– Pero si estás en el jardín -me dijo.
– No es lo mismo.
Montó en su coche y yo me quedé plantado en la acera. Oí que el motor de arranque giraba en el vacío. La cosa duró un momento y yo me eché a reír.
– Te juro que no tengo nada que ver, no poseo ningún poder mental sobre los coches.
Nina me miró y luego se encogió de hombros.
– Bueno, dame la manivela -suspiré-. Tendrás que decirle a tu chorbo que te arregle este cacharro.
Metí la manivela en el motor, le hice una seña a Nina a través del parabrisas y dejé mi copa encima del capó.
Al tercer intento el motor arrancó, pero con todo el lío me gané un retroceso de la manivela en el antebrazo. El dolor hizo que se me doblaran las rodillas y sentí que un sudor frío me recorría la cara.
Ella sacó la cabeza por la ventanilla, sin soltar el volante.
– ¿Te has hecho daño? -me preguntó.
– ¡Si seré imbécil! -solté.
– Pero, ¿cómo te lo has hecho? A ver…
– No, si no se ve nada, ya está…
Moví los dedos.
– No ha sido nada, se me pasará -añadí-. Puedes irte…
En el momento en que arrancaba, vi que la copa resbalaba sobre el capó y estallaba en la calle. Me quedé mirando cómo se alejaba el coche con su cinta de humo azul pegada en el trasero.
Escuchaba las voces que venían del jardín, pero decidí volver a casa; ya me había hartado. Caminé hasta mi coche con el brazo pesándome toneladas, y me pareció que me dolía menos si hacía muecas de dolor.
Conduje tranquilamente con un cigarrillo encendido en los labios, con los ojos semicerrados, sin música y a caballo sobre la línea blanca. Puedo conducir incluso cuando he bebido, incluso cuando estoy tieso, incluso cuando la vida no me dice gran cosa; soy un as en las grandes carreteras rectas y desiertas.
Cuando casi había llegado, me detuve en un semáforo en rojo. Estaba solo, pero igualmente me esperé, y eso que era el único semáforo de los alrededores. El brazo me daba punzadas. Al pasar frente a lo de Yan, vi que el Mini estaba aparcado en un ángulo. Reduje la velocidad y me detuve justo a su lado. La chica estaba dentro, tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el cristal. Golpeé suavemente, con la mirada fija en su minifalda. Se sobresaltó, puso una cara de película, me sonrió y bajó la ventanilla.
– Oh -dijo-, está cerrado. Me he dormido.
– Ya me di cuenta.
Pareció pensar un momento. Miró al frente mientras se sostenía la uña del pulgar entre los dientes y luego se volvió hacia mí con el rostro iluminado.
– ¿Adonde podríamos ir? -preguntó.
– Me parece que yo me voy a casa -le dije-. Me siento un poco cansado. Estoy herido.
– ¿No hay nada abierto donde podamos tomar algo? ¿No hay nada…?
– No, está todo cerrado. Me he dado un golpe con el retroceso de una manivela y tengo que ver con mayor atención cómo está.
– ¡Qué mierda! Tengo una sed tan espantosa…
– Podemos ir a mi casa, puedo arreglármelas solo. Hasta soy capaz de servir dos copas con una sola mano.
Ella se inclinó hacia la llave de contacto.
– De acuerdo, vamos a verlo… -dijo.
Durante todo el recorrido me pregunté por qué por qué por qué por qué mientras echaba ojeadas por el retrovisor; pero apenas iba a treinta, no podía perderla. Aparcamos frente a la casa, fui hasta la puerta sin esperarla, no tenía ganas de discutir afuera. Me gustó su apresurado taconeo en la acera y cerré apenas hubo entrado, con un segundo suspiro.
No hacía ni cinco segundos que había encendido la luz cuando ella cayó de rodillas en la alfombra, con mi montón de dis eos apretado contra el pecho y los ojos en blanco.
– Es fantástico… es fantástico -dijo-. ¡Podremos oír música!
– Tengo algunos discos viejos -comenté-. No valen mucho.
– ¡Y qué demonios importa! ¡No son para OÍRLOS!
– Entonces servirán.
Empezó a tocar los botones, me pareció que les daba vuelta en todas direcciones; carraspeé y avancé hacia ella.
– Espera, lo haré yo -le dije-. Estoy acostumbrado.
Puse en marcha el cacharro; luego fui a la cocina para preparar las copas. Aumenté la dosis para ella, sabía que era una chica difícil de derrotar. Cuando regresé, había tirado su chaqueta en el sillón y empezaba a calentarse, ya iba descalza. Le pasé su copa mirándola a los ojos, pero no me pareció que la tuviera ya en el bolsillo. Había¡ algo en aquella chica que se me escapaba, aunque a lo mejor estaba equivocado. Levantó su copa.
– Y yo que creía que se me había fastidiado la noche… A tu salud.
Asentí con la cabeza. De nuevo empezaba a sentir cierto cansancio, el brazo me dolía y fui al cuarto de baño mientras ella volvía a poner en marcha su cuerpo. Se ha levantado en bloque, pensé suspirando.
Encontré una venda y pomada. Mientras me hacía la cura, la música hizo temblar las paredes, la tía debía de haber encontrado el botón del volumen y yo me preguntaba cómo iba a apañármelas, sobre todo para que se aguantara el puto vendaje. Le corté la inspiración para pedirle que me ayudara. Lo hizo rápidamente. Luego recuperó su marcha infernal y yo pensé bueno, o espero a que se canse o hago saltar los fusibles. Me senté en los almohadones a la altura adecuada, y bebí mi copa a sorbos breves. Ella llevaba aquella minifalda y una blusa a rayas que se le pegaba a la piel y yo la miraba sin pensar demasiado. Al cabo de un momento entendí lo que había querido decirme a proposito de bailar, sentí hasta qué punto le gustaba y me dije mierda, esta chica casi es guapa, le gusta algo. Me levanté y traje la botella de la cocina. Cuando paró la música, la chica se deslizó hasta el suelo, sentada en sus talones, y desparramó los discos a su alrededor.
