"Tentado" lo estaba siempre, aunque cada año que pasaba la tentación disminuía. En sus casi cuarenta años de servicio también se había sentido "tentado" a matar un par de veces. Pero el sargento Hoekstra ni había matado a nadie ni se había acostado con ninguna prostituta
No obstante, era innegable que todas las novias de Harry se mostraban preocupadas por sus relaciones con aquellas mujeres de los escaparates y, en número creciente, de las calles. Harry era un hombre de las calles, lo cual había contribuido en gran medida a su afición a los libros y las chimeneas. Haber sido un hombre de las calles durante casi cuarenta años contribuyó de una manera definitiva a su deseo de vivir en el campo. Harry Hoekstra estaba harto de las ciudades, de cualquier ciudad
A una de las novias que había tenido Harry le gustaba leer tanto como a él, pero leía libros inadecuados. Entre las mujeres con las que Harry se acostaba, era también la más relacionada con el mundo de la prostitución. Era una abogada que trabajaba voluntariamente para una organización de prostitutas, una feminista liberal que confesó a Harry que se "identificaba" con las putas
La organización en pro de los derechos de las prostitutas se llamaba De Rode Draad (El Hilo Rojo). En la época en que Harry conoció a la abogada, El Hilo Rojo tenía una incómoda alianza con la policía. Al fin y al cabo, tanto a la policía como a El Hilo Rojo les preocupaba la seguridad de las prostitutas. Harry siempre pensó que esa alianza debería haber tenido más éxito del que tuvo
Pero, desde el comienzo, los miembros de la junta de El Hilo Rojo le irritaron: además de las prostitutas y ex prostitutas más militantes, estaban las mujeres (como su amiga abogada) que le parecían unas feministas nada prácticas y sólo se interesaban por convertir la organización en un movimiento emancipador de las prostitutas. Desde el principio Harry creyó que El Hilo Rojo debería interesarse menos por los manifiestos y más por proteger a las prostitutas de los peligros de su profesión. No obstante, él prefería las prostitutas y las feministas a los demás miembros de la junta, los sindicalistas y los "cazasubsidios", como los llamaba Harry
La abogada se llamaba Natasja Frederiks. Dos tercios de las mujeres que trabajaban para El Hilo Rojo eran prostitutas o lo habían sido, y, en sus reuniones, las que no lo eran, como Natasja, no estaban autorizadas a hablar. El Hilo Rojo pagaba sólo dos salarios y medio a cuatro personas, mientras que el resto de los miembros eran voluntarios. Harry también lo había sido
A finales de los años ochenta hubo más interacción entre la policía y El Hilo Rojo de la que había ahora. En primer lugar, la organización no había conseguido atraer a las prostitutas extranjeras, por no mencionar a las "ilegales", y apenas quedaban prostitutas holandesas en los escaparates o en las calles
Natasja Frederiks ya no trabajaba como voluntaria en El Hilo Rojo, pues también ella se había desilusionado. (Ahora Natasja se consideraba una "ex idealista".) Ella y Harry se conocieron en una de las reuniones que tenían lugar los jueves por la tarde para tratar de las prostitutas novatas. Harry creía que esas reuniones eran una buena idea
El policía se sentaba al fondo de la sala y nunca hablaba a menos que le interpelaran directamente. Lo presentaron a las prostitutas novatas como "uno de los miembros más solidarios de la fuerza policial" y, una vez abordados los temas habituales de la reunión, las veteranas alentaron a las chicas nuevas a que hablaran con él. En cuanto a los "temas habituales", con frecuencia una veterana explicaba a las bisoñas las situaciones en las que deberían tener cuidado. Una de las veteranas era Dolores de Ruiter, o Dolores la Roja, como Harry y todo el mundo en el barrio chino la conocía. Rooie Dolores era furcia en De Wallen y posteriormente en la Bergstraat desde mucho antes que Natasja Frederiks practicara la abogacía
Lo que Rooie siempre les decía a las chicas nuevas era que se asegurasen de que el cliente la tenía empalmada. No era ninguna broma
"Si el tipo está en la habitación contigo, quiero decir, en el instante en que pone el pie en la entrada, debe tenerla tiesa. De lo contrario -advertía Rooie a las jóvenes-, lo más seguro es que no vaya allí en busca de sexo. Y nunca cerréis los ojos -les prevenía siempre-. A algunos hombres les gusta que cerréis los ojos. No se os ocurra hacerlo."
