El tipo era bajo, calvo y revoloteaba a mi lado como una mosca excitada. Yo caminaba de prisa, pasaba por delante de los coches sin aflojar la marcha, sin mirar los precios. Todos aquellos coches eran un verdadero asco, ni siquiera eran feos, reflejaban perfectamente el espíritu de una época ciega y sin brillo. El tipo me alcanzó al final de una las calles y me asió del brazo.
– Mire usted -me dijo-, escúcheme. Estoy aquí para ayudarle. Exactamente, ¿qué es lo que busca?
– Quiero darme un gusto -le dije-. Querría algo un poco divertido.
– ¿Puede explicarme eso de «un poco divertido»?
– Soy demasiado joven para morirme de aburrimiento. Y mi trabajo me obliga a rodearme de un poco de locura.
– Aja, usted debe de ser actor, ¿no? -arriesgó.
– Claro, ¿no me reconoce? Soy el Ángel Exterminador del punto y Coma.
– No. ¿En qué película salía?
– En Como un torrente .
Tuvimos que recorrer toda una calle con paso rápido, antes de que se decidiera a pensar. Me hizo una señal y lo seguí hasta el hangar. Tuvimos que esforzarnos los dos para que corrieran las puertas. Era una especie de taller con motores colgando de cadenas por todos lados, y con olor de aceite caliente. Todos los tipos se habían ido a comer y el lugar estaba en silencio.
A la izquierda había un coche tapado con una lona. El tipo me miró y tuve la impresión de que le habían caído diez años encima.
– Tengo éste -me dijo-. Es el coche de mi mujer. Pero como ella se ha ido, lo vendo, así tengo más espacio. ¿No le parece normal?
– Es lo mínimo.
Tiró de la lona como a regañadientes y pude ver esa maravilla de máquina. No podía compararse con nada de lo que había tenido, me sentí atravesado por una corriente de locura.
– «Cupé Jaguar XK 140» -murmuró-. Tendría que haberla visto al volante, cuando iba por la calle con un brazo apoyado en la ventanilla y con su cabellera rubia que brillaba en el interior como la luz divina…
Yo sonreía. Me di cuenta de que sonreía como un tarado, pero me era imposible abandonar esa expresión. Di la vuelta a aquella joya sin decir ni una palabra y de repente me decidí, abrí la puerta y me senté en el interior; moví el culo sobre el cuero rojo, no escuchaba nada de lo que el tipo me decía acerca de los botones, me importaba un comino, ya me lo repetiría. Me sentía realmente a gusto en aquel momento, no estaba reflexionando en absoluto. Le pregunté cuánto pedía. Me dijo una cifra.
– En ese caso me llevaré sólo la mitad. Pero no me importa, raramente dejo subir a alguien a mi lado.
El tipo se había inclinado por encima de mi cabeza, apoyaba las manos en el capó y hacía muecas.
– Escúcheme -gimoteó-, tengo que deshacerme de este coche, entiéndalo… Cada vez que entro en el taller y lo veo, pienso en mi mujer. Compré este coche para celebrar nuestro aniversario de bodas, ella quería un coche verde con los asientos rojos. Era como una niña, no sé qué pudo pasarle por la cabeza…
Permaneció un momento con los ojos en el vacío. Yo carraspeé y él me anunció una nueva cifra.
– Perfecto -le dije-. Si se esfuerza un poco más, le pongo el dinero encima de la mesa, pago al contado y le quito de encima ese mal recuerdo. Me sentiría feliz pudiéndole ayudar.
Después de una discusión encarnizada, nos pusimos de acuerdo. Le di todo mi dinero. Era una locura, claro, pero vivía un momento delicioso, nunca me había hecho un regalo así. A menudo había estado a cero en mi cuenta bancaria, incluso he pasado un poco de hambre en ocasiones, y muchas veces he estado a punto de que me faltaran los cigarrillos, y todo eso me convertía en un experto en cuestión de regalos; podía establecer grados de placer. Con un cupé «Jaguar XK 140», el termómetro pasaba a la temperatura del napalm. Era una locura, ¿pero quién puede resistirse a la locura?
– Me hubiera gustado que la viera usted cuando movía el retrovisor para retocarse el maquillaje de los labios -añadió.
Mecánicamente, toqué el retrovisor para comprobar que la tía aquella no se lo había cargado. Inmediatamente cerramos el trato; nos instalamos en su despacho para arreglar los detalles y el sol inundaba la habitación. Qué día tan hermoso hacía, qué sensación tan agradable la de torpedearse uno mismo, la de adelantar el pie que te va a hacer caer al vacío. Yo sabía perfectamente que un tipo sin dinero es como una hoja muerta. Creo que siento una atracción mórbida por la inseguridad.
Iba a marcharme cuando el individuo me hizo una propuesta:
– Si me promete que jamás pasará por delante de mi tienda al volante de este coche, le lleno el depósito de gasolina. Necesito olvidar.
– Por ese precio, no volverá a verme en su vida -le contesté.
Di una vuelta con el coche y regresé a casa. Sentí un desagradable estremecimiento al ver mi antiguo coche, y preferí aparcar un poco más lejos. Bajé mirando a mi alrededor, pero la calle estaba desierta, el majara no andaba por los alrededores. La casa también estaba vacía. Me di una ducha fría. Hacía calor, puse música. Era una de esas tardes de verano en que la luz animal del sol machaca las paredes. No encontré nada excitante en la nevera aparte la cereza fresca, pero ni siquiera estaba seguro de tener apetito. No tenía ganas de hacer gran cosa, sólo sentía la llamada de la puta novela. Había entrado en la recta final después de trescientas páginas errabundas y era el momento en que las cosas se complicaban para mí, sabía que ya no tendría un segundo de tranquilidad. Había algo que en cierta manera era espantoso, pero yo sabía que iba a ser así hasta el fin, hasta el último coro. No cuento ya mis penas como escritor, y sería finalmente rico si me pagaran las horas extra.
