– Mierda de mierda de mierda -iba diciendo yo.
Con mis manos recorría a toda velocidad sus muslos y le apretaba las nalgas. Parecía un tipo dando vueltas sobre sí mismo en medio de un incendio.
– Oh, desabrocha eso -dijo-. ¡Desabróchame eso!
Empuñaba mi cabeza con sus manos y la aplastaba entre sus piernas. Un olor enloquecedor atravesaba la tela y yo ya estaba medio nocaut. Sólo medio. Hice saltar todos los botones.
– ¡Oh, que aire tan puro! ¡Esta noche me vuelve loca! -suspiró ella.
Yo no hablo en momentos así, trato de no dispersarme excesivamente. Pero sé reconocer la Gracia cuando se encuentra a mi lado y, de haber tenido tiempo, me habría estirado en el suelo con los brazos en cruz y habría hundido la nariz entre las hojas muertas para besar la tierra. Tiré del tejano hacia abajo y también bajaron las bragas. Dejé el conjunto en la mitad de sus piernas.
– ¡Jesús, qué bien se está! -murmuró-. Soy una hierba acariciada por el viento.
Levanté los brazos para atraparle las tetas y metí la lengua en su raja. Me soltó la cabeza con un breve suspiro y se agarró al árbol colocando las manos hacia atrás, ligeramente por encima de la cabeza. No tenía celos del árbol y antes de proseguir me separé un poco para mirarla. Era una visión milagrosa la de aquella chica temblorosa amarrada al poste del suplicio, con las piernas cubiertas hasta las rodillas. ¡Qué imagen tan serena! Atrapé su paquete de pelos como si fuera una cabellera aún humeante, me lo acerqué a los labios y me hizo recordar los buenos tiempos pasados. Durante un segundo, se me llenó el cerebro de viejos recuerdos marchitos. Estábamos a punto de dejarnos ir cuando oímos unos chasquidos muy cerca y vi que una lucecita se acercaba peligrosamente. Lancé una especie de aullido interior mientras Lucie se subía las bragas a todo gas. Un pájaro nocturno elevó el vuelo por encima de nuestras cabezas, batiendo las alas. Había creído que iba a tocar la meta, pero cerraba las manos sobre el vacío. ¿Qué vida era esta que te rompía a pedradas los vasos de agua, cuando acababas de atravesar un desierto infernal? Y el otro, ¿qué cono debía de querer ahora? Estaba seguro de que era él. Lo sabía. Era el puto guía, el tipo con sus shorts y su gorrito de lana en la cabeza. Llegó hasta donde estábamos.
– Ah, os estaba buscando -dijo-. Ya tenemos suficiente leña.
– Nos hemos especializado en las ramitas y la leña pequeña -dije yo-. Estábamos haciendo un buen montón.
– No, podéis dejarlo, los otros han hecho un buen trabajo. Mejor haced el servicio de agua.
– Claro que sí, Vincent… Con mucho gusto -dijo Lucie.
– Como gustes, chico -comenté.
Conservé en la boca el sabor de Lucie hasta que volvimos al campamento, y me convencí de que sólo era cuestión de tiempo; ya casi lo tenía. Mientras los demás preparaban el fuego, Lucie y yo cogimos aquellas especies de ridículos cubos de lona y nos dirigidos hacia el torrente. El agua corría entre las piedras con un silbido nervioso. Nos pusimos de rodillas y hundimos los cubos en la corriente helada. Aproveché para deslizar una mano bajo su jersey, Pero ella me la retiró.
– No -dijo-, desde aquí pueden vernos…
– No estamos atracando un Banco, me parece…
– No, pero vamos a excitarnos y total para nada. Además, no es desagradable esperar un poco… La noche es tan hermosa, tenemos todo el tiempo…
Hicimos varios viajes de ida y vuelta con los cubos y, cuando regresamos la última vez, el fuego se puso a crepitar e inundó los alrededores con una luz bastante infernal. Los demás habían preparado la comida y yo repartí unas cuantas cervezas. Todo el mundo parecía contento.
