Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– ¿Los Vaughn de Gin Lane? Tienen una magnífica… colección -dijo la dueña de la tienda de marcos. (¡Ese encargo, el de enmarcar los cuadros de los Vaughn, sí que le habría gustado!)

"Exacto, ésa es la señora Vaughn -escribió Eddie-. Tiene un hijo, un niño pequeño."

– Sí, sí, ¡lo sé! -dijo la señora Pierce-. Sigue, por favor

"De acuerdo. Esta mañana, Ted, es decir, el señor Cole, ha roto con la señora Vaughn. Imagino que el final de su relación no ha sido muy agradable. La señora Vaughn parecía habérselo tomado muy a pecho. Y, entretanto, Marion está haciendo las maletas…, se marcha. Ted no sabe que se marcha, pero ésa es la verdad. Y Ruth…, ésta es Ruth. Tiene cuatro años."

– Sí, sí -asintió Penny Pierce

"Ruth tampoco sabe que su madre se marcha -escribió Eddie-. Tanto Ruth como su padre volverán a su casa en Sagaponack y comprobarán que Marion se ha ido. Y también todas las fotografías, todas esas fotos que usted enmarcó, todas excepto la que usted tiene aquí, en la tienda."

– Sí, sí… Dios mío, ¿qué dices? -dijo la señora Pierce.

Ruth la miró con el ceño fruncido y la mujer sonrió niña

Eddie siguió escribiendo:

"Marion se lleva las fotos. Cuando Ruth vuelva a casa, la madre y las fotos habrán desaparecido. Sus hermanos muertos y su madre se habrán marchado. Y lo bueno de esas fotos es que cada una de ellas cuenta una historia. Hay cientos de historias, y Ruth se las sabe todas de memoria"

– ¿Qué quieres que haga? -exclamó la señora Pierce

– Sólo la fotografía de la madre de Ruth -replicó Eddie-. Está en una habitación de hotel, en París…

– Sí, conozco la foto -dijo Penny Pierce-. ¡Claro que puedes llevártela!

– Pues eso es todo -concluyó Eddie, y escribió: "He pensado que probablemente esta noche la niña necesitará algo que poner al lado de su cama. No habrá ninguna otra foto, ninguna de esas imágenes a las que se ha acostumbrado. He pensado que si tuviera una de su madre, en especial…"

– Pero no es una buena foto de los chicos -le interrumpió la señora Pierce-, sólo se ven los pies…

– Sí, lo sé. A Ruth le gustan sobre todo los pies.

– ¿Están listos los pies? -inquirió la niña

– Sí que lo están, cielo -le dijo solícita Penny Pierce.

– ¿Quiere ver mis puntos? -preguntó la niña a la dueña de la tienda-. ¿Y… mi costra?

– El sobre está en el coche, Ruth, en la guantera -le explicó Eddie

– Ah -dijo Ruth-. ¿Qué es la guantera?

– Iré a comprobar si la fotografía está preparada -anunció Penny Pierce-. Casi está lista, estoy segura

La mujer recogió nerviosamente las hojas que estaban encima del mostrador, aunque Eddie seguía con la pluma en la mano. Antes de que se alejara, el muchacho la tomó del brazo.

– Perdone -le dijo, dándole la pluma-. Esto es suyo, pero ¿sería tan amable de darme lo que he escrito?

– ¡Sí, claro! -respondió la dueña, y le entregó los papeles, incluso las hojas en blanco

– ¿Qué has hecho? -le preguntó Ruth a Eddie

– Le he contado un cuento a la señora -le explicó el muchacho

– Cuéntamelo -le pidió la niña

– En el coche te contaré otro cuento -le prometió Eddie-. Después de que nos dé la foto de tu mamá

– ¡Y los pies! -insistió la pequeña.

– Sí, los pies también

– ¿Qué cuento vas a contarme? -le preguntó Ruth.

– No lo sé -admitió el muchacho

Tendría que inventarse uno, pero, sorprendentemente, eso no le preocupaba lo más mínimo. Algo se le ocurriría, estaba seguro. Tampoco le preocupaba ya lo que tendría que decirle a Ted. Le diría todo lo que Marion le había pedido que le dijera… y cualquier otra cosa que le pasara por la cabeza. Creía poder hacerlo, tenía la autoridad necesaria para ello

Penny Pierce también lo sabía. Cuando salió de la trastienda, llevaba consigo algo más que la foto enmarcada. Aunque la señora Pierce no se había cambiado de ropa, de alguna manera había sufrido una transformación, tenía un aire distinto… No era tan sólo un aroma fresco (un nuevo perfume), sino un cambio de actitud que la hacía casi atractiva. Para Eddie, estaba casi seductora. Hasta entonces no había reparado en ella como mujer

Se había soltado el cabello, que antes llevaba recogido, y también había introducido ciertos cambios en su maquillaje. A Eddie no le resultó difícil descubrir qué era exactamente lo que la señora Pierce se había hecho. Tenía los ojos más oscuros y perfilados. El rojo de labios también era más oscuro, y su rostro, si no más juvenil, tenía más color. Se había desabrochado la chaqueta del traje y subido un poco las mangas, y los dos botones superiores de la blusa también estaban desabrochados. (Antes sólo lo había estado el botón de arriba.)

