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– Dudo que ocurriera eso… tu sei bella -Isabella se inclinó para besarle la mejilla mientras le aseguraba a Francesca que era hermosa-. Pero entiendo la necesidad de verse perfecta cuando se conoce a un hombre guapo por primera vez -Tocó el brazo de su hermano porque no podía dejar de asegurarse a sí misma que estaba con ella.

– Vivirá -prometió Francesca. Levantándose de un salto, se retiró al pasadizo, dejando un silencio atrás.

Una suave risa escapó de debajo de la colcha.

– Eres la misma, hermanita, tu corazón compasivo es inconfundible -La voz de Lucca era adormilada, muy lejana, como si las hierbas en el té le hubieran dejado a la deriva-. Sus lágrimas eran genuinas. Me desgarraron hasta que deseé abrazarla. ¿Quién es?

– Francesca es la hermana menor de Don DeMarco. Creía que estabas dormido -Isabella intentó recordar qué se había dicho. No quería a Lucca ansioso por su relación con Nicolai.

– Estaba dormido, dentro y fuera, y la mayor parte de lo que oí no tenía sentido para mí. Creo que mezclé mis sueños con la realidad, pero alguien debería ocuparse de ella. Ninguna mujer debería tener que soportar tanta pena.

– Duerme, mio fratello , estás seguro aquí, y nadie es más feliz que la tua sorella . -Isabella le besó la sien y le apartó el pelo de la cara, agradeciendo poder sentarse junto a él y ver por si misma que estaba vivo. Después de un tiempo, apoyó la cabeza sobre la colcha y, sosteniendo su mano, se permitió a sí misma dormir.

Casi saltó fuera de su piel cuando una mano apretó su hombro. Nicolai. Conocía su tacto. Su fragancia. La calidez de su cuerpo. Él se inclinó para besarle la coronilla a forma de saludo. Su mano le dejó una caricia en el pelo.

– La sanadora dice que Lucca necesitará mucho cuidado. Más del qué tú puedes darle sola. Sarina te ayudará, pero necesitarás a otro que se quede con él durante la noche -Su voz evidenciaba una callada orden. Tiró de ella para ponerla en pie y al abrigo de su alto y musculoso cuerpo-. Sé que deseas quedarte a su lado día y noche para asegurar su recuperación, pero te enfermarías tu misma, y tu hermano no querría eso. Sabes que tengo razón, Isabella.

Isabella estaba demasiado agradecida por la vida de su hermano como para molestarse por que Nicolai estuviera dictando los términos del cuidado de Lucca por ella.

– He pedido ayuda a una amiga. Ella pasará las noches vigilándole por mí -Isabella deslizó sus brazos alrededor de la cintura de Nicolai. No sé como agradecerte apropiadamente lo que has hecho. No sé como pagártelo. -Apoyó la cabeza sobre su pecho, su oído sobre el firme latido del corazón. El amor fluyó, abrumándola haciendo que se sintiera débil por él. Supo en ese momento que amaba a Nicolai sin reservas, incondicional y completamente.

– Lucca es toda la familia que tengo en el mundo, y tú me lo has devuelto -Inclinó la cabeza para mirar al don , este hombre al que amaba más de lo que nunca había creído posible. Este hombre que creía que algún día podría destruirla.

Los brazos de él se apretaron a su alrededor.

– Tienes más que al tuo fratello, cara mía . Nunca olvides eso -Su voz fue gentil, un sonido suave y retumbante que pareció rezumar en su corazón y alma.

La pureza de sus sentimientos por él la sacudieron. Miró hacia arriba a esos ojos extrañamente coloreados, cautivada por él, atrapada por la intensidad que veía allí. Sus palabras le trajeron el recuerdo de las manos sobre su cuerpo, su boca tomando posesión de la de ella. Más que eso, las palabras trajeron la sensación de él envuelto a su alrededor, sus brazos sujetándola fuerte mientras vagaban hacia el sueño juntos. Con Nicolai, conocía una sensación de paz, de ligereza. Estaban hechos el uno para el otro, enmarañados y remontándose o simplemente yaciendo tranquilamente juntos.

Un golpe en la puerta hizo que Nicolai se desvaneciera de vuelta a las sombras del cuarto. Sonrió hacia ella, señalando a la puerta. Isabella, la abrió cautelosamente, exigiendo a los hombres que estaban allí de pie que mantuvieran las voces bajas.

– ¿Qué pasa? -preguntó a los dos sirvientes a los que Betto había ordeando guardarla dentro del palazzo -. Seguramente puedo estar a solas con el mio fratello.

– Signorina , Sarina está llamando a todos para ayudar en la cocina. Con tanto soldados que alimentar y vigilar, nos necesita allí. Pero Betto dijo que debíamos quedarnos para vigilarla.

Isabella miró hacia atrás en busca del permiso de Don DeMarco, quien alzó una ceja aristocrática hacia ella, después sonrió con la rápida y sardónica sonrisa de chiquillo que siempre le tiraba a ella del corazón. Se volvió a girar hacia los guardias.

– Estaré a salvo en esta habitación con el mio fratello . Vosotros ayudad a Sarina y después volved. Yo estaré aquí mismo, lo prometo.

– Pero signorina -protestó uno, claramente desgarrado.

Ella sonrió tranquilizadoramente.

– Dudo que un león encuentre el camino hasta aquí con la puerta firmemente cerrada. Hacedme saber cuando volvéis. -Cerró la puerta para evitar más conversación.

Nicolai extendió el brazo en busca de ella, atrayéndola con él a las sombras.

