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La joven se puso en pie y se quitó los pantalones cortos y la camiseta de media manga, temerosa de la posible torpeza, la acrobacia habitual e involuntaria, de librarse del sudado sujetador deportivo, pero lo consiguió sin un forcejeo embarazoso. Finalmente se quitó las bragas y se puso bajo la ducha sin mirar a Scott. Ya se había enjabonado y estaba bajo el agua, cuando él subió al plato de la ducha y abrió el grifo de su cabezal. Ruth se lavó la cabeza, eliminó la espuma del champú y entonces le preguntó si era alérgico a las gambas

– No, me gustan -respondió Scott

Con los ojos cerrados, mientras se aclaraba la cabeza, ella supuso que él tenía necesariamente que estar mirándole los pechos.

– Me alegro, porque eso es lo que vamos a cenar

Cerró la ducha, salió a la plataforma y se lanzó a la piscina en el extremo profundo. Cuando salió a la superficie, Scott estaba inmóvil en la plataforma y miraba algo más allá de ella

– ¿No es una copa de vino eso que está en el fondo de la piscina? -le preguntó-. ¿Has dado hace poco una fiesta?

– No, fue mi padre quien la dio -dijo Ruth, mientras pedaleaba en el agua

Scott Saunders tenía el pene más grande de lo que ella había imaginado. El abogado se zambulló hasta el fondo de la piscina y recogió la copa

– Debió de ser una fiesta moderadamente alocada -comentó.

– Mi padre es más que moderadamente alocado -replicó Ruth

Flotaba boca arriba; cuando Hannah lo intentaba, apenas conseguía mantener los pezones por encima de la superficie.

– Tienes unos senos muy bonitos -le dijo, zalamero, Scott, quien pedaleaba en el agua a su lado

Llenó la copa de agua y la vertió sobre sus pechos.

– Probablemente mi madre los tenía mejores -dijo Ruth-. ¿Qué sabes de mi madre?

– Nada…, sólo he oído rumores -admitió Scott

– Lo más probable es que sean ciertos. Quizá sepas casi tanto como yo

Nadó hasta la zona que no cubría y él la siguió, sosteniendo todavía la copa. De no ser por la dichosa copa, ya habría tocado a Ruth. Ella salió de la piscina y se envolvió en una toalla. Antes de encaminarse a la casa, con la toalla alrededor de la cintura y los pechos al descubierto, vio que Scott se secaba minuciosamente

– Si metes la ropa en la secadora, estará seca después de cenar -le dijo. Él la siguió al interior, también con la toalla alrededor de la cintura-. Si tienes frío, dímelo. Puedes ponerte algo de mi padre

– Estoy bien con la toalla

Ruth puso en marcha el vaporizador de arroz, abrió una botella de vino blanco y llenó dos copas. Tenía muy buen aspecto con tan sólo la toalla alrededor de la cintura y los senos al aire

– También yo estoy bien con la toalla -le dijo ella, y entonces le permitió que se los besara

Él le rodeó un seno con la mano.

– No esperaba esto -admitió Scott

Ruth se preguntó si lo decía en serio. Cuando tomaba una decisión acerca de un hombre, esperar a que la sedujera era algo que la hastiaba sobremanera. No se había relacionado con ninguno desde hacía cuatro, casi cinco meses, y no tenía ganas de esperar

– Voy a enseñarte una cosa -le dijo Ruth, y le condujo al cuarto de trabajo de su padre, donde abrió el cajón inferior del llamado escritorio de Ted

El cajón estaba lleno de fotografías Polaroid en blanco y negro, centenares de ellas, así como una docena de recipientes tubulares que contenían líquido para revestimiento de positivos. Esa sustancia hacía que las fotos y todo el cajón olieran mal

Ruth le tendió a Scott un rimero de Polaroids sin hacer ningún comentario. Eran las fotos que Ted había hecho a sus modelos, tanto antes como después de dibujarlas. Decía a las mujeres que las fotos eran necesarias a fin de poder seguir trabajando en los dibujos cuando ellas no estuvieran presentes, que las necesitaba "como referencia". Lo cierto era que nunca seguía trabajando en los dibujos y tan sólo quería hacer las fotografías

Cuando Scott terminó de mirar un rimero de fotos, Ruth le mostró otro. Las fotografías tenían ese aire de amateurismo que suele poseer la mala pornografía, y el motivo no estribaba tan sólo en que las modelos no eran profesionales. La torpeza de sus poses indicaba que se sentían avergonzadas, pero las mismas fotografías daban una sensación de apresuramiento y descuido.

– ¿Por qué me enseñas esto? -le preguntó Scott

– ¿No te ponen cachondo? -inquirió ella.

