Hice una mueca mirando a lo lejos y tomé una carta cualquiera, al azar:
– Aún hace buen tiempo, pero ya empieza a notarse el invierno -dije.
No me contestaron. El tipo hacía un buen rato que no me hacía ni caso, devoraba a Nina con los ojos y le decía cosas que yo no llegaba a oír. Lo peor era que ella no parecía molesta, él la apretaba contra su cuerpo bastante descaradamente y ella lo dejaba hacer. Qué cerdo, qué desgraciado, lo tenía fácil con sus ojos claros y sus sienes plateadas, no tenía que esforzarse demasiado para meterse en el morral a una chica un poco borracha… Aunque me hubiera presentado con el premio Nobel de Literatura en el bolsillo, no habría tenido nada que hacer ante un tipo como aquél. Sin embargo, cuando dieron media vuelta para entrar en la casa, los seguí. Si aquel individuo se lo hubiera pensado un poco, habría comprendido que valía más matarme allí mismo que esperar a que soltara la presa. Una extraña paz se instaló en mí, como si bajara por la colina al amanecer después de haberme pasado la vida meditando en una cueva.
En la casa sólo había dos chicas, y un tipo tallado como una montaña y con cara de bebé. Me sentí aliviado al ver que no había demasiada gente. No íbamos a convertirnos en copos en medio de un tornado.
Nadie pareció sorprendido al verme entrar. Claro que no, eran gente guapa, y ésa es una de las primeras reglas que hay que poner en práctica cuando uno quiere estar realmente en el ajo: no sorprenderse por nada, y mirar los golpes que se da el mundo turbulento, desde detrás de los cristales y con ojos indiferentes. Perfecto. Controla tus emociones, baby, el mundo entero tiene los ojos fijos en ti. Yo soy incapaz de hacer cosas así, soy más bien el idiota que lanza exclamaciones del tipo ¡OH! y ¡AH!
Había dos sofás y un sillón, y me encontré sentado en este último, pero en la misma punta y con la espalda bien recta. Justo después vi que salían botellas de todos lados. Increíble, en un segundo todos teníamos una dosis mortal entre los dedos.
Charles parecía estar realmente en forma, no se estaba quieto en el sofá, ni dejaba en paz a Nina sino que atacaba cada vez más. Los otros tres, enfrente, se agitaban silenciosamente. Yo no hacía nada y a veces la vista se me turbaba. Tenía la impresión de que habían disminuido de estatura o que se habían retirado hacia el fondo de la habitación.
Después de este pequeño aperitivo, Charles volvió a llenar las copas, y la de Nina hasta el borde, cuando ella ya ni siquiera podía mantener la cabeza erguida. Que no haga tonterías, me dije, si se toma esa copa, ya estará, no podré impedir nada. Me incliné hacia adelante con una sonrisa y toque él hombro de Charles:
– Oye, no es razonable -le dije-. La conozco y sé que va a ponerse enferma…
Miró a Nina como si estuviera sorprendido:
– ¿De verdad? ¿Vas a ponerte enferma?
Pero Nina no encontró nada mejor que echar la cabeza hacia atrás y lanzar una risita. Charles se creyó autorizado para darme una palmada en el muslo:
– Tranquilo, hombre -me dijo-. Relájate…
Bebió un trago muy largo y luego dejó su copa sobre el brazo del sofá mientras me miraba fijamente. Yo tenía la boca seca. Al otro lado, el gigante sorbía su copa lentamente, con los ojos semicerrados y una chica en cada brazo. Aquellos dos cerdos parecían verdaderos profesionales, tan seguros de sí mismos como todos esos tipos que siguen escribiendo como a principios de siglo, y que son invencibles en el campo de las rimas y los besamanos. Charles acababa de poner una pierna encima de las de Nina, y la besaba furiosamente en el cuello. Aquello me cortó la respiración. Por mucho que mirara al techo al fondo de mi copa, sabía que ella seguía con los ojos fijos en mí. Me parecía insoportable, y aunque ella diera la impresión de estar totalmente ausente, era terrible. Me revolví en mi asiento.