– Pero el león ya está en la habitación contigo -susurró él contra su oído. Su lengua le rozó una caricia hacia abajo por el cuello, enviando un estremecimietno de calor a enroscarse a través de su estómago-. No estarías a salvo si tuviera tiempo. Pero los leones están intranquilos, y mantenerlos calmados es un trabajo a jornada completa. Estaré muy agradecido cuando la trampa esté desplegada, y nuestro conejo, Don Rivellio, esté atrapado en nuestra red.

– Ve a trabajar entonces. Yo me sentaré aquí con Lucca y veré que duerma sin perturbación. -Isabella dio a Nicolai un empujó hacia el pasadizo.

Él le cogió la cara entre las manos y la besó sonoramente, dejándola sin aliento.

Isabella cogió la costura que Sarina atentamente había dejado para ella, pero era incapaz de pensar con claridad. Dejó caer varias puntadas antes de arreglárselas para conseguir que su respiración volviera a estar bajo control. Entonces oyó a alguien de nuevo en la puerta. El golpe fue tan suave que casi se lo perdió.

– ¿Signorina Vernaducci? -Brigita estaba retorciéndose las manos incluso mientras hacía una reverencia-. No puedo encontrar a Sarina o Betto, y hay un problema. ¿Vendría usted?

– Por supuesto. Pero necesitaré una doncella para sentarse con el mio fratello . Por favor encuentra a una al instante. La Signorina DeMarco llegará pronto, pero alguien debe sentarse con él hasta entonces.

Los ojos de Brigita se abrieron con sorpresa. Su cara palideció.

– ¿La Signorina DeMarco?

– No hay necesidad de una doncella -anunció Francesca, moviendose fuera de las sombras, obviamente habiendo utilizado el pasadizo oculto-. Y no tienes necesidad de apresurarte, Isabella. Yo velaré por él. -Miró a la joven doncella de arriba a abajo, con expresión arrogante.

– Gracias, Francesca -dijo Isabella con obvio alivio.

– ¿Qué pasa? -Inquirió mientras seguía a la doncella a través de los salones mientras la chica caminaba más y más rápido, con los hombros tensos en silenciosa desaprovación.

– Una mujer ha venido de una de las granjas. Su marido murió hace varios días de fiebre, y tiene cuatro bambini , el mayor tiene nueve veranos. Su granero ardió hasta los cimientos… un accidente atroz. Está pidiendo suministros que le presten ayuda hasta que puedan plantar y conseguir cosecha. Sin un hombre no sé como se las va a arreglar para hacerlo -añadió pesimista.

– ¿Se ha atraído la atención de Don DeMarco sobre esto? La mujer necesitará trabajadores que le presten ayuda -Isabella ya estaba calculando que ayuda necesitaría la viuda para su familia.

– Está ocupado reuniéndose con los hombres de Don Rivellio. Betto está en los barracones, y Sarina está en la cocina ayudando a Cook a preparar comidas para todo el mundo. No sabía que más hacer -gimió Brigita-. La ayudará, ¿verdad, signorina ? No podía enviarla lejos.

– Por supuesto que no podías -dijo Isabella enérgicamente.

Brigita la condujo a una pequeña habitación saliendo por la entrada de servicio. La cara de la viuda todavía mantenía una sorpresa estupefacta. Parecía delgada y desesperanzada. Se inclinó inmediatamente y estalló en lágrimas ante la visión de Isabella.

– Debe ayudarme a ver al don, signorina . No tengo comida para mis bambini. Soy la Signora Bertroni. Debe ayudarme. ¡Debe hacerlo! -Se aferró a Isabella, sus gritos aumentando de volumen.

– Brigita, té de inmediato, y por favor pide a Cook que incluya panecillos dulces. Haz que Sarina te de la llave del almacén, y envía a dos criados a encontrarse con nosotras allí en pocos minutos -Isabella ayudó a la mujer a colocarse en una silla.

Brigita osciló en una rápida reverencia y se apresuró a alejarse de la viuda gemebunda. Isabella murmuró tranquilizadoras condolencias hasta que Brigita volvió con el té.

– Ahora basta, Signora Bertroni. Debemos poner manos a la obra se vamos salvar su granja para sus hijos. Seque sus ojos, y planeemos su futuro.

Las palabras y el tono tranquilizador de Isabella dieron fin al llanto salvaje y abandonado de la mujer.

– ¿Dónde está su hijo mayor? ¿Es lo bastante mayor para ayudarla?

– Está esperando fuera con los pequeños.

– Brigitta se ocupará de los pequeños mientras yo les llevo a usted y a su hijo al almacen en busca de suministros. Tengo dos hombres esperando para ayudarnos a cargar su carreta. Enviaré trabajadores a plantar sus cultivos cuando sea el momento, y su hijo puedo trabajar con ellos y aprender.

– Grazie, grazie, signorina.

En su prisa por completar su tarea, Isabella no se tomó tiempo para ponerse una capa antes de arrostrar el aire libre. Nubes grises se extendían por el cielo y lanzaban sombras oscuras por la tierra. El viento tiraba de su fino vestido, batiendo su pelo, y entumeciendo sus dedos.

El almacén estaba a alguna distancia del palazzo pero todavía dentro de los muros exteriores. Miró alrededor en busca de sus dos guardias, y entonces recordó que se los había enviado a Sarina. Brigitta no había venido con ella, así que no tenía a nadie a quien enviar de vuelta a la cocina en busca de sus guardias y su capa. Suspirando, Isabella se resignó a un frío viaje y un sermón de Don DeMarco cuando los guardias informaran de que no había permanecido donde había prometido.

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