Hasta la puesta de sol estuve corrigiendo una docena de párrafos, fumando y tomándome unas cuantas cervezas en un silencio total. Me levanté una vez para comprobar que el coche seguía en a sitio, EN PERFECTO ESTADO; elevé el volumen de la música antes de sentarme de nuevo y encendí la lámpara de mi mesa. Me puse a trabajar mientras los demás salían, se divertían y hacían el amor, y yo no tenía la menor oportunidad de lograr nunca algo semejante. Era todo un fastidio y, siguiendo mi pensamiento, pensé qué coño haría Nina, por qué no estaba en casa. Garabateé un pequeño poema devastador sobre los inconvenientes que tiene eso de vivir con una mujer, pero no pude solucionar el problema.
Hacia las once no había vuelto aún, y difícilmente podía concentrarme en otra cosa. Era incapaz de trabajar. Siempre es una lata que una mujer te invada el alma, creo que le tengo horror a una cosa así. A menudo es a causa de una chica que soy incapaz de borrar mi mente, y porque existen todas esas chicas no tengo fuerza suficiente para retirarme a un pequeño monasterio zen y pasar a las cosas serias. Pero no importa, trataré de encontrar mi camino en el país de las rubias platino y de las morenas salvajes; no intentaré escapar, necesito esas chispas retorcidas que te atan a una mujer, y siempre me pregunto quién va a devorar al otro, cuál de los dos tiene más ganas. Pero apenas vuelvo a levantarme sigo buscando dónde se encuentra la causa del inicio. Me pregunto cómo un tipo puede elegir el sufrimiento frente a la paz interior, y lamento no ser un individuo elevado; me pregunto si el resultado estará a la altura de mis esfuerzos, me pregunto si podré hacerro con un pedacito de paraíso.
Me obligué a escribir. Era tan malo lo que hice que la moral me cayó a los pies. A veces me pregunto si no habrá sido un tarado que escribió eso en lugar mío. Es un momento siniestro aquel en que te encuentras solo en una habitación, a medianoche, y te das cuenta de que has escrito eso, de que aquello que no vale nada ha salido con toda naturalidad de tu cerebro. ¿Por qué a veces ocurre que un hombre no vale nada de nada? ¿Por qué la Naturaleza hace cosas tan monstruosas? ¿Por qué la locura está siempre tan cercana a nosotros? ¿Por qué, eh, por qué?
No pensé en suicidarme, y fui a comerme una naranja a la cocina. La noche era verdaderamente negra y no se veía nada por el lado de la playa, nada que no fuera un agujero negro y estremecedor. ¿Qué puede hacer cuando empieza la noche un tipo solo y sin dinero, sin inspiración, sin ningún deseo? ¿Qué he podido hacer para merecer esto?
Fui hasta el coche, jugué un poco con los botones y regresé. No e sentía mejor. Si ella hubiera estado ahí, silenciosa y viva a mi espalda, no me habría sentido tan mal. Cualquiera en mi lugar se habría preguntado qué cono estaba haciendo ella, cualquiera habría necesitado un poco de calor. Lo que fastidia de los demás es que tienen una vida propia, sus propios problemas y su manido instinto de conservación.
Lavé unas cuantas cosas para refrescarme las ideas; le lavé tres bragas, una de ellas con manchas de sangre, y tuve que restregar como un condenado. Luego me lié un canuto y fui a tender las bragas al cuarto de baño, con el porro entre los labios. Me sentía nervioso. Ella no estaba, pero todas sus cosas estaban ahí, sus camisetas, sus frascos, sus toallas, como si se hubiera hecho invisible, como si realmente me tomara por un gilipollas, y además todo aquello ya empezaba a joderme, chic, chac, grandes gotas caían de las bragas y explotaban entre mis pies. Estiré el cordel y se rompió en dos, las bragas chocaron contra la pared y fueron a dar al fondo de la bañera, con lo que volvió el silencio. Me quedé allí plantado durante un segundo, había un airecillo fresco bastante agradable. Me pregunté de dónde vendría, y claro, venía del vidrio que una chica se había cargado, porque las chicas hacen cosas así, como cargarse un vidrio, como invadirte el cuarto de baño, como largarse cuando las necesitas. Una chica puede agarrar la vida de uno y retorcerla en todos sentidos, una chica es capaz de clavarte en la Cruz y a continuación cortarte en mil pedazos. Me sentía excitado, seguramente había luna llena o bien era una de esas noches en las lúe el escritor queda hecho caldo y en las que me encuentro solo Aperando un milagro, en el silencio y el aburrimiento y la amarara y el hambre. Solo y completamente reventado.
Pero la verdad es que Nina no tenía nada que ver, ni Cecilia, ni ninguna de las demás. De hecho estaba aniquilado, no servía para ada, no tenía fuerzas, había sido incapaz de alinear ni siquiera una frase en toda la tarde, o en cualquier caso había escrito como hac cien años, frases con cara de momias. ¿Qué podía hacer con eso ¿Cómo iba a encender fuego con papel húmedo? ¿Cómo salvar a un tipo que va a ahogarse cuando te agarras a él? Y además, a lo me. jor también era una nulidad en la cama, ¿por qué no?, y una nulj. dad como tipo, una nulidad como amigo, una nulidad en todos los campos de mi existencia, una nulidad hasta en los menores deta-lies, una nulidad igual que aquel gilipollas que se había peleado con tres bragas en el cuarto de baño y que había ganado por abandono.