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Si el editor de Ted no se hubiera compadecido de él por lo que les había sucedido a sus hijos, es posible que hubiera rechazado el libro. La postura negativa de los críticos fue casi unánime, pero el libro se vendió tan bien como los demás libros de Ted, cuya popularidad parecía imparable. La misma Dot O'Hare había comentado que leer aquel libro en voz alta a cualquier niño sería un acto de indecencia que bordearía el maltrato, pero a Eddie le encantó La puerta en el suelo, relato hasta tal punto reprensible que llegó a convertirse en una especie de obra de culto en los campus universitarios

Durante la travesía, Eddie echó un vistazo a El ratón que se arrastra entre las paredes. Lo había leído tantas veces que no volvió a leer una sola palabra y se limitó a mirar las ilustraciones, las cuales le gustaban más que a la mayoría de los críticos. Lo mejor que éstos decían de ellas era que "realzaban" el texto o que no eran "inoportunas". Los comentarios solían ser negativos, aunque no demasiado. (Por ejemplo: "Aunque las ilustraciones no restan valor al relato, le añaden poca cosa. Uno se queda esperando que la próxima vez sean mejores".) Sin embargo, a Eddie le gustaban

El monstruo imaginario se arrastraba entre las paredes. Allí estaba, sin patas delanteras ni traseras, impulsándose con los dientes, avanzando sobre su pelaje. Mejor todavía era la ilustración del espeluznante vestido en el armario de mamá, el vestido que cobraba vida e intentaba bajar del colgador. Era un vestido por cuya parte inferior sobresalía un solo pie, descalzo, mientras que de una manga salía, contorsionándose, una mano con su muñeca. Lo más turbador de todo era que el contorno de un solo seno parecía hinchar el vestido, como si una mujer (o sólo algunos de sus miembros) se estuviera formando en el interior del vestido

No había el dibujo consolador de un ratón auténtico entre las paredes. La última ilustración mostraba al más pequeño de los dos chicos despierto en la cama y asustado por el ruido que se aproximaba. El chico golpea la pared con la manita, para que el ratón se escabulla, pero el animal no sólo no lo hace sino que es desproporcionadamente enorme, no sólo mayor que los dos chicos juntos, sino mayor que la cabecera de la cama, mayor que la cama entera, incluida la cabecera

En cuanto al libro de Ted Cole que Eddie prefería, lo sacó de la bolsa de lona y volvió a leerlo antes de que el transbordador atracara. El relato La puerta en el suelo nunca sería uno de los favoritos de Ruth. Su padre no se lo había contado, y habrían de transcurrir unos años antes de que la niña fuese lo bastante mayor para leerlo por sí misma. Y entonces lo detestaría

Había una ilustración sin ningún disimulo, pero efectuada con buen gusto, de un bebé aún no nacido en el útero de su madre. El relato empezaba así:

"Érase un niño que no sabía si deseaba nacer. Su mamá tampoco sabía si deseaba que naciera

"El motivo era que vivían en una choza, en el bosque de una isla situada en medio de un lago, y no había nadie más a su alrededor. Y, en el suelo de la choza, había una puerta

"Al niño le asustaba lo que había bajo la puerta en el suelo, y a su mamá también le asustaba. Una vez, mucho tiempo atrás, otros niños habían visitado la choza, en Navidad, pero esos niños abrieron la puerta del suelo, desaparecieron en la cavidad que había debajo de la choza y todos sus regalos desaparecieron con ellos

"En cierta ocasión, la mamá intentó buscar a los niños, pero cuando abrió la puerta que había en el suelo, oyó un ruido tan espantoso que el cabello se le volvió completamente blanco, como el de un fantasma. Y notó un olor tan terrible que la piel se le arrugó como la de una uva pasa. Tuvo que transcurrir un año entero antes de que la piel de la mamá volviera a estar suave y las canas desaparecieran. Y, al abrir la puerta del suelo, la mamá también había visto cosas horribles que no quería volver a ver jamás, como, por ejemplo, una serpiente capaz de volverse tan pequeña como para poder deslizarse por la ranura entre la puerta y el suelo, incluso cuando la puerta estaba cerrada, y después volverse de nuevo tan grande que podría llevar la choza sobre el lomo, como si la serpiente fuese un caracol gigante y la choza su concha". (Esa ilustración le había provocado una pesadilla a Eddie O'Hare, ¡no cuando era niño, sino a los dieciséis años!)

"Las demás cosas que había debajo de esa puerta eran tan horribles que uno sólo podía imaginarlas." (Había también una ilustración indescriptible de aquellas cosas horribles.)

"Y por eso la mamá se preguntaba si quería tener un hijito en una cabaña que estaba en el bosque de una isla en medio de un lago, y sin nadie más a su alrededor, pero especialmente por todo lo que podría haber bajo la puerta del suelo. Entonces se dijo: "¿Por qué no? ¡Le diré que no abra la puerta que hay en el suelo!"