Al cabo de un momento, Vincent me llevó aparte. Parecía un poco enfadado.
– Tienes que saber que eso no termina de gustarme -me dijo.
– ¿Tienes miedo de que le peguemos fuego a la montaña?
– No, no es eso. Pero tú eres nuevo y seguro que hay algo que no has entendido bien.
– A ver, te estoy escuchando.
– Bueno. ¿Sabes?, esta excursión en plena Naturaleza tiene la finalidad de purificarnos, debe ayudarnos a recuperar la relación con una pureza olvidada, tenemos que tomar conciencia de nuestros cuerpo. Me parece que expliqué a fondo todas estas cosas antes de salir, pero tengo la impresión de que no estabas atento.
– No es más que una impresión, te lo aseguro.
– Oye, no me parece que se necesite un esfuerzo espantoso para olvidar la civilización durante cuarenta y ocho horas, ¿no crees?
– Claro, nada más fácil, chico.
Se rascó la cabeza y levantó la vista hacia la luna creciente que acababa de salir por encima de los árboles.
– Entoces, explícame una cosa -dijo-, ¿de dónde salen esas porquerías de cervezas? ¿De dónde viene todo ese condenado alcohol? ¿Eh, a ver?
– Oye, estás de broma. ¡Eso no es realmente alcohol!
– No, claro, y dentro de un momento sacarás unos cuantos porros o alguna otra porquería así de ese estilo…
– Ahí, muchacho, me das pena…
Se quedó un momento pensando y después me miró de pies cabeza.
– Bueno -dijo al fin-, creo que voy a olvidar este incidente per en el futuro trata de integrarte mejor en el grupo. Sólo puede hacerte bien.
– No sé que me ha pasado -dije.
Nos reunimos con los demás y comimos un bocado sentados alrededor del fuego. Me perdí en la contemplación de las llamas hasta el final de la comida. Apenas oía su charla, y de plano cerré jos oídos cuando el tal Vincent nos lanzó su memez de discurso sobre la Naturaleza. Hay tipos que pueden convertir en ridicula cualquier cosa, tipos capaces de cargárselo todo. Apasionarse por algo pe» te hace forzosamente más inteligente, contra lo que pueda creerse.
Creí que no iba a terminar nunca pero, en el momento en que perdía toda esperanza, fui designado, junto a algunos otros, para apagar el fuego. No nos hicimos de rogar. Entretanto, unos tipos valerosos plantaron tiendas en un tiempo récord, lo que hizo que sólo unos pocos tuviéramos que compartir la cabana. En mi opinión aún éramos demasiados, pero era aquello o nada. Era aquello o dejarse devorar por los mosquitos y hacerse duchar por el rocío de la madrugada.
La cabaña era bastante grande y además tenía una especie de buhardilla a la que se llegaba mediante una escalera de mano. Inmeditamente supe lo que tenía que hacer. Mientras los otros lo tergiversaban todo y se hacían cumplidos, cogí a Lucie por un brazo y lancé nuestras cosas allí arriba.
– Es nuestra única oportunidad -le dije.
Una vez llegados arriba, me froté las manos. El lugar era encantador, con una ventana pequeña que enmarcaba perfectamente a la luna. Lucie estaba arreglando los sacos de dormir cuando vi que emergía una cabeza a ras de suelo, una cabeza de cincuenta años con gafas y una coleta a cada lada. Estuve a punto de estrangularla pero ya era demasiado tarde, la buena mujer subió los últimos escalones y se plantó con su pijama y su saco enrollado bajo el brazo.
– Creo que estaremos mucho mejor aquí arriba -dijo.
– Estaremos apretados -gruñí yo.
Otra sorda. Pero no tuve tiempo para insistir porque vi que la escalera volvía a temblar. Me lancé hacia delante y empecé a zarandear el asunto hasta que el tipo que estaba abajo abandonó. Está completo, vaya una locura, dije, y retiré la escalera con el corazón rebosando odio.