– Que bárbaro… -dijo-. ¡Está lleno de cosas que no conozco!
– ¿Qué tal si respiráramos un poco? -propuse.
No me contestó, hizo como si no me hubiera oído y yo adelanté una mano hacia su muslo; era arriesgado, pero a veces el cansancio te hace ser audaz. Sin embargo, la chica sacó un disco con dos dedos y como si no pasara nada se inclinó sobre el tocadiscos. La dejé hacer, me parecía que el precio no era excesivamente alto, tenía la piel suave y muy blanca y yo sentía que la cosa iba a estar bien. Me desplacé lentamente para acariciarle las nalgas y tuve la opresión de caer en el vacío cuando encontré el elástico de sus bragas. Tardé un cuarto de segundo en reconocer la cara dos de Grasshoppery me pregunté si ella lo habría hecho a propósito porque estaba tan bien elegido y era tan perfecto para nosotros dos… Empecé a reptar por la alfombra; iba ganando terreno y no sé qué le pasó, ni siquiera había deslizado un dedo entre sus pelos y ella sonreía mirando el techo, pero de improviso salió disparada como una flecha y la encontré de pie.
– ¿Lo oyes? -exclamó-. ¡¿LO ESTÁS OYENDO?! No puedo desperdiciarlo. ¡Hey!, es realmente BUENO.
Volvió a dar saltos con sus pies y a gesticular por encima de mi cabeza. En aquel momento tenía que haberlo comprendido, pero no hice comentarios. Regresé a mi puesto junto la pared, tomé un trago y chasqueé los dedos intensamente; en ese disco hay pasajes que te hacen lanzar gemidos de placer y estábamos totalmente metidos en su música.
Hice un segundo intento un poco después. Estábamos en la cocina porque ella había decidido hacer crepés. Vas a ver, decía, vas a verlo, son mi especialidad; y me senté en una silla mientras ella mandaba a paseo todas mis ollas y tiraba el azúcar en polvo. Se puso de puntillas para alcanzar no sé qué y mi mano se colocó inmediatamente entre sus piernas. Permaneció sin moverse, con los muslos ligeramente abiertos, lo suficiente como para que pasaran mis dedos.
Al cabo de un minuto, retiró mi mano.
– Necesito un medidor -dijo.
– ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que no funciona? -pregunté.
– Nada, ¿pero no quieres comer crepés?
– No, las crepés pueden esperar.
Me dedicó una sonrisa interrogativa. El silencio se hacía pesado. Me levanté, la tomé del brazo y la conduje hasta la cama. Ella le seguía sonriendo al techo. Le arremangué la minifalda, le bajé las bragas y ella se dejó hacer mientras le besaba el interior de los muslos. Ya casi lo tenía, me estiré para seguir y ella sólo separó las piernas para que yo pudiera pasar la cabeza.
Algunas chicas tardan en llegar, algunas son frías como estatuas y otras han hecho promesas insensatas; algunas te hacen sufrir los tormentos del infierno antes de cerrar los ojos y otras prefieren a las mujeres o a los tipos un poco maduros. Me pregunté a cuál de esas categorías pertenecería aquella chica. Me sequé la boca y me apoyé en un codo para mirarla.
En un segundo pasó las piernas por encima de mi cabeza y se levantó riendo. Detrás de las cortinas el día empezaba, le di un porrazo al interrumptor y la penumbra me sentó bien. Puso música antes de venir a sentarse en el borde de la cama.
– Lo siento -dijo.
No le contesté. Sólo a mí me pasaban cosas así. Había empezado el día encontrándome una chica en mi cama y no me la había tirado. Luego le saqué brillo a otra chica en su cuarto de baño y tampoco me la tiré. Finalmente, había levantado a otra chica en la calle, la había llevado a mi casa y otra vez no hubo caso de tirármela. A veces me parecía que la vida era realmente fatigante, y era como para preguntarse si no se divertía arrastrándome por un lecho de brasas. Bostecé mirando su espalda en la oscuridad, pero la cosa no tenía importancia. Era como si estuviera sola. Estaba tan acostumbrado a oír música en la oscuridad, con un porro, con algunas cervezas o con fiebre… o a lo mejor simplemente estaba soñando y me deslizaba por una pequeña pesadilla con el aparato; tieso. Ella se volvió hacia mí y sólo vi su silueta, era como en la tele cuando los tipos no quieren ser reconocidos.
– No me gusta, no puedo remediarlo -continuó-. Mejor dicho, nunca siento nada. Me pone nerviosa…
– No importa -le dije-. No es grave.
– Mejor que me vaya, ¿no? -propuso.
– Como prefieras -le dije-. No me molestas, pero voy a acostarme. Si quieres, puedes quedarte oyendo música, no me molesta.
– ¿En serio?
– De verdad. Lo único que tienes que hacer es cerrar la puerta cuando salgas.
Luego dejé de ocuparme de ella. Me desnudé y me metí en la cama con la cara vuelta hacia la pared. Noté que había bajado el volumen y la oía elegir discos. Era una presencia silenciosa y agradable, me subí la sábana hasta los hombros y esperé a que me venciera el sueño.