– No es demasiado tarde, ¿verdad, muchachos? ¿Qué tal si fuéramos a dar un paseo por la playa, a tomar un poco el aire?
– Sí, sí, claro que sí, hombre -dijo Charles-, no te preocupes. Te prometo que nadie va a tocar tu copa mientras estés fuera. Tranquilo, hombre…
Encendí un cigarrillo y me hundí en el sillón con las piernas cruzadas. Charles debió de pensar que había demasiada luz o demasiada gente o que faltaba espacio o yo qué sé, pero al final se levantó. Agarró a Nina por un brazo y la arrastró hacia la habitación del fondo. Ella no parecía totalmente decidida, arrastraba un poco las piernas y justo en el momento de pasar la puerta se volvió hacia mí. El otro ni se tomó la molestia de cerrar, avanzaron hasta la cama y vi que Nina caía de espaldas sobre el colchón.
Me froté la nariz antes de levantarme. Los otros me habían eliminado del mundo y el gigante tenía a una chica en cada mano. Cuando llegué a la habitación, Charles estaba también en la cama y coleaba como un pez. Estaba desabrochándose el cinturón y el asunto hacía un ruido como de campanillas. Me acerqué.
– Oye -le dije-, supongo que no vas a hacerlo, ¿verdad? ¿No ves en qué estado se encuentra?
Se volvió lentamente hacia mí. Me miró y luego sonrió. También yo sonreí. Luego se levantó, puso su mano en mi hombro y me empujó con suavidad hasta sacarme de la habitación.
Nos quedamos de pie en un rincón y su mano se deslizó de mi hombro. Me cogió la nuca de forma amistosa e incluso creí que iba a hacerme un masaje relajante, porque hacía cosas con los dedos. Acercó mucho su cara a la mía, conservando la misma sonrisa.
– Oye, mira -dijo-, vamos a ser buenos amigos los dos, ¿eh? ¿Por qué no te sientas en un sillón y te quedas quietecito como un buen chico mientras esperas, eh? Tómate una copa, hombre, acabo rápido y después, si quieres, nos tomamos otra juntos, ¿vale? Pero, ¿entiendes?, necesito que me dejen tranquilo un momento. ¿Entiendes, verdad? Claro que lo entiendes, porque no eres tonto… No, ya veo que no eres tonto. Tranquilo, hombre, puedes empezar a servirme mi copa porque termino rápido, ¿eh?
Dio media vuelta y volvió a entrar en la habitación. Esta vez, cerró la puerta. No oí nada más. Luego la voz de Nina. Abrí la puerta de nuevo. El tipo estaba encima de ella, tenía una mano debajo de su falda y estoy seguro de que ella quería echarlo. Pero él aguantaba firme. Me adelanté sin que me viera, lo agarré por el cinturón y lo hice caer de la cama estirándolo hacia atrás. -Creo que no tiene ganas -le expliqué.
Se apoyó en un codo suspirando y luego llamó a su compañero, como si le contrariara tener que hacer algo semejante. Cuando la especie de armario ropero tapó con su silueta el hueco de la puerta, le habló con voz bastante tranquila.
– Harold -le dijo-, lo siento mucho pero este tipo no quiere entender nada. Sácalo de aquí. Sácalo inmediatamente.
Nina se incorporó en la cama, colocó las piernas debajo del cuerpo y me miró con ojos angustiados, como si saliera de una pesadilla delirante. Aquello me electrizó por completo, sentí que una bocanada de aire caliente me bajaba hasta el estómago y el gigante me levantó sin ninguna dificultad. Pero tendría que buscar alguna otra cosa si quería que yo me interesara en lo que me estaba haciendo. ¡¡NINA!!, grité mientras me sacaba de la habitación. Atravesó la sala llevándome como si fuera una pluma, pero mi alma seguía aferrada a los pies de la cama.
