Y dada la edad avanzada de la mayoría de las amigas de Eddie, éste daba por sentado que debería reformar la estancia que fue cuarto de trabajo de Ted Cole (y más adelante despacho de Allan), convirtiéndolo en un dormitorio, pues algunas de las más frágiles y endebles ancianas de Eddie no estaban en condiciones de subir escaleras
Eddie intuía que Hannah le permitiría usar la antigua pista de squash instalada en el granero como despacho, pues le atraía el hecho de que hubiera sido el estudio de Ruth. Puesto que Ted se había suicidado en la pista de squash, Hannah no pondría los pies en el granero, no por respeto, sino porque era supersticiosa. Además, Hannah sólo usaría la casa en verano y los fines de semana, mientras que Eddie tendría en ella su residencia permanente. La esperanza de que ella estuviera mucho tiempo ausente era el motivo principal de que se engañara a sí mismo pensando que, a fin de cuentas, podría compartir la casa con ella. Pero ¡qué enorme riesgo corría!
– He dicho que he estado pensando en algo -volvió a decir Eddie
Hannah no le escuchaba
Mientras contemplaba el paisaje que desfilaba por su lado, la expresión de Hannah se endureció, pasando de una profunda indiferencia a una abierta hostilidad. Cuando penetraron en el estado de Vermont, Hannah se entregó al recuerdo de sus años estudiantiles en Middlebury y miró iracunda el entorno, como si la universidad y Vermont le hubieran causado algún perjuicio imperdonable…, aunque Ruth hubiera dicho que la causa principal de los cuatro años de trastornos y depresión de Hannah en Middlebury se debieron a la promiscuidad de su amiga
– ¡Jodido Vermont! -exclamó Hannah
– He estado pensando en algo -repitió Eddie
– Yo también -le dijo Hannah-. ¿O creías que estaba haciendo la siesta?
Antes de que Eddie pudiera responder, tuvieron el primer atisbo del monumento militar de Bennington. Se alzaba como una escarpia invertida, muy por encima de los edificios de la ciudad y las colinas circundantes. El monumento a la batalla de Bennington era una aguja de lados planos, cincelada, que conmemoraba la derrota de los británicos a manos de los Green Mountain Boys. Hannah siempre lo había detestado
– ¿Quién podría vivir en esta puñetera ciudad? -le preguntó a Eddie-. ¡Cada vez que vuelves la cabeza ves ese falo gigantesco que se alza por encima de ti! Todos los tíos que viven aquí deben de tener complejo de polla grande
"¿Complejo de polla grande?", se preguntó Eddie. Tanto la estupidez como la vulgaridad de la observación de Hannah le ofendían. ¿Cómo podía habérsele pasado por la imaginación la idea de compartir la casa con ella?
La anciana con quien Eddie se relacionaba por entonces (una relación platónica, pero ¿hasta cuándo?) era la señora de Arthur Bascom. En Manhattan todo el mundo la conocía aún por ese nombre, aunque su difunto marido, el filántropo Arthur Bascom, había fallecido mucho tiempo atrás. La esposa, "Maggie" para Eddie y su círculo de amigos más íntimos, había seguido la obra filantrópica de su marido. No obstante, nunca se la veía en una función de gala (aquellos perpetuos actos para recaudar fondos) sin la compañía de un hombre mucho más joven y soltero
En los últimos meses, Eddie representaba el papel de acompañante de Maggie Bascom, y él suponía que la dama le había elegido por su inactividad sexual. Últimamente no estaba tan seguro de ello, y pensaba que, a fin de cuentas, tal vez su disponibilidad sexual era lo que había atraído a la señora de Arthur Bascom, porque, sobre todo en su última novela, Una mujer difícil, Eddie O'Hare había descrito, con amoroso detalle, las atenciones sexuales que el personaje del hombre joven tiene hacia el personaje de la mujer mayor. (Maggie Bascom contaba ochenta y un años de edad.)
Al margen del interés exacto que la señora de Arthur Bascom tuviera por Eddie, ¿cómo podía éste haber imaginado que podría invitarla a la que sería su casa y la de Hannah en Sagapqnack si Hannah estaba presente? No sólo se bañaría desnuda, sino que probablemente invitaría a comentar las diferencias de color entre su cabello rubio ceniza y el vello rubio más oscuro del pubis, al que hasta entonces Hannah había dejado en paz
"Supongo que debería teñirme también el puñetero vello púbico", imaginaba Eddie que Hannah le diría a la señora de Arthur Bascom
¿En qué había estado él pensando? Si buscaba la compañía de amigas mayores, sin duda lo hacía en parte porque eran a todas luces más refinadas que las mujeres de la edad de Eddie, por no mencionar las de la edad de Hannah. (Según el criterio de Eddie, ni siquiera Ruth era "refinada".)
