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Ruth se sentó en la sala VIP de las lineas aéreas Delta y se aplicó un vaso de agua helada en el ojo amoratado. Su expresión preocupada, además de su lesión evidente, debió de ser lo que impulsó a otra pasajera, que estaba claramente bebida, a hablarle. La mujer, más o menos de la edad de Ruth, con el rostro tenso y pálido, tenía una expresión dura. Era demasiado delgada, una fumadora empedernida de voz rasposa y acento sureño, incrementado por el alcohol

– Fuera quien fuese, chica, estás mejor sin él -le dijo la mujer.

– Es una lesión de squash

La mujer entendió que se refería al fruto cucurbitáceo de corteza dura conocido por el nombre de squash

– ¿Te arreó un calabazazo? -le preguntó, arrastrando las palabras-. ¡joder, debió de ser una calabaza bien dura!

– Sí, bastante dura -admitió Ruth, sonriendo

Una vez a bordo del avión, Ruth se tomó dos cervezas, una tras otra. Cuando tuvo que orinar, se sintió aliviada al comprobar que el dolor había disminuido. Sólo viajaban otros tres pasajeros en primera clase, y el asiento contiguo al suyo estaba libre. Le dijo a la azafata que no le sirvieran la cena, pero que la despertaran para desayunar

Se recostó en el asiento, se cubrió con la delgada manta y procuró acomodar la cabeza en la minúscula almohada. Tendría que dormir boca arriba o sobre el lado izquierdo, pues el lado derecho de la cara le dolía demasiado para dormir en esa postura. Lo último que pensó, antes de dormirse, fue que Hannah había vuelto a acertar: era demasiado dura con su padre. (Al fin y al cabo, como dice la canción, Ted era sólo un hombre.)

Por fin se durmió. Lo hizo sin interrupción hasta llegar a Alemania, y sus intentos por no soñar fueron vanos

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