Aparqué justo enfrente. Con eso de que las casitas estaban llenas de jubilados y de que era la hora de la cena, afuera estaba realmente tranquilo. Se oían miles de cli cli cli cli clic de las dentaduras postizas y parecía que hubieras desembarcado en Marte.
Golpeé la puerta con el pie, detrás de mis paquetes; teníamos que comernos todo eso. Annie vino a abrirme, estaba totalmente fresca, y siempre siento un pequeño latigazo de tristeza cuando la veo.
– Feliz cumpleaños -le dije.
– Gracias. Eres el primero. Voy retrasada.
– Bueno, he venido a ayudarte, pero tengo que dejar esto rápidamente.
Se apartó y me dirigí directamente hacia la cocina.
– A ver, ¿qué puedo hacer? ¿Y dónde está Yan? -pregunté.
Annie hundió las manos bajo el grifo y empezó a limpiar unas cosas que flotaban en el fregadero. Tal vez fuera a envolverlas en una hoja de arroz y no lograba ver si estaban vivas.
– Yan no está -me contestó-. Siempre desaparece cuando hay trabajo. Pero aparecerá enseguida, sólo hay que servir bebida.
– De acuerdo. Si quieres, me encargo de cortar cualquier cosa en pedacitos, puedo hacerlo.
– Muy bien -me dijo-. Fíjate.
Me acerqué a ella, me planté junto al fregadero y miré aquellas especies de cosas retorcidas que flotaban allí dentro.
– Hay que lavar todas estas mierdas -suspiró-. Además, tengo que cambiarme, ni siquiera estoy lista.
Retiró sus manos del agua y se las secó durante un buen rato mientras me miraba con cara de sorpresa.
– Bueno, oye -me dijo-, ¿así es como me ayudas?
Me comí una uña, me arremangué y metí las manos en la piscina de los tiburones. Agarré una de aquellas cosas blanquecinas y la apreté mirando fijamente el embaldosado de la pared, con las luces que bailaban. Hagas lo que hagas, siempre hay momentos malos y es casi imposible evitarlos, así que le di unas vueltas entre mis dedos a la cosa aquella y le pregunté pausadamente a Annie:
– ¿Qué se supone que tengo que hacer con exactitud?
– Nada. Los lavas. Tengo el tiempo justo para pasar por el baño; ¡hey!, ¿vendrás a frotarme la espalda?
– Vale, sí, cuando me haya librado de estas cosas.
– ¿Te gusta? Es súper, es pulpo.
– Jo, pues menos mal que no han puesto la cabeza -dije.
Se marchó, yo me volví para coger mi copa y oí que hacía correr el agua en el primer piso. Di una vuelta por la cocina y descubrí que había mantequilla de cacahuete, una tableta de chocolate con almendras y dos o tres pastelitos alemanes; era bastante tranquilizador. Había también un fondo de Coca y lo eché a mi bourbon. A continuación, repesqué los pedazos del monstruo con una espumadera. Mierda, esos bichos viven en el agua, en el fondo del mar, no pueden estar excesivamente sucios.
Me zampé unas cuantas aceitunas plantado delante de la ventana. Era un buen instante, silencioso, sólo una única copa y uní fondo de cielo malva. Además, me encantan las palmeras y Yan tenía una en su jardín, el muy cerdo. A veces sucede que un anochecer parece arrancado del paraíso.
Cuando Annie me llamó, subí corriendo hasta el cuarto da baño. De toda la casa, era la habitación que más me gustaba, repleta de plantas verdes, con la luz tamizada que se filtraba, con todos los frascos bien alineados y con montones de toallas suaves! como la bruma. No tenía nada que ver con esos cuartuchos minúsculos y hediondos, cubiertos con mosaicos de hospital y decorados con colores vomitivos. Annie estaba estirada en la bañera y tuve la impresión de meterme en un spot publicitario; dos pequen ños hombros redondeados, el agua azul y burbujas de espuma que! rebasaban los bordes.
– Bueno -dije-, aquí estoy, cuando quieras…
Se echó a reír y se puso a cuatro patas. Su espalda emergió como una isla, con pequeñas olas que le lamían las caderas. En realidad apenas me permitía verle gran cosa; sólo podía imaginar sus tetas apuntando hacia el fondo y su vientre liso como el casco de un barco de regatas. Recuerda que te vigila, pensé, olvida todo esto. Me enfundé el guante, empuñé la pastilla de jabón, le froté la espalda y no logré ahuyentar mis ensoñaciones.
No sé cómo ocurrió, pero mi brazo se enredó con la cadenilla. Oí BROOOEEUUUU, la bañera empezó a vaciarse, vi que el nivel descendía y que las burbujas explotaban en su piel. Mierda, dije, pero me quedé inmóvil con un ojo fijo en su mata de pelos nevados, mientras ella extendía nerviosamente la mano hacia la toalla. Le di lo que buscaba, y cuando llevado por mi impulso quise secarle la espalda, me encontré con mis dos manos aferradas a sus caderas. Me había olvidado de todo.
– Bueno, oye, ¿qué te pasa? -me preguntó.
La luz, el silencio, las plantas verdes, la toalla húmeda, las gotas de agua en el suelo, el calor, las noches interminables, todo me llevaba a forzar un poco la suerte.
– Mierda -dije-, ¿qué hacemos?
Se echó a reír, no tardaba nada en comprender.
– ¡¿Qué quiere decir eso de qué hacemos?!
– Que si tengo que enjuagar unos cuantos platos, o tengo que preparar unas tapas, o montar la nata, o qué…
– Voy enseguida -dijo.
