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CAPITULO 8

En los días que siguieron, nadie mencionó el incidente con el Capitán Bartolmei. Si alguien había reparado en el aspecto desarreglado de Isabella y el abrigo del capitán sobre sus hombros, estaban siendo discretos. No vio a Don DeMarco, ya que él tenía muchas obligaciones y con frecuencia estaba reunido con sus dos capitanes y sus consejeros. La gente se presentaba continuamente ante el don , pidiendo favores, esperando que resolviera problemas desde disputas domésticas a asuntos de estado. Isabella pasó el tiempo aprendiendo el camino a través del palazzo. Trabajó en conocer a los sirvientes, aprendiéndose sus nombres y caras, sus fortalezas y debilidades. Sarina estaba con frecuencia junto a Isabella, explicando cómo se hacían las cosas, lo que se consideraba una ley inalterable, las preferencias personales del don , y lo que podría cambiarse si Isabella decidía que así lo prefería.

Terminaban de llevar cabo una inspección de despensas cuando oyeron una conmoción en el vestíbulo inferior. Voces alzadas con furia, y un niño chillando y llorando. Juntas, Sarina e Isabella bajaron rápidamente las escaleras para ver a Betto sacudiendo a un chico. La cara de Betto estaba retorcida por la rabia, una terrible máscara de malicia mientras gritaba acusaciones al niño. Una multitud de sirvientes lo rodeaba, pero ninguno se atrevía a desafiar su autoridad. Sarina agarró el brazo de Isabella, sus dedos se hundieron en la piel de la joven.

– ¿Qué le pasa? Él nunca levanta la voz. Betto siempre se muestra tranquilo y confiable. Nunca actuaría de semejante manera, especialmente delante de los sirvientes. -El ama de llaves estaba horrorizada. Se quedó congelada, con la boca abierta de par en par y los ojos desencajados por la sorpresa-. ¿Qué le ha poseído? Este no es mi Betto. Esto no es propio de él en absoluto.

Las palabras resonaron en los oídos de Isabella. Ella había visto a Bello, un alma amable, recorriendo el palazzo en el curso de sus obligaciones. Digno. Eficiente. El epítome del mayordomo discreto. Este no es Betto. Sarina había estado casada con él la mayor parte de su vida. Le conocía íntimamente. Su comportamiento estaba tan fuera de su carácter, era tan raro, que su propia mujer no le reconocía.

Isabella permaneció muy quieta, estudiando los movimientos tensos y corcoveantes de Betto. Los rasgos del sirviente mayor estaban distorsionados por el odio y la rabia. Sacudía un puño huesudo hacia el muchachito, tirando de la oreja del niño. Un torrente de maldiciones explotaba de su boca, palabras sucias, viciosas y cortantes. Este no es Betto.

Las lágrimas corrían por la cara del niño, y luchaba salvaemente por apartarse del anciano. Su madre, una joven bonita llamada Brigita, permanecía en pie retorciéndose las manos y llorando.

– Déjale, Betto. Por favor suelta a Dantel. Solo estaba jugando. Él nunca robaría a Don DeMarco.

– Si le hubieras estado vigilando como debías, tú hija de una puta, el mocoso bueno para nada no habría estado robando las cosas del Amo.

Sarina jadeó y se tapó la boca con la mano. Se tambaleó y se puso tan pálida que Isabella temió que fuera a desmayarse. Isabella rodeó la cintura del ama de llaves con un brazo para ayudarla a mantenerse en pie.

– Betto -Sarina susurró su nombre suavemente, con lágrimas brillando en sus ojos. Su voz estaba rota, reflejando el estado de su corazón.

Isabella podía sentir la hostilidad en la habitación. La ansiedad de la madre y la furia que se alzaba rápidamente en proporción directa al extraño comportamiento de Betto. El ruido de los llantos y gritos había atraído a otros sirvientes a la carrera. Estaban todos murmurando, algunos apoyaban a la madre afligida y otros a Betto. Isabella permaneción inmóvil, buscando algo más allá de lo que estaba viendo con los ojos. Bloqueó los sonidos de la furia, las palabras ruidosas y encolerizadas, hasta que fueron un simple zumbido de abejas furiosas como telón de fondo.

