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El hombre se aclaró la garganta.

– Es imposible que yo sepa sobre que están chismoreando los sirvientes ahora.

Su mirada le atravesó.

– Será mejor oirlo de ti, Betto. Si es algo preocupante, prefiero oir las noticias de un amigo de confianza.

Los hombros de él se hundieron.

– Mejor que lo oiga de Don DeMarco. Dijo que si usted preguntaba, la llevara a él.

Miró fijamente al sirviente durante un largo rato, tantos pensamientos corriendo por su mente que temía moverse o hablar. Seguramente Nicolai no había enviado a por otra novia. Los hombres de Rivellio estaban en el valle. Nicolai nunca la traicionaría en un juego de poder. Sabía que estaba ocupado con sus capitanes, preparando la batalla. ¿Por qué la llamaría solo para repetir rumores?

Siguió a Betto lentamente subiendo las escaleras hasta el ala del don . Ante su orden brusca, ella entró en sus aposentos con trepidación. Al momento los capitanes se excusaron. Isabella enfrentó a Nicolai a través de la habitación.

Se miraron el uno al otro largo tiempo. No pudo leer su expresión en absoluto, lo que resultaba ligeramente chocante cuando acababa de pasar la noche entre sus brazos. Cuando el cuerpo de él había estado enterrado dentro del suyo. Cuando se habían aferrado el uno al otro, susurrando juntos, compartiendo risas, compartiendo planes. Nicolai parecia casi un desconocido, sus ojos ámbar duros y fríos. No se aproximó a ella, no sonrió en bienvenida.

– ¿Qué pasa, Nicolai? -Deliberadamente se dirigió a él informalmente, esperando romper con su helada conducta.

– El sirviente, el que te encerró en el almacén, está muerto -dijo secamente, sin inflexión.

Un estremecimiento bajó por su espalda. Su sangre se convirtió en hielo. Mantuvo la mirada fija en la de él.

– ¿Cómo murió, Nicolai? -Su voz la traicionó, ronca por la emoción.

– Fue encontrado esta mañana, asesinado. Había signos de lucha. Alguien le apuñaló numerosas veces. -Su voz estaba todavía desprovista de emoción.

Ella esperó, sabiendo que había más. El corazón parecía tronarle en los oídos. No podía conciliar al hombre gentil y amoroso con el que había yacido con alguien capaz de un acto tan brutal. Aunque Nicolai había participado en muchas batallas, derrotado a muchos enemigos, era un temido y respetado don . Era capaz de ordenar la muerta e igualmente capaz de matar.

– Había huellas de patas en la nieve alrededor del cuerpo, aunque los leones están escondidos. No había signos de aproximación humana a él, solo el rastro del león-. No apartó los ojos de la de ella, observándola con la mirada fija de un depredador enfocado en su presa.

– ¿Tengo que creer que tú asesinaste a este hombre, Nicolai? Estabas conmigo la pasada noche -Su garganta estaba hinchada, amenazando con cortarle el aire.

Sus pestañas bajaron para romper el contacto con la mirada de halcón de él. Nicolai no se perdía nada; no tenía forma de ocultarle el más mínimo pensamiento. La leía tan fácilmente. Isabella no sabía que pensar. No sabía que estaba intentando decir él. Alzó la barbilla.

– No lo creo, Nicolai. ¿Por qué le matarías? Podrías haber ordenado su muerte, y nadie te habría culpado.

Él se movió entonces, alejándose de ella con un gesto fluido y felino, poder y coordinación ondeando a través de su cuerpo. Su pelo oscuro se deslizó por la espalda, una melena salvaje tan indomable como el hombre.

– Despreciaba a ese hombre, Isabella. Le quería muerto. No solo muerto, quería que sufriera primero. -Hizo la admisión en una voz baja y compeledora-. Le dejé marchar porque tú me lo pediste, no porque estuviera de acuerdo contigo. Quise saltar sobre él y hacerle pedazos en el momento en que fue traído ante mí por lo que te había hecho. Por las horas de miedo que te causó. Por el peligro en que te puso. Por su cobardía al no volver inmediatamente cuando comprendió lo que había hecho, si su historia era cierta. Le quería muerto.

– Quererle muerto no significa que tú le mataras, Nicolai.

Se dio la vuelta para enfrentarla, pareciendo peligroso y poderoso.

– No me importa si le maté -dijo, las palabras le cortaron profundamente el corazón a ella-. Me importa que no lo recuerdo. Salí esta mañana, y corrí. Liberé a la bestia para que corriera libre.

Ella se tomó un momento para recomponerse.

– ¿Por qué ibas a utilizar un cuchillo, Nicolai? Eso no tiene sentido. Si utilizaste un cuchillo, tendrías que recordarlo.

Él se encogió de hombros.

– Recuerdo la víspera cuando él estaba de pie en esta habitación y admitió haberte encerrado en ese almacén, quise empujarle mi estilete a través de la garganta. -Su mirada encontró la de ella sin flaquear-. No me disculparé por quién soy, Isabella. Y nunca me disculparé por desear destruir a cualquier enemigo que se atreva a intentar apartarte de mí. Nunca me disculparé por mis sentimientos hacia ti. No solo estoy dispuesto a morir por ti, sino que estoy más que dispuesto a matar por ti. Y no me disculparé por eso tampoco.

– Nunca te lo he pedido -replicó ella tranquilamente. Agradeció el entrenamiento de su padre, por la compostura que había mostrado cuando cada una de las revelaciones de él la habían sacudido hasta su centro mismo-. Si me perdonas, Nicolai, debo atender al mio fratello.

Él pisó suavemente atravesando el suelo entre ellos, sus pisadas silenciosas, sus ojos ámbar ardiendo.

– Aun no, Isabella. No me dejes aún. Quiero mirar tus ojos y ver que he destruído lo que hay entre nosotros.

Ella inclinó la cabeza, sus ojos encontrando los de él sin flaquear.

– No creo que puedas destruir nada entre nosotros. Te amo con todo mi corazón. Toda mi alama. Confiesa todo lo que quieras, Nicolai, muéstrame tu peor lado, todavía te amaré-. Levantó los brazos, cogió su cara entre las manos, y le besó con fuerza. Sus ojos resplandecieron hacia él-. Y que te quede claro, Nicolai DeMarco. Si lo peor ocurriera y la bestia se liberara y me destruyera, nunca lamentaré lo que compartimos, lo que somos juntos. Amo cada centímetro de ti. Incluso esa parte de ti que es capaz de destruirme.

Cuando pretendió girarse y alejarse de él, él apretó su agarre y bajó la cabeza para reclamar su boca. El amor fluyó, casi abrumándolo, casi superándole. Le atravesó con la fuerza de una avalancha y la sacudió hasta el mismo centro de su ser.

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