Al agacharse para mostrar a Ruth la fotografía, la señora Pierce reveló un espacio entre los senos que Eddie nunca habría imaginado. Al levantarse, le susurró al muchacho:

– No voy a cobrarte nada por este trabajo, naturalmente. Eddie asintió, sonriente, pero Penny Pierce no había terminado con él. Le indicó una hoja de papel. Tenía una pregunta que hacerle, por escrito, porque era una pregunta que la señora Pierce nunca habría formulado de viva voz delante de la niña. "¿También te abandona a ti la señora Cole?, había escrito Penny Pierce

– Sí -le dijo Eddie. La mujer le dio un pequeño apretón consolador en la muñeca

– Lo siento -susurró.

Eddie no supo qué decirle.

– ¿Se ha ido toda la sangre? -preguntó Ruth

Para la pequeña era un milagro que la fotografía estuviera tan completamente restaurada. Como resultado del accidente, ella misma tenía una cicatriz

– Sí, querida… ¡Está como nueva! -le dijo la señora Pierce-. Oye, muchacho -añadió la dueña, mientras Eddie tomaba a Ruth de la mano-, si alguna vez te interesa un trabajo…

Puesto que Eddie tenía la fotografía en una mano y sujetaba la mano de Ruth con la otra, no le quedaba ninguna mano libre para tomar la tarjeta de visita que le tendía Penny Pierce. Ésta, con un movimiento que le recordó a Eddie la ocasión en que Marion le puso el billete de diez dólares en el bolsillo posterior derecho, insertó diestramente la tarjeta en el bolsillo delantero izquierdo de los tejanos del muchacho

– Tal vez el próximo verano, o el otro… Siempre necesito ayuda en verano -le dijo la dueña

Una vez más, Eddie no supo qué decir y, una vez más, asintió sonriente. La tienda de marcos era un sitio elegante. La sala de exhibición estaba decorada con gusto y contenía ejemplos de marcos a medida. La sección de posters, siempre concurrida en verano, presentaba una colección de carteles de películas de los años treinta: Greta Garbo en el papel de Ana Karenina, Margaret Sullavan como la mujer que muere y se convierte en un fantasma al final de Los tres camaradas… Los anuncios de licores y vino también constituían un tema popular en los posters: había una mujer de aspecto peligroso que tomaba un Campari con sifón, y un hombre tan apuesto como Ted Cole, un cóctel con la cantidad y la marca correctas de vermú

Cinzano, estuvo a punto de decir Eddie en voz alta. Trataba de imaginar cómo sería trabajar allí. Tardaría más de año y medio en comprender que Penny Pierce le había ofrecido algo más que un trabajo. Su recién descubierta "autoridad" era tan nueva para él que el muchacho aún no había aquilatado la extensión de su poder

Entretanto, en la librería, Ted Cole realizaba primores caligráficos ante la mesa donde estampaba sus autógrafos. Su escritura era perfecta. Su firma lenta y como tallada con escoplo era hermosa de veras. Tratándose de un autor cuyos libros eran tan breves y que escribía tan poco, su autógrafo constituía un acto de amor. (Marion le dijo cierta vez a Eddie que la firma de Ted era "un acto de egolatría".) Para los libreros que a menudo se quejaban de que las firmas de los autores eran embrollados garabatos, tan indescifrables como las recetas de los médicos, Ted Cole era el rey de los firmantes de autógrafos. No había nada precipitado en su firma, ni siquiera cuando firmaba cheques. La letra cursiva parecía más bastardilla de imprenta que escritura manual

Ted se quejó de las plumas al librero. Mendelssohn tuvo que ir de un lado a otro de la tienda en busca de la pluma perfecta. Tenía que ser una estilográfica, con la plumilla adecuada, y la tinta necesariamente negra o con la tonalidad roja apropiada. ("Más parecida a la sangre que a un coche de bomberos", explicó Ted al librero.) En cuanto al azul, para el escritor era una abominación en cualquiera de sus tonalidades

Así pues, Eddie O'Hare tuvo suerte. Mientras Eddie tomaba a Ruth de la mano y se encaminaba con ella al Chevy, Ted se tomó su tiempo. Sabía que cada buscador de autógrafos que se acercara a la mesa donde él estaba firmando era una posibilidad de ir en coche a casa, pero Ted era quisquilloso y no quería ser el pasajero de cualquier persona

39
{"b":"94143","o":1}