– Bueno, dime, ¿en qué has estado pensando? -le preguntó Hannah
Dentro de media hora, o incluso menos, verían a Ruth y conocerían a su policía
Eddie se dijo que quizá debería considerar el asunto con más calma. Después de todo, cuando terminara el fin de semana, se enfrentaría al viaje de regreso a Manhattan con ella, y durante esas cuatro horas tendría tiempo suficiente para abordar el tema de la adquisición conjunta de la casa
– Ahora no recuerdo en qué estaba pensando -respondió-. Ya te lo diré cuando me acuerde
– Supongo que no se trataba de una de tus arrolladoras y geniales ideas -bromeó Hannah, aunque la ocurrencia de compartir una casa con Hannah le había parecido a Eddie una de las ideas más arrolladoras y geniales que había tenido jamás
– Claro que también es posible que no me acuerde nunca -añadió Eddie
– Tal vez estabas pensando en una nueva novela -sugirió Hannah. Con la punta de la lengua volvió a tocarse el vello rubio oscuro encima del labio superior-. Un relato sobre un hombre joven con una mujer mayor…
– Muy divertido -comentó él
– No te pongas a la defensiva, Eddie -dijo Hannah-. Olvidemos por un momento ese interés tuyo por las mujeres mayores…
– Me parece muy bien
– Hay otro aspecto de esa tendencia que me interesa -siguió diciendo Hannah-. Me pregunto si las mujeres con que te relacionas, me refiero a las que tienen setenta u ochenta jodidos años, son aún sexualmente activas. Es decir, ¿quieren serlo?
– Algunas de ellas lo son y otras quieren serlo -respondió Eddie con cautela
– Temía que dirías una cosa así… ¡Eso me fastidia de veras!
– ¿Crees que estarás sexualmente activa a los setenta o los ochenta, Hannah? -le preguntó Eddie
– Ni siquiera quiero pensar en ello -respondió ella-. Volvamos a tus intereses. Cuando estás con una de esas ancianas, la señora de Arthur Bascom, por ejemplo…
– ¡No he tenido relaciones sexuales con la señora Bascom! -la interrumpió Eddie
– Bueno, bueno, todavía no las has tenido. Pero digamos que las tendrás, si no con ella, con otra vieja dama de setenta u ochenta años. Dime, ¿en qué piensas? ¿La miras de veras y te sientes atraído? ¿O piensas en otra cuando estás con ella?
A Eddie le dolían los dedos, pues aferraba el volante con más fuerza de la necesaria. Pensaba en el piso que la señora de Arthur Bascom tenía en el cruce de la Quinta Avenida y la Calle 92. Recordaba todas las fotografías, de cuando era niña, de joven, novia, madre, novia no tan joven (se había casado tres veces) y abuela de aspecto juvenil. Eddie no podía mirar a Maggie Bascom sin representársela mentalmente tal como fue en cada fase de su larga vida
– Procuro ver a la mujer total -le dijo a su acompañante-. Por supuesto, reconozco que es vieja, pero están las fotografías, o el equivalente de las fotos en tu imaginación de una vida ajena, quiero decir una vida completa. Puedo imaginármela cuando era mucho más joven que yo, porque siempre hay gestos y expresiones arraigados, intemporales. Una anciana no siempre se ve a sí misma como una anciana, y lo mismo me ocurre a mí. Procuro ver la totalidad de su vida. Hay algo muy conmovedor en la totalidad de la vida de una persona
Dejó de hablar, no sólo porque se sentía azorado sino también porque Hannah estaba llorando
– Nunca me verá nadie de esa manera -dijo ella
Era uno de esos momentos en que Eddie debería haber mentido, pero no podía hablar. Nadie vería a Hannah de esa manera. Eddie intentó imaginarla a los sesenta, por no decir a los setenta u ochenta, cuando su vulgar sexualidad fuera sustituida por…, en fin, ¿por qué? ¡La sexualidad de Hannah siempre sería vulgar!
Eddie alzó una mano del volante y tocó las manos de Hannah, que ella se estaba retorciendo sobre el regazo
– Mantén las manos en el puñetero volante, Eddie -le dijo ella-. Por ahora estoy entre novios…
A veces, la tendencia a apiadarse llevaba a Eddie a meterse en líos. Su corazón albergaba la peligrosa creencia de que en realidad Hannah no necesitaba otro novio, sino un buen amigo
– He pensado en que podríamos compartir una casa -le propuso. (Era una suerte que condujera él y no Hannah, porque ella se habría salido de la carretera)-. He pensado que podríamos comprar juntos la casa de Ruth en Sagaponack. Desde luego, supongo que no…, bueno, que no nos solaparíamos a menudo
Por supuesto, Hannah no estaba segura de lo que Eddie le proponía exactamente. En su vulnerable estado mental, la primera reacción de Hannah fue suponer que Eddie le hacía algo más que una proposición amorosa. Parecía como si quisiera casarse con ella. Pero cuanto más hablaba Eddie, más confusa se sentía ella