"Bueno, decir eso es fácil para una mamá, pero ¿y el pequeño? Éste todavía no sabía si quería nacer en un mundo donde había una puerta en el suelo y nadie más alrededor. No obstante, también había ciertas cosas hermosas en el bosque, en la isla y en el lago." (Aquí había una ilustración de un búho y de los patos que nadaban hacia la orilla de la isla, y en las aguas tranquilas del lago un par de somorgujos se hacían carantoñas.)

"¿Por qué no aventurarse?", pensó el niño. Y entonces nació y fue muy feliz. Su mamá también volvía a ser feliz, aunque decía a su pequeño por lo menos una vez al día: "¡No se te ocurra abrir nunca, jamás de los jamases, la puerta en el suelo!". Pero él, naturalmente, sólo era un chiquillo. Si tú fueses ese niño, ¿no querrías abrir aquella puerta en el suelo?"

Y ése, se dijo Eddie O'Hare, era el fin del relato, sin darse cuenta de que, en el relato auténtico, el niño era una niñita. Se llamaba Ruth y su mamá no era feliz. Había en el suelo otra clase de puerta de la que Eddie no tenía noticia todavía

El transbordador dejó atrás Plum Gut. Ahora Orient Point estaba claramente a la vista

Eddie contempló las fotos de Ted Cole en las sobrecubiertas de sus libros. La foto del autor en La puerta en el suelo era más reciente que la de El ratón que se arrastra entre las paredes. En las dos el señor Cole le pareció a Eddie un hombre apuesto, y el muchacho de dieciséis años se dijo que, a la avanzada edad de cuarenta y cinco, un hombre aún podía conmover los corazones y las mentes de las señoras. Sin duda un hombre como aquél destacaría entre cualquier multitud en Orient Point. Eddie no sabía que debería haber esperado encontrarse con Marion

Una vez el transbordador atracó en el muelle, desde la atalaya de la cubierta Eddie examinó a las personas allí reunidas, un grupo en absoluto impresionante. No había ningún hombre identificable por las elegantes fotos de las sobrecubiertas. "¡Se ha olvidado de mí!", pensó Eddie, y por alguna razón la ausencia le hizo pensar con rencor en su padre: ¡para eso servía ser exoniense!

Sin embargo, desde cubierta, Eddie vio a una guapa mujer que saludaba agitando el brazo a alguno de los pasajeros que estaban a bordo, y supuso que el destinatario de su saludo debía de ser un hombre. La mujer era tan espléndida que a Eddie le costaba seguir buscando a Ted. Su mirada volvía constantemente a ella: con aquella agitación del brazo, era como si la mujer estuviera conjurando una tormenta. (Por el rabillo del ojo Eddie vio que un conductor se desviaba de la rampa al desembarcar y que el vehículo quedaba detenido en la arena pedregosa de la playa.)

Eddie fue uno de los últimos en desembarcar; llevaba la pesada bolsa de lona en una mano y la maleta más pequeña y ligera en la otra. Le asombraba ver que una mujer de belleza tan extraordinaria siguiera exactamente donde estaba cuando reparó en ella, y continuaba agitando el brazo. Se encontraba delante de él, y parecía saludarle. Eddie temió tropezar con ella. Estaba lo bastante cerca como para poder tocarla, percibía su olor, un olor exquisito, y de repente ella le tendió la mano y le tomó la maleta más pequeña y ligera

– Hola, Eddie -le dijo

Si él se moría un poco cada vez que su padre hablaba con desconocidos, ahora supo lo que significaba realmente morir: se había quedado sin aliento, no podía hablar

– Creía que no ibas a verme nunca -le dijo la hermosa mujer. Desde aquel instante, él no dejaría de verla jamás, la vería sin cesar en su mente, la vería cuando cerrase los ojos e intentara dormir. La mujer siempre estaría allí

– ¿La señora Cole? -logró susurrar.

– Llámame Marion-dijo ella

Eddie no pudo pronunciar su nombre. Cargado con la pesada bolsa, caminó tras ella en dirección al coche. ¿Qué más daba que llevara sujetador? De todos modos, él había reparado en sus pechos. Y el fino suéter de manga larga le impedía comprobar si se depilaba las axilas. ¿Qué importaba eso? El áspero vello de los sobacos de la señora Havelock, que tanto le había atraído, por no mencionar sus tetas caídas, habían retrocedido al pasado lejano. Sólo se sentía un tanto azorado porque una persona tan corriente como la señora Havelock hubiera estimulado su deseo

Cuando llegaron al coche, un Mercedes-Benz que tenía el color rojo polvoriento de un tomate sin lavar, Marion le ofreció las llaves

– Sabes conducir, ¿verdad? -le dijo. Eddie aún no podía hablar-. Conozco a los chicos de tu edad y sé que os gusta conducir siempre que tenéis oportunidad, ¿no es cierto?

– Sí, señora

– Marion -repitió ella

– Esperaba al señor Cole -le explicó Eddie.

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