consolarle, necesitando aliviar el recuerdo de esa terrible noche. Sus brazos le rodearon el cuello, sus dedos se enredaron entre la espesa seda del pelo.
Nicolai asintió.
– Fue Francesca quien llamó a los leones para salvar mi vida. Y ella cambió al igual que yo. -Se tocó las cicatrices dentadas de la cara-. Está marcada por dentro, donde nadie puede verlo. No habló, no lloró o hizo un sonido durante años. No se acercaba a ninguno de nosotros, ni siquiera a mí. Se sentaba en una habitación conmigo, pero no me dejaba tocarla. -El dolor ataba su voz. Su mano se deslizó hacia arriba por la espalda de Isabella hasta la nuca.
– ¿Y crees que es porque tenía miedo de que la mataras, al igual que tu padre mató a tu madre ? -Isabella se encontró buscando consolarle-. No entiendes a Francesca en absoluto, Nicolai. Ella te quiere más que a nada o a nadie en el mundo. Está en su voz cuando habla de ti. Si hizo lo que dices y me persiguió no fue porque deseara herirte a ti… o a mí. Hemos hablado de celos. Quizás estaba intentando decirme algo.
Él presionó los labios sobre sus párpados; después la boca vagó sobre su sien y bajó su mejilla hasta la comisura de la boca.
– ¿De qué tendría que estar celosa? Nunca ha querido un lugar en la finca. No llevaría el palazzo o ayudaría a Sarina con los detalles de las tareas diaria más de lo que se convertiría en soldado. Se niega incluso a considerar el matrimonio. Corre salvaje, y yo debería haberle puesto freno hace ya tiempo.
Su boca estaba fragmentando sus pensamientos, mordisqueándole gentilmente la barbilla, endureciendo sus pezones a duros picos y provocando que le dolieran los pechos. Su lengua le dejaba caricias en la barbilla, dejando una llama que corría a lo largo de sus terminaciones nerviosas. Isabella se retorció, incitándole a ser más duro, a empujar firmemente contra ella. La boca de él vagaba desapresuradamente a lo largo de la esbelta columna de su cuello, su garganta.
– No puedes saber lo que es tocarte, Isabella, ser capaz de perderme en tu cuerpo. Saber que puedo darte semejante placer a cambio -Empujó la bata de su hombro, después deslizó los dedos sobre el encaje de su camisón de noche, haciendo que el corpiño se deslizara hacia abajo para acumularse en su cintua.