Bajé de nuevo y fui al jardín a tomarme una copa en solitario. No era fácil escribir una novela y a la vez ocuparme de mi propia vida; había tenido dificultades para manejar ambos asuntos en el mismo frente y desde hacía cierto tiempo mi novela era la que quedaba mejor parada; me sorbía toda mi energía. Lo dejaba así, me había pasado lo mismo con las anteriores y a fin de cuentas lo había superado. A veces me venían ganas de mandarlo todo al diablo, sobre todo al anochecer, después de haberme pasado todo el día clavado en una silla espiando el menor ruido. De todo el asunto se des-Prendía un dulce cansancio, y no me gustaba; habría preferido algo más brutal, algo que hubiera podido arrancarme con las manos; pero aquello era casi imperceptible, una verdadera mierda, y había que esperar a que pasara. En general, tenía tiempo de tomarme unas cuantas copas.
Poco después fueron llegando los demás, en pequeños grupos. La casa se fue llenando y mi estado de ánimo viró al rosa como si fuera papel tornasol. El sonido de las conversaciones me hacía! bien, y lo demás no era sino un montón de hojas colocadas bajo mi máquina de escribir, al menos hasta la mañana siguiente.
Todo iba bien y llegó Nina. Estaba sola y me pareció un poco pálida. Le lancé una mirada furibunda a Yan, pero hizo como sil no estuviera al corriente. Por supuesto. Me pregunto cómo podría haber hecho para no acercarme a ella; me pregunto si hubiese servido de algo romperme las dos piernas o que me clavaran al suelo. Supongo que no. Tomé una copa al paso y se la llevé.
– Fíjate -le dije-. Me parece que no tienes demasiado buen aspecto, ¿estás enferma?
Pareció molesta por mi comentario y sacudió la cabeza sin mirarme.
– No, en absoluto, quizás esté un poco cansada, Lili está conmigo y me lleva por todas partes, ¿te imaginas? Y a ti, ¿qué tal te va?
– Estoy escribiendo la novela del siglo y no sé si saldré con vida.
Ya no sé si hacía dos o seis meses que nos habíamos separado, pero me seguía pareciendo muy guapa. En realidad era la chica más guapa de las que había tenido, no me hacía ilusiones, y en la, cama era la mejor de todas, así que era normal que fuera a decirle dos o tres palabras y que me preocupara por su salud. Me quedé! plantado delante de ella mirando al fondo de mi vaso y en el ins-n tante siguiente había desaparecido. Estaba al fondo de la habitación y reía con los demás. Mis relaciones con esta chica son algo: muy misterioso que me supera un poco. Tal vez nos conocimos! en una vida anterior y nuestros papeles ya están escritos, y por eso! siempre tengo la impresión de que con ella nunca hago lo que tendría que hacer. Bueno, en ese momento Annie me tomó por ell hombro y la ayudé a servir el pulpo y los rollos de las narices. Torturarse el cerebro nunca sirve para nada, y hace que el destino sa estremezca.
Por casualidad me encontré sentado a su lado con mi tazón de arroz sobre las rodillas, intentando pescar con las puntas de mis palillos un trozo de tentáculo tan gordo como un dedo. Estaba medio trompa. Había algo que no quería preguntarle. Se lo pregunté:
– ¿Estás sola?
– No -dijo ella.
– Entonces, ¿estás con alguien?
– Eso es exactamente lo que he querido decir.
– Aja.
Miré cómo se llevaba los granos de arroz a los labios.
– ¿Y cómo es el tipo?
Ella movió la cabeza y puso unos ojos como platos.
– Yo estoy solo -continué-. Me hace mucho bien. No voy a empezar enseguida con otra, prefiero seguir respirando un poco…
Nina volvió a mover la cabeza, y como la conocía supe que no valía la pena insistir. Iba a mantener las distancias hasta el fin de la velada, y menos mal que uno de nosotros dos mantenía la cabeza fría, porque si no todo iba a empezar de nuevo. Me pregunto si algún día las cosas serán un poco más sencillas entre nosotros. La verdad es que me parece difícil, o sea que agarré mi copa, me levanté y me fui al jardín.
Me paseé entre los demás con una piedra en el estómago, pero nadie se dio cuenta de nada. Habría sido necesario que me desplomara en la hierba con una lanza clavada en la espalda para que se preguntaran si algo no funcionaba, así que hacía bien conservando mi sonrisa porque, además, era yo quien lo había querido así, ¿no? Nos habíamos puesto de acuerdo en dejarlo, no expliques más cuentos, la libertad, chico, tu jodida libertad. También va de que ella se acuesta con otro, de que un chorbo le hunda su aparato hasta el cerebro, y es tu problema si se te viene encima, solo en tu rincón y luciendo tu sonrisa imbécil.
Por suerte, reuní un poco de fuerza al cabo de un momento y logré unirme a los demás para entregarle mi regalo a Annie. La besé y me quedé detrás suyo mientras soplaba las velas. Miré a Nina por encima del pastel de fresa. Una tarde estaba yo estirado en la cama mirando el techo mientras hacía sus maletas, y me decía a mí mismo tal vez todavía nos montemos algunas buenas sesiones. Pensándolo bien, ESO no tiene nada que ver, aunque sólo fuera una vez por semana; pero la verdad es que no ocurrió nada parecido y había ayunado hasta entonces.
Me pasé el fin de la velada como alguien que tuviera agua en la oreja y se escuchara a sí mismo al tragar; estaba vagamente ausente y podía unirme a cualquier conversación en marcha, y de verdad que no me molestaba en absoluto hacerlo.
Nina fue una de las primeras en marcharse y la acompañé hasta su coche explicándole que un poco de aire me iba a sentar bien.