Lo encontró entonces. Sutil. Insidioso. El toque era tan delicado que resultaba casi imposible de detectar. No era tan fuerte como antes, como si hubiera cambiado de táctica, pero la mancha de maldad estaba allí igualmente. Fluía a través de la habitación, tocándo a todos a su paso. Alimentaba las emociones, alimentándose de la furia y la hostilidad. Estaba infundiendo odio dentro del palazzo, volviendo a amigo contra amigo. Sintió su regocijo, sintió la oleada de poder cuando se extendió como veneno a través de la habitación.

Isabella alzó una mano pidiendo silencio. Uno por uno los sirvientes se giraron para mirarla. Era una aristicratica , nacida en el escalafón más alto, y estaba prometida con su don . Nadie se atrevió a desobedecerla. Cuando las caras se volvieron hacia ella, la rabia de la habitación se oscureció a una negra y fea malevolencia, más potente que nada que ella hubiera enfrentado nunca. Era tangible, llenando el aire hasta los techos abovedados. Podía ver la animosidad en las caras que la miraban. Su corazón empezó a palpitar cuando la furia se retorció y dirigió directamente hacia ella.

– Sarina, tú conoces realmente a Betto, a través de los ojos del amor -Isabella dirigió sus declaraciones a su única aliada en la habitación pero habló en voz alta para que todos la oyeran-. Algo debe ir terriblemente mal. Quizás está enfermo y necesita nuestra ayuda. Ve con él, y utiliza tu amor para guiarle de vuelta. Todos ayudaremos. -Sonrió a los sirvientes y se alejó de Sarina para dirigirse hacia la joven madre. Tomó las dos manos frías y nerviosas entre las suyas para conectarlas.

– Piensa, Brigita. Betto normalmente no te diría semejantes insultos. ¿Alguna vez te ha tratado a ti o a tu hijo con tanta crueldad? ¿Ha sido tan rudo? -Para mantener la atención de la doncella en ella en vez de en el niño lloroso, Isabella habló suavemente, persuasivamente, mirando directamente a los ojos de la joven.

Brigita sacudió la cabeza.

– Él siempre ha sido amable con Dantel y conmigo. Esto es tan impropio de él. Cuando mi marido murió, él nos proporcionó comida y me dio un trabajo aquí. -Su voz vaciló, y estalló en lágrimas frescas.

– Es impropio de Betto, ¿verdad? -recalcó Isabella-. Creo que hay algo más en esto -Palmeó la espalda de Brigita alentadoramente-. Betto es un buen hombre. Sarina tiene mucho miedo de que le pase algo. Quizás está enfermo. Ahora todos debemos ir en su ayuda, cuando más nos necesita.

La joven asintió, no del todo convencida mientras miraba al anciano que temblaba con una furia antinatural.

Isabella cruzó la habitación hasta estar junto a Bello aparentando más confianza de la que sentía. Sonriendo serenamente, retiró gentilmente la mano del anciano del brazo del chico y tiró del niño hacia ella. Sin mirar a Betto, se arrodilló hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los del niño.

– Dantel, tu madre me ha contado lo bueno que ha sido siempre Betto contigo. ¿Es eso cierto? Todo sabemos que no estabas robando. Betto lo sabe también, él no ha perdido su fe en ti. Esto es un malentendido, y se han dicho cosas con rabia. -Gentilmente limpió las lágrimas de la cara del chico-. Necesitamos tu ayuda ahora mismo, Dantel. Sé que eres muy valiente, como los leones que hay aquí en el valle, valiente como tu don. Tu madre cree que eres valiente, y eso dice también Sarina. Debes hablarme de la amabilidad de Betto contigo. Cuéntanos a todos.

