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Nicolai tomó un lento sorbo de vino, permitiendo que este goteara por su garganta. Era tan hermosa, tan todo para él.

– Siente tus pechos, Isabella. Quiero que conozcas tu cuerpo como lo conozco yo. Lo perfecto que es. Desliza tu mano hacia abajo por tu estómago y empuja tus dedos profundamente dentro de ti misma.

Esperaba una tímida protesta, pero Isabella tenía valor, y deseaba su placer tanto como el propio. Acunó el peso de sus pechos en las palmas de las manos, sus pulgares se deslizaron sobre los pezones. Se quedó sin aliento, atascado en su garganta.

El aliento de Nicolai se quedó atascado en la suya. Su cuerpo se apretó hasta el pundo del dolor. Su mirada estaba pegada a las manos de ella, a la belleza de sus pechos llenos y firmes derramándose de las palmas. Observó como los dedos se deslizaban lentamente sobre sus curvas, acariciando su estómago, la curva de su cadera, después enmarañándose en los apretados rizos de su montículo. Los pulmones casi le explotaron cuando los dedos desaparecieron dentro de su cuerpo, como con frecuencia habían hecho los de él.

Su cara se volvió hacia la de él, enrojecida por la pasión, el placer aumentando su belleza. La observó hasta que su aliento se convirtió en cortos jadeos y su cuerpo se estremeció, hasta que ya no pudo soportar estar separado de ella. Se puso en pie, dejó su copa de vino, y empezó a quitarse la ropa.

Isabella se recostó y le observó. Parecía un dios magnífico, con la luz del fuego acariciando los duros ángulos y planos de su cuerpo, con su erección empujando grande e insistente hacia ella. Nicolai extendió la mano, cogió su muñeca, y le succionó los dedos en la caliente y húmeda caverna de su boca. El cuerpo entero de ella se tensó.

– Nicolai -dijo suavemente, casi reverentemente.

Él se arrodilló sobre la cama entre sus piernas abiertas.

– No hay otra como tú, Isabella -Lo decía en serio también. Su cabeza estaba rugiendo, su mente estaba entumecida por el deseo. Su cuerpo era un dolor feroz que parecía como si nunca fuera a poder ser apaciguada. Estaba enorme, grueso, duro y latente por la urgencia. Le cogió las caderas y empujó duro, enterrándose profundamente con una estocada desesperada. La cosa más importante en su vida era tomarla, poseerla, amarla por distracción.

Mientras bombeaba sus caderas con fuerza, guiando las nalgas de ella con las manos, observó su cara, observando el juego de la luz del fuego vacilante sobre sus pechos. Observó sus cuerpos unirse en perfecta armonía. Su vaina era caliente, apretada y encajaba como si hubiera sido hecha para él. Ella alzaba las caderas para tomarle todo, ansiando cada centímetro, sin avergonzarse por demostrar que le deseaba como él la deseaba a ella.

Se perdió en ella, profundo y caliente, llevándola más y más alto. Sintió el cuerpo femenino apretarse, ondear, tensarse alrededor de él. Ella gritó, le hundió los dedos en los brazos cuando rebasó el borde. Nicolai mantuvo la mirada pegada a la de ella, mujer a hombre, hombre a mujer, incluso cuando su cuerpo se sintió primitivo con una lujuria que nunca había experimentado. Empujó con fuerza, estocada tras estocada, manteniendo su placer tan alto que ella lloraba, gritando su nombre, suplicándole.

Cuando llegó su alivio, se derramó en ella, vaciándose completamente. Se derrumbó sobre ella, besando sus pechos, succionando sus pezones en la boca para que el cuerpo de ella continuara tenso y girando fuera de control. Yacieron juntos, corazones palpitando, respirando con dificultad.

Cuando descubrió que podía moverse, rodó a un lado, liberándola de su peso, empujándola sobre el estómago. Nicolai le pasó los dedos por la curva de la espalda.

– ¿Sabes lo hermosa que eres para mí? Pienso en ti todo el tiempo, como eres, así. Tan dispuesta a dejarme amarte de cualquier forma que desee. Tu confianza cuando te tengo toda para mí.

– Siempre me das tanto placer, Nicolai -dijo suavemente. Las manos de él le estaban amasando las nalgas, los muslos, acariciando la parte baja de su espalda. Adoraba cada nueva lección que él le daba en su dormitorio. Se sentía perezosa y contenta, tan saciada como era posible estar, aunque cuando él inclinó la cabeza para besarle el costado de un pecho, su pelo derramándose por el cuerpo de ella, se estremeció en reacción.

Él oyó la nota adormilada en su voz. Jugueteaba con sus sentidos, aumentando su placer incluso más. Ella casi estaba ronroneando de satisfacción. Nicolai se colocó más cerca, su mano acunándole el pecho, su pulgar deslizándose sobre el pezón.

– Duerme, amore mia , por ahora. Necesitarás descanso. No he terminado esta noche. -Y sabía que así era. El cuerpo de ella era cálido y suave. Su confianza en él, su aceptación, su completa entrega de sí misma en sus manos, se le había vuelto tan necesario como respirar.

Isabella vagó hasta el sueño con una sonrisa curvando su boca. Despertó dos veces durante la noche cuando los labios de él se movieron eróticamente sobre su cuerpo, sus manos explorando, memorizándola íntimamente, su cuerpo tomando el de ella. No importaba cómo la poseía, rápido y duro o lento y tierno, se asegurada de que ella encontraba esa última ráfaga de placer y después la besaba de nuevo hasta dormirse.

