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Pero ahora… Marion no sabía qué hacer. Había ocasiones en que ni siquiera soportaba hablar con Ruth. Era comprensible que la niña quisiera a su padre

¿De modo que ése era el trato?, se preguntaba Marion. Él acaparaba lo que quedaba: la casa, a la que ella amaba pero cuya posesión no deseaba, y Ruth, a quien ella no podía, o no quería, permitirse amar. Ella se llevaría a sus chicos. Ted podría quedarse con el