– ¡Santo Dios! Tenga un poco de cuidado, mujer, me ha hecho pasar un miedo espantoso -dije.
– Ay, muchas gracias… Es usted muy amable.
– No es nada -dije.
– Qué ridículo, ¿no? La escalera ha resbalado…
– No, la escalera no ha resbalado. Venga, baje despacito…
– Se lo aseguro, he notado que se iba hacia un lado.
– Que no, que no hay ningún peligro.
Ella no estaba segura y yo casi me estaba durmiendo de pie. Se movió un poco para ver si estaba firme y, efectivamente, la puta escalera resbaló hacia un lado. Mi pie descalzo estaba presamente allí.
Fue como si lo hubiera puesto encima de un raíl y una locomotora le hubiera pasado por encima pitando. El dolor zigzagueó por mi cerebro. Sentí como un desvanecimiento. Me desequilibré hacia delante, bajé directamente y fui a dar sobre la mesa.
Así fue cómo me rompí el brazo.