Su cuerpo estaba deliciosamente magullado cuando despertó en las primeras horas de la mañana. Se sentía bien utilizada, feliz. Nicolai se había desvanecido, sin perturbarla, y los primeros rayos de luz estaban justo empezando a deslizarse a través de los colores de su ventana. Isabella se tomó su tiempo para vestirse, tocando con frecuencia la almohada donde la cabeza de él había descansado. Sus cuerpos habían permanecido entrelazados a lo largo de toda la noche. Sabía que esto era correcto, como debía ser. Su lugar estaba con Nicolai. Compartían algo profundo e íntimo y bien valía la pena luchar por ello.

Relevó a Francesca, que parecía muy cansada, habiendo pasado la noche intentando entretener a Lucca. Había estado intranquilo, tosiendo, algunas veces delirando por la fiebre, otras burlándose de ella y contándole historias. Isabella observó a Francesca plegar las colchas alrededor de su hermano antes de salir inadvertida para obtener un descaso muy necesitado. Isabella se sentó con su costura. Su té y desayuno le fueron servidos en la habitación de su hermano, y la mañana pasó tranquilamente hasta que Lucca despertó.

Él le sonrió, sus ojos oscuros vivos con amor.

– Lo hiciste, Isabella. Salvaste mi vida. Un milagro. ¿Pero te he atado a un monstruo? ¿Cómo es él, este don que ha reclamado a mi hermana?

Ella se ruborizó, sintiendo el color subir por su cuello.

– Le conociste. Es maravilloso -Cuando él continuó mirándola fijamente, suspiró. Nunca había sido capaz de mentirle-. Las historias son ciertas, Lucca. La legenda, los leones, el hombre. Todo es cierto. Pero le amo y deseo estar con él. Él intenta protegerme, pero en realidad, no hemos descubierto como derrotar a la maldición -Se lo barbotó todo, hasta el último detalle, aparte del hecho de que ya había yacido con el don .

Él se frotó las sienes, sus ojos oscuros reflejaban su confusión interna. Lucca nunca había malgastado tiempo en arrepentimientos, o circunstancias que no podía cambiar.

– ¿Si pudiera arreglar tu escapada, te marcharías?

Ella sacudió la cabeza.

– Nunca.

– Temía que dijeras eso -La admiración se arrastró hasta su mirada-. Entonces supongo que no tengo más elección que ponerme bien y guardarte la espalda. ¿Qué hay de Francesca? No puedo imaginarla moviéndose furtivamente intentando asesinarte. Me ha mostrado solo bondad.

Isabella le miró penetrantemente. Había una nota en su voz que no había oído nunca antes.

– Es una mujer notable, diferente, con extraordinarios dones. Se agradable con ella, Lucca. Veo ese brillo burlón en tus ojos cuando ella está alrededor.

Él sonrió, impenitente.

– Pica tan bellamente cada cebo, ¿cómo puedo resistirme? -Su sonrisa se desvaneció-. Ve con cuidado, Isabella, hasta que esté más fuerte y pueda ayudarte. Si pensamos en esto juntos, deberíamos ser capaces de encontrarle una salida.

– No le abandonaré -declaró ella incondicionalmente.

Francesca entró con el más breve de los toques.

– ¿Cómo estás esta mañana, Lucca? Desperté y pensé en sentarme contigo si quieres compañía. ¿Isabella, tienes cosas que quieras hacer?

Isabella vio la rápida sonrisa de bienvenida en la cara de su hermano para la hermana del don . Se puso en pie con un pequeño suspiro. Lucca no tenía tierras, nada que ofrecer si decidiera que quería a Francesca, y ella cargaba el legado DeMarco en la sangre.

– Grazie , Francesca -Besó la coronilla de su hermano-. Creo que se siente mejor, así que vigila sus burlas. -Echándole el pelo hacia atrás, sonrió a Luca-. Compórtate.

Lucca le lanzó una sonrisa afectada, caldeando su corazón. Estaba volviendo más a su viejo ser a cada hora que pasaba.

Isabella se abrió paso a través del castello , consciente de las dos sombras, los guardias que Nicolai había ordenado que la vigilaran. Ignoró su presencia, dirigiéndose hacia la biblioteca, su único santuario. Estaba dando vueltas a la cuestión de Francesca y Lucca en la cabeza. Inmersa en la idea, le llevó un tiempo darse cuenta de que los sirvientes que pasaban junto a ella susurraban en grupos. Sus voces eran bajas y agitadas.

Se detuvo en medio del gran salón, temiendo de repente que la batalla con Don Rivellio pudiera haber empezado. Seguramente Nicolai se lo habría dicho, aunque la había dejado en la cama en las primeras horas.

Preocupada, se volvió hacia el grupo de sirvientes más cercano, decidida a averiguar qué los había puesto nerviosos.

Los susurros se detuvieron en el momento en que Isabella se aproximó, los sirvientes de repente estaban extraordinariamente ocupados. Incluso Alberita fregaba cumplidoramente una mota imaginaria en la centelleante mesa del comedor formal. Siguió lanzando miradas subrepticias hacia Isabella y apartando después precipitadamente los ojos.

Molesta, Isabella fue en busca de Betto. Este estaba hablando suavemente con otros dos hombres cerca de una de las entradas del pasaje de servicio. Dejaron de hablar y miraron al suelo en el momento en que la divisaron.

– Betto -dijo ella-. Debo hablar contigo.

No pareció contento pero abandonó obedientemente a sus compañeros, que escaparon precipitadamente.

– ¿Qué pasa, signorina ?

– Esa es exactamente la cuestión. ¿Qué pasa? El palazzo es un hervidero de rumores. He estado cuidado del mio fratello y no los he oído, pero obviamente me conciernen.

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