– Tú me pones cachondo

– Supongo que estimulan a mi padre -dijo Ruth-. Son las fotos de sus modelos…, se las ha tirado a todas ellas

Scott pasaba rápidamente las fotos sin detenerse a mirarlas. Era difícil hacerlo si uno no estaba a solas

– Aquí hay muchas mujeres

– Mi padre se ha tirado a mi mejor amiga… Sí, ayer y anteayer -le dijo Ruth

– Tu padre se ha tirado a tu mejor amiga… -repitió Scott, pensativo

– Somos lo que un estudiante idiota especializado en sociología llamaría una familia disfuncional -comentó ella

– Yo me especialicé en sociología -admitió Scott Saunders.

– ¿Y qué aprendiste? -le preguntó Ruth, mientras dejaba las Polaroids en el cajón inferior

El olor del líquido para revestir positivos Polaroid era lo bastante fuerte para provocarle arcadas. En cierta manera, era un olor todavía más desagradable que el de la tinta de calamar. (Ruth descubrió las fotos en el cajón inferior del escritorio de su padre cuando tenía doce años.)

– Decidí ir a la Facultad de Derecho, eso es lo que aprendí de la sociología -dijo el abogado pelirrojo

– ¿También has oído rumores sobre mis hermanos? -le preguntó Ruth-. Están muertos -añadió

– Creo haber oído algo -respondió Scott-. Eso fue hace mucho tiempo, ¿no?

– Te enseñaré una foto de ellos -le dijo Ruth, tomándole de la mano-. Eran unos chicos muy guapos

Subieron por la escalera enmoquetada, sin que sus pies hicieran el menor ruido. La tapa del vaporizador de arroz matraqueaba y la secadora también estaba en funcionamiento. Se oía sobre todo el ruido de algo que golpeaba el tambor giratorio de la secadora

Ruth condujo a Scott al dormitorio principal, donde la gran cama estaba sin hacer. Ella casi podía ver las depresiones dejadas en las sábanas arrugadas por los cuerpos de su padre y de Hannah

– Aquí están -dijo Ruth a su acompañante, señalando la foto de sus hermanos

Scott contempló la imagen con los ojos entrecerrados, tratando de leer la inscripción latina encima del portal.

– Supongo que no estudiaste latín cuando te especializaste en sociología -le dijo Ruth

– En derecho hay muchas expresiones latinas

– Mis hermanos eran bien parecidos, ¿no crees? -inquirió Ruth

– Sí, es cierto. Venite significa "venid", ¿no?

– "Venid acá, muchachos, y sed hombres" -le tradujo Ruth.

– ¡Eso sí que es un desafío! -exclamó Scott Saunders-. Me gustaba más ser un muchacho

– Mi padre nunca ha dejado de serlo -le confesó Ruth.

– ¿Es éste el dormitorio de tu padre?

– Mira lo que hay en el cajón de arriba, el que está bajo la mesilla de noche -le pidió Ruth-. Vamos, ábrelo

Scott titubeó, probablemente pensando que allí había más fotos Polaroid

– No te preocupes, no contiene fotos -le aseguró Ruth. Scott abrió el cajón. Estaba lleno de preservativos en envoltorios de brillantes colores, y había además un tubo de gelatina lubricante

– Bueno… Supongo que éste es, en efecto, el dormitorio de tu padre -dijo Scott, mirando a su alrededor con nerviosismo.

– Este cajón está tan lleno de cosas juveniles como no he visto nunca otro igual -dijo Ruth

(Descubrió los preservativos y la gelatina lubricante en el cajón de la mesilla de noche de su padre cuando tenía nueve o diez años.)

– ¿Dónde está tu padre? -le preguntó Scott.

– No lo sé -contestó Ruth

– ¿No esperas que venga?

– Supongo que vendrá mañana hacia las once -respondió Ruth

Scott contempló los preservativos en el cajón abierto

– Dios mío, no me he puesto un condón desde que iba a la universidad

– Pues ahora vas a tener que ponértelo -replicó Ruth. Se quitó la toalla anudada a la cintura y se sentó desnuda en la cama deshecha-. Si te has olvidado de cómo funciona un condón, puedo recordártelo -añadió

Scott eligió un preservativo con envoltorio azul. Besó a Ruth durante largo tiempo y se puso a lamerla durante más tiempo todavía. Ella no necesitaba en absoluto la gelatina que su padre guardaba en el cajón de la mesilla de noche. Tuvo un orgasmo poco después de que Scott la penetrara, y notó que él eyaculaba sólo un instante después. Durante casi todo el tiempo, y sobre todo mientras Scott la lamía, Ruth contempló la puerta abierta del dormitorio de su padre, aguzando el oído por si percibía las pisadas de Ted en la escalera o en el pasillo del piso superior, pero lo único que llegaba a sus oídos era el chasquido o golpeteo de la secadora. (La tapa del vaporizador de arroz ya no matraqueaba; el arroz estaba cocido.) Y cuando Scott la penetró y ella supo que iba a correrse, casi instantáneamente (el resto también terminaría con mucha rapidez), Ruth pensó: "¡Ven ahora a casa, papá! ¡Sube aquí y mírame ahora!"

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