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CAPITULO 5

Sarina acunó a Isabella entre sus brazos, después la condujo rápidamente a través de los salones y escaleras arriba hasta su habitación.

– Ha tenido tantos problemas, bambina. Lo siento. Estuvo bien que el Capitán Bartolmei y el Signor Drannacia estuvieran con usted.

– ¿Al que llaman Sergio? -preguntó Isabella, luchando por conseguir el nombre de todo el mundo directamente. Los hombres habían sido muy agradables con ella, pero ninguno se avino a sus súplicas de que volvieran y ayudaran al don -. Le dejaron allí solo, en la tormenta, sin montura ni ayuda por si los leones le atacaban. Estaba completamente solo, Sarina. ¿Cómo pudieron hacer tal cosas a su don ? -Estaba temblando incontrolablemente, fría y húmeda por la tormenta, sacudida por la proximidad del león renegado, pero más que nada, temerosa por la seguridad de Nicolai DeMarco-. Deberían haberse quedado y haberle protegido. Era su deber protegerle a él primero, sobre todos los demás. No entiendo que está pasando en este lugar. ¿Cómo de buenos son esos hombres si se muestran desleales? Yo quería volver con él, pero ellos no me dejaron. -Estaba furiosa, furiosa, con los hombres que habían evitado que se quedara con Don DeMarco.

– Estaban protegiendo a su don -respondió Sarina suavemente, y hizo el signo de la cruz dos veces mientras se apresuraban a través del espacioso palazzo.

– No lo entiendes, él estaba solo, rodeado por esas enormes bestias. -Isabella estaba temblando con tanta fuerza que sus dientes castañeteaban-. Le dejaron allí. Yo le dejé allí. -Eso era lo peor, pensar que había estado tan asustada por el tamaño y la ferocidad del león que había elegido la salida del cobarde. Apenas se había resistido incluso a los soldados.

– No está pensando con claridad, signorina -dijo Sarina gentilmente, consoladoramente-. Nunca se le habría permitido quedarse atrás. Los capitanes tenían órdenes de traerla con seguridad a casa, y habrían forzado su obediencia. Está conmocionada, fría, y hambrienta. Se sentirá mucho mejor cuando esté caliente.

Mientras se movían velozmente por los vestíbulos del castello, varios sirvientes sonrieron y asintieron hacia ellas, con claro alivio en sus caras. Isabella intentó reconocerlos graciosamente, sin entender sus reacciones ante su retorno. Nada en este lugar tenía sentido… ni la gente, ni los animales.

– Los leones no viven montaña arriba. ¿Cómo llegaron aquí? ¿No debería alguien salir y buscar al don ?

Sarina permaneció en silencio excepto por sus pequeños, consoladores y cloqueantes ruidos. La habitación de Isabella estaba preparada, con un fuego ardiente y una bandeja de té. El ama de llaves ayudó a Isabella a quitarse la capa, jadeando cuando divisó la sangre en ella.

– ¿Está herida? ¿Dónde está herida?

Isabella miró con desmayo las manchas rojas. Tomó la capa de Sarina, aplastando la tela entre sus manos. Don DeMarco la había envuelto en su propia capa. Había descansado sobre la de ella, empapándola de sangre. Era el don quien había estado herido. Sacudió la cabeza, negando la posibilidad. Él debía haberse manchado la capa de sangre cuando se arrodilló junto al león caído.

– No estoy herida, signora -murmuró Isabella-. Bueno, me duele la espalda. Creo que me tragaré mi orgullo y le pediré que me aplique el bálsamo entumecedor -intentó una débil sonrisa mientras permitía que Sarina le abriera el vestido y expusiera las heridas de su espalda.

Isabella se tendió en la cama sobre el estómago, sus dedos cerrados alrededor de la colcha mientras Sarina preparaba cuidadosamente la mezcla de hierbas.

– Hábleme de los leones, signora , y de por qué los hombres del don le dejarían solo en medio de una tormenta de nieve con bestias salvajes rodeándole. No hay alarma en el palazzo . Siento intranquilidad pero no miedo. ¿Por qué?

– Silencio, bambina . Quédese quieta mientras yo aplico esto a su pobre espalda. Y debe llamarme Sarina. Usted será la señora aquí ahora.

– Yo no he accedido a tal cosa. Él me echó una vez y bien puede volver a hacerlo. No estoy preparada para perdonarle -Através de los ojos entrecerrados, Isabella captó la rápida y apreciativa sonrisa de Sarina, pero no tenía ni idea de que hacer al respecto.

– Creo que usted es justo lo que Don DeMarco necesita. -Muy gentilmente Sarina empezó a aplicar la poción entumecedora a la espalda devastada de Isabella-. Le gustaría oir la historia de los leones, ¿verdad? Es una historia interesante para contar de noche alrededor del fuego para asustar a los niños. Debe haber unos pocos gramos de verdad en ella, o los leones no estarían en estas montañas. Pero están aquí. -suspiró-. Ellos son la maldición y la bendición de nuestra gente.

Isabella abrió los ojos para mirar completamente a Sarina.