– ¡No te merezco! -vociferé-. ¡Nina, no te merezco!
El otro abrió la puerta y yo sentí el aire fresco que venía del mar. Dudó algunos segundos, luego dio unos pocos pasos y me tiró por la borda.
Sólo tuve tiempo de cerrar los ojos y el agua helada me dejó congelado de pies a cabeza. Estoy muerto, estoy vivo, pensé. Salí de allí abajo como si el propio sol me hubiera arrancado de la noche más profunda, lancé el mismo grito que un recién nacido, y me sentí recorrido por un violento estremecimiento que nada tenía que ver con la temperatura. Nadie me creería si dijera que siento lo mismo cuando deslizo una hoja en el carro de mi máquina, y sin embargo casi es así, esta especie de placer animal que deja entrever el objeto ansiado. Me levanté inmediatamente. El agua me llegaba a la cintura. Levanté la mirada hacia la casa pero no vi a nadie. Todo parecía increíblemente tranquilo, la luna centelleaba a mi alrededor y las olas susurraban ligeramente. Era para transformar a cualquiera en un simple espíritu.
A uno de los lados, vi una especie de escalera de madera que se hundía en el agua y subía hasta la galería. Escalé los peldaños como una locomotora salida de la vía, di un hermoso bandazo y me detuve arriba con la respiración agitada. Goteaba por todos lados y tenía los pies cubiertos de un espeso lodo negro.
Debía de tener un aspecto realmente monstruoso, como el de un tipo que realmente está cerca de su objetivo. Sentía la piel de la cara tensa y a punto de reventar. Como si estuviera remontando el tiempo, noté que llegaba el momento de mi redención.
El gigante me esperaba frente a la puerta. Se rió al verme. No había notado que mis ojos brillaban con un fulgor demencial. No sabía que yo había sido elegido entre todos y se interpuso en mi camino. Pobre tarado. Mi fuerza consistía en que yo tenía el aspecto de candidato al basurero, mojado y debilitado por aquel brazo monstruoso, mientras que el tipo debía pesar veinte o treinta kilos más que yo y me superaba por más de una cabeza. Avanzó hacia mí sin ninguna desconfianza, mientras que yo estaba a punto de salir disparado como una navaja automática lanzando destellos azules.
– No me diviertes nada, ¿sabes, tío?
Extendió despacio una mano hacia mí, y en aquel momento lo levanté del suelo con una patada delirante en pleno vientre. Los dos nos caímos hacia atrás. Pero yo me levanté en seguida, mientras que él se retorcía en el suelo, farfullando. Lancé una breve risa nerviosa y pasé por encima del gigante. Irrumpí en la casa como una máquina demente. Las dos chicas estaban con el culo al aire, pero no alzaron la cabeza hacia mí; fumaban cigarrillos de filtro dorado echadas en los sofás.
De un salto llegué a la habitación y arranqué la puerta. Me quedé deslumhrado porque había una curiosa iluminación. Y al cabo de un instante vi a Charles, que había conseguido quitarse los pantalones. Cabalgaba a Nina, le había arremangado las faldas y tiraba de sus bragas como si fueran un acordeón. Ella se debatía blandamente.
Lancé una especie de chillido y Charles se volvió. Le caía el sudor por ambas mejillas. Antes de que a mí se me ocurriera, comprendió lo que iba a hacerle y miró mi yeso con ojos llenos de temor y repugnancia. Pobre idiota, acababa de darme la cuerda con la que iba a colgarlo. Con la mano libre lo agarré por el cuello, lanzó unos sonidos guturales, y a continuación le rompí el yeso en plena cabeza. Los trozos crepitaron por las paredes. Yo también me hice daño, un pequeño fogonazo al nivel de la rotura, y dejé tirada aquella mierda.