A continuación me estiré al lado de Lucie. La buena mujer no estaba demasiado lejos de nosotros, nos sonreía y yo le dirigí una mirada asesina.
Tal como me temía, Lucie se negó a hacer nada hasta que nuestra vecina se hubiera dormido. Era un suplicio. Los de abajo habían apagado la lámpara, pero nosotros, allí arriba, conservabamos un rayo de luna, y yo veía que la buena mujer luchaba tontamente contra el sueño, con la boca medio abierta y manoseándose una coleta.
Ese cuento duró más de media hora, y luego su cabeza se cayó hacia un lado. Le hice una seña a Lucie indicándole que la plasta aquélla acababa de dormirse y que íbamos a estar tranquilos hasta el amanecer.
Se quitó la camiseta. Pude jugar con sus tetas y mordisquearle los pezones.
Se quitó aquella cosa apretada y pude jugar con sus piernas, sobre todo con el interior de sus muslos.
Quiso quitarse sus bragas de seda azul pero ahí dije basta. También quería jugar con aquello, Y DE QUÉ MODO. Aquel pequeño pedazo de tela era una pura maravilla que iba directa al corazón; su materia parecía realmente viva. Hice que Lucie se pusiera de rodillas. Apoyó la cabeza en mis brazos y me quedé un momento inmóvil. Estaba verdaderamente fascinado. Un rayo de luna daba directamente allí y resbalaba sobre la seda, yo me mordía los labios. Carajo, aquella condenada cosa iba a engullirme de un momento a otro pero quería verlo, era como un arco voltaico, y quería estar consciente tanto como pudiera. Qué piel tan magnífica tenía. Coloqué una mano sudorosa sobre las bragas y empecé a cerrar lentamente los dedos. La seda se puso tensa como una vela hinchada por el viento. Oía la respiración de Lucie y a continuación cerré el puño y estiré de forma que la tela le entrara entre las nalgas. Era realmente fantástico, su raja empezó a rezumar y rápidamente me ocupé del asunto. Empecé a ver puntitos luminosos por todos lados.
Yo hacía como si las bragas no existieran, Lucie lanzaba pequeños gruñidos. Estaba volviéndome medio loco cuando la buena mujer que estaba ahí al lado se despertó. Se quedó mirando lo que yo estaba haciendo con los ojos abiertos como platos. Me erguí con un hilo de saliva luminosa colgando de mi boca; menos mal que Lucie no se había dado cuenta de nada. Le indiqué a la vieja que se callara aplastándome un dedo en los labios. Gimió y a continuación se puso el anorak sobre la cabeza mientras yo volvía a mi himno a la Naturaleza iluminado por un rayo de luna plateado.
De madrugada, sentí que una mano me zarandeaba. Abrí un Ojo. Vi que las coletas se balanceaban encima de mi nariz y me volví hacia otro lado. Ella me zarandeó con más fuerza.
– Santo Dios -dije-, estoy reventado. ¿Qué quiere?
– Tengo que bajar -dijo.
– Bueno, haga lo que quiera. No se lo estoy impidiendo, ¿verdad?
– No puedo poner la escalera yo sola. Es demasiado pesada para mí…
– Sí, sí, claro, ¿pero por qué no se pone a dormir, eh? Va a despertar a todo el mundo.
– Tengo que hacer pipí… Inmediatamente.
Lancé un suspiro que no acababa nunca y me levanté. No me sentía en forma, tenía las piernas un poco flojas y los ojos hinchados, no había podido dormir ni dos horas y era una sombra de mí mismo. Levanté la escalera, me pareció más pesada que la noche anterior, me acerqué al vacío y la dejé rebalar hasta abajo. La mujer me dio las gracias y luego me obsequió con una extraña sonrisa antes de poner un pie sobre el primer escalón. No sé cómo se las apañó pero le resbaló el pie y estuvo a punto de caer hacia atrás. La pesqué por un brazo en el último momento.