En su relación con Natasja no hubo nada desagradable, ni siquiera decepcionante, pero lo que Harry recordaba con más viveza eran sus discusiones acerca de los libros. Natasja había nacido para discutir, algo que a Harry no le hacía ninguna gracia, pero disfrutaba con una novia que leía tanto como él, aunque no fuesen los libros adecuados. Natasja leía ensayos de gentes empeñadas en cambiar el mundo, soñadores de tendencia izquierdista, obras que en su mayor parte eran auténticos panfletos. Harry no creía en la posibilidad de cambiar el mundo y la naturaleza humana. Su trabajo consistía en comprender y aceptar el mundo existente. Le gustaba pensar que tal vez contribuía a dar al mundo un poco más de seguridad
Harry leía novelas porque encontraba en ellas las mejores descripciones de la naturaleza humana. Los novelistas de su gusto nunca insinuaban que la peor conducta humana fuese alterable. Tal vez desaprobaban moralmente a tal o cual personaje, pero como novelistas no se proponían cambiar el mundo. No eran más que narradores, la calidad de cuyos relatos superaba al término medio, y los buenos contaban historias acerca de personajes creíbles. Las novelas que a Harry le encantaban eran relatos sobre personas reales, entrelazados de una forma compleja
No le gustaban las novelas policíacas ni las llamadas de suspense. (O deducía el argumento demasiado pronto, o los personajes eran poco plausibles.) Nunca habría entrado en una librería para pedir que le mostraran los autores clásicos o la producción literaria más reciente, pero acabó leyendo novelas más "clásicas" y más "literarias" que de cualquier otra clase, aunque todas ellas eran novelas con una estructura narrativa bastante convencional
Le parecía bien que un libro fuese divertido, pero si el autor era sólo cómico, o meramente satírico, se sentía defraudado. Le gustaba el realismo social, pero no si el autor carecía por completo de imaginación, o si el relato no era lo bastante complejo para tenerle en vilo acerca de lo que iba a suceder a continuación. (Una novela acerca de una mujer divorciada que pasa un fin de semana en un hotel playero, donde ve al hombre con el que imagina que tiene una aventura pero no llega a tenerla y regresa a su casa sin que le haya sucedido nada…, este tipo de argumento no bastaba para satisfacer al sargento Hoekstra.)
Natasja Frederiks calificaba el gusto literario de Harry como "escapista", ¡pero él creía obstinadamente que era Natasja quien huía del mundo al enfrascarse en aquellos estúpidos ensayos, llenos de ociosos anhelos de cambiarlo!
Entre los novelistas contemporáneos, el preferido del sargento Hoekstra era Ruth Cole. Natasja y Harry habían discutido sobre Ruth Cole más que sobre cualquier otro autor. La abogada que había ofrecido voluntariamente sus servicios a El Hilo Rojo porque, según decía, se "identificaba" con las prostitutas, afirmaba que los relatos de Ruth Cole eran "demasiado extravagantes". La abogada que defendía los derechos de las prostitutas, pero a quien no le permitían hablar en las reuniones de la organización, decía que los argumentos de las novelas de Ruth Cole eran "demasiado inverosímiles". Más aún, a Natasja no le gustaban las tramas literarias. Según ella, el mundo real, ese mundo que con tanto empeño se proponía cambiar, carecía de una trama discernible
– Ruth Cole es más realista que tú -le dijo Harry
Rompieron la relación porque Natasia consideraba a Harry carente de ambición. Ni siquiera quería ser detective, y se conformaba con ser "tan sólo" un agente que hacía la ronda. Era cierto que Harry necesitaba estar en las calles. Cuando no deambulaba por su verdadero despacho al aire libre, no se sentía como un policía
En la misma planta donde Harry tenía su despacho oficial estaba la oficina de los detectives, una sala llena de ordenadores en la que los agentes pasaban mucho tiempo. El mejor amigo de Harry entre los detectives era Nico Jansen. Nico, a quien le gustaba bromear con Harry, solía decirle que el último asesinato de una prostituta en Amsterdam, el de Dolores de Ruiter en su habitación con escaparate de la Bergstraat, lo había resuelto su ordenador de la sala de informática de los detectives, pero Harry sabía que eso no era cierto
Harry sabía que el testigo misterioso era quien realmente había resuelto el asesinato de la prostituta. El análisis que Harry había efectuado del relato de ese testigo presencial y que, a fin de cuentas, había sido dirigido a Harry, fue lo que en última instancia indicó a Nico Jansen qué debía buscar en su tan valorado ordenador
Pero la discusión de los dos hombres fue amigable. El caso se resolvió y, como decía Nico, eso era lo principal. Sin embargo, aquel testigo seguía interesando a Harry, y no le hacía ninguna gracia que se hubiera escabullido. Lo más irritante de todo era que estaba absolutamente seguro de que la había visto, porque el testigo en cuestión era una mujer… ¡La había visto y sin embargo se le había escapado!
El cajón central de la mesa del sargento Hoekstra le animó a hacer algo, pues no contenía nada que éste debiera tirar. Había en él media docena de bolígrafos viejos y algunas llaves que ya no sabía de dónde eran, pero su sustituto podría satisfacer su curiosidad especulando con su posible uso. También había un utensilio que combinaba un abridor de botellas, un sacacorchos (incluso en una comisaría nunca había tales utensilios en número suficiente) y una cucharilla (no demasiado limpia, pero uno siempre podía limpiarla si era necesario). Harry se decía que uno nunca sabe cuándo puede caer enfermo y necesitar la cucharilla para tomar la medicina