– Eso es algo extraño que decir. Vi la cara del don cuando se arrodilló junto al león renegado y le tocó tan… -Buscó la descripción correcta-, reverentemente, tristemente. Estaba triste porque hubiera muerto. Mi corazón lo lamentó por él -De repente consciente de haber revelado demasiado de sus confusos sentimientos por el don , Isabella frunció el ceño-. Solo por un momento, hasta que recordé como me había ordenado marchar sin ninguna razón. Es inconstante y propenso a cambiar de opinión, obviamente no es alguien con quién se pueda contar. -Se las arregló para sonar desdeñosa incluso mientras yacía sobre su estómago con el vestido bajado hasta la cintura. Una auténtica Vernaducci podía arreglárselas bajo las peores circunstancias, e Isabella estaba orgullosa de sí misma. El mundo no tenía que saber que se derretía cada vez que el don la miraba-. Cuéntame la historia, Sarina. Lo encuentro un tema más interesante. -Y evitaría que saliera corriendo a la tormenta en un intento de encontrar al don.

Sarina empezó a sacudir los derretidos copos de nieve del pelo de Isabella.

– Hace muchos, muchos años, en los viejos tiempos, cuando la magia controlaba el mundo, cuando dioses y diosas eran llamados para auxiliar a la gente, tres casa de poder residían aquí en este valle de la montaña. Las casa era DeMarco, Bartolmei, y Drannacia. Eran linajes antiguos y sacros, bien favorecidos y muy amados por los dioses. En esos tiempos, las casas practicaban los antiguos caminos, venerando a la Madre Tierra. Se dice que ese fue un tiempo de gran poder. Había poderosa magia en las casas. Sacerdotes y sacerdotisas, magos y hechiceros. Algunos incluso dicen que brujas.

Isabella se sentó erguida, intrigada. Cuidadosamente sostuvo el frontal de su vestido sobre sus generosos pechos.

– ¿Magia, Sarina?

Sarina parecía complacida porque su historia hubiera expulsado las sombras de los ojos de Isabella.

– Magia -asintió firmemente-. Había paz en el valle, y prosperidad. Los cultivos crecían, y las casas eran lugares felices. Le famiglie eran aliados, y con frecuencia se casaban entre ellos para mantener el equilibrio de poder y defenderse contra todos los forasteros.

– Suena bien -aprobó Isabella. Podía respirar de nuevo sin el dolor de la espalda. La habitación era cálida y finalmente se había derretido el hielo de su sangre. Buscó el té y tuvo que agarrar apresuradamente su traje.

Sarina le sonrió.

– Bien puede quitarse eso y vestir una de las prendas que Don DeMarco encargó para usted.

Isabella habría discutido, pero quería oir la historia.

– ¿De donde vinieron los leones? -Obedientemente se desabrochó el vestido y salió de él. Mientras abría la puerta del guardarropa y sacaba otro traje, miró sobre el hombro al ama de llaves-. No pueden haber estado aquí en las montañas desde siempre.

– Es usted demasiado impaciente -Sarina tomó el vestido y cuidadosamente lo colocó sobre Isabella-. No, no había leones por aquel entonces. Déjeme contar la historia como se dice que ocurrió. Durante cientos de años… quizás incluso más… el valle estuvo a salvo de invasores, y aunque el mundo cambiaba a su alrededor, la gente se las arreglaba para vivir vidas pacíficas y felices, practicando su fé sabiamente.

Sentada en la cama, Isabella arrastró las piernas hacia arriba bajo la larga falda y se abrazó a sí misma.

– Ese debe haber sido un tiempo interesante. Hay mucho sentido en los caminos de la naturaleza.

Sarina la miró fijamente, hizo el signo de la cruz, y palmeó la cabeza de Isabella.

– ¿Va a escucharme o a arriesgarse a la ira de la Santa Madonna con sus sinsentidos?

– ¿Ella se enfada? No puedo imaginarla enfadada. -Isabela vio la expresión de Sarina y rápidamente ocultó su sonrisa-. Lo siento. Cuéntame la historia.

– No se lo merece, pero lo haré. -se quejó Sarina, claramente encantada de que la joven a su cargo estuviera creciendo en optimismo y empezara a calentarse y relajarse después de su aterradora ordalía-. Llegó un tiempo en que la gente se volvió más adepta y más atrevida con su magia. Donde una vez la gente fue una, empezaron a formarse pequeñas divisiones. O, no todas a la vez. Ocurrió a lo largo de los años.

Isabella tomó un sorbo de té, saboreando el sabor y calor. Sirvió una segunda taza y se la ofreció cuidadosamente a Sarina.

Sorprendida y complacida, Sarina le sonrió, acunando la cálida taza entre sus manos-. Nadie sabe qué casa empezó, pero alguien comenzó a tentar cosas que eran mejor dejar en paz. La belleza de las creencias de la gente fue corrompida, retorcida, y algo se desató en el valle. Algo que pareció arrastrarse y extenderse hasta que alcanzó cada casa. La magia empezó a contaminarse, y una vez entró el mal, empezó tomar forma y crecer. Se dice que los aullidos de los fantasmas se oían con frecuencia, ya que los muertos no podían ya encontrar descanso. Empezaron a ocurrir cosas. Accidentes que afectaban a cada una de las casas. Las casas empezaron a distanciarse las unas de las otras. Cuando los accidentes se incrementaron y resultó herida gente, empezaron a culparse unos a otros, y una gran brecha se formó entre las familias. Ya que las casas estaban unidas por lazos de matrimonio, fue una cosa terrible. Hermano contra hermana y primo contra primo.

Isabella envolvió las manos alrededor de la calidez de su propia taza de té. Estaba temblando de nuevo. Ella había sentido la presencia de algo malvado en el castello, aunque esta era simplemente una aterradora historia para niños.

– Eso no suena muy diferente de lo de ahora. Nuestras tierras nos fueron robadas bajo nuestras narices. No se puede confiar en nadie, Sarina, no cuando el poder está envuelto.

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