Dantel se sonó varias veces, sus grandes ojos oscuros miraban fijamente a los de ella como si no se atreviera a mirar a Betto o estallaría en lágrimas de nuevo. El pequeño cuerpo se enderezó, y sacó pecho.

– Soy muy valiente -concedió-. Si necesita mi ayuda, signorina , haré lo que desea. -Su mirada oscura saltó a su mdre, que estaba muy quieta retorciéndose las manos con indecisión.

– Todos necesitamos tu ayuda. Cuéntanos cómo ha sido amable Betto contigo.

El muchachito miró intranquilo Betto.

– Me talló un león y lo colocó sobre mi cama en mi cumpleaños. Él no sabe que le vi, pero yo le sigo todo el tiempo.

– ¿Por qué le sigues? -preguntó Isabella.

– Me gusta estar con él -admitió el chico-. Le vi tallar el león, así supe que me lo había dado él. -Sonrió ante el recuerdo, su mirada moviéndose vacilante hacia su madre-. Y una vez cuando no teníamos suficiente comida, y madre estaba llorando porque estaba muy hambrienta porque me había dado nuestra última comida, él nos trajo toda clase de cosas para comer. -Su voz se volvió más fuerte-. Me enseñó a montar a caballo.

– También enseñó a mi hijo -otro sirviente intervino.

– Y cuidó del viejo Chanianto hasta que falleció -dijo otro-. ¿Recordáis como le lavaba y le mantenía limpio? Incluso le alimentaba con sopa cuando el viejo estaba demasiado débil para comer por sí mismo.

La atmósfera de la habitación había cambiado sutilmente. Los sirvientes estaban sonriendo a Betto. Sarina fue con su marido, le rodeó con los brazos, y le abrazó, ferozmente protectora. Entonces fue Betto quien lloró. Aplastó a su esposa contra él y lloró como si se le estuviera rompiendo el corazón. La madre de Dantel dejó escapar un suave sonido de desasosiego. Las lágrimas brillaron en los ojos de varios de los otros sirvientes que miraron hacia adelante.

Dantel corrió a envolver sus brazos alrededor de las piernas del anciano.

– ¡Todo va bien, Betto! -exclamó el chico- ¡Te quiero!

– Perdóname -dijo el anciano, con la voz rota y la garganta en carne viva y atascada por las lágrimas-. No decía en serio ninguno de esos insultos, Dantel. Eres un buen chico, muy amado por todos en el palazzo. Muy amado por mí. En realidad, no sé que me ha pasado, por qué salía semejante basura de mi boca. Estoy tan avergonzado. -Se sentó abruptamente sobre los brillantes azulejos, sus rodillas cedieron, llevando a Sarina al suelo con él.

La anciana se aferró a él, manteniéndole cerca, riendo un poco ante el absurdo de dos viejos sirvientes sentados en el suelo. Llorando por el terrible susto para ambos, Betto se puso una mano sobre la cabeza.

– Brigita, perdóname. No sé que pasó. Conocí a tu madre y tu padre. Se casaron en la Santa Iglesia. -Sacudió la cabeza, sosteniéndosela entre las manos, gimiendo de abyecta humillación.

– Estuvo mal -estalló Dantel-. Estaba jugando con la estatua, y sabía que no era mía. La dejé caer Betto. -Empezó a llorar de nuevo-. No llores, Betto, no es culpa tuya. Yo la cogí.

– Betto está enfermo -dijo Isabella, revolviendo el pelo del chico para consolarle-. Tú no robaste, Dantel, y todos lo sabemos. Betto solo necesita descansar, y todos le cuidaremos. Sarina necesitará tu ayuda para llevarle cosas y entretenerle mientras está descansando. Corre con tu madre y consuélala mientras nosotras metemos a Betto en la cama. Después puedes ayudar a Sarina a llevarle la comida. Esta vez todos serviremos a Betto y pagaremos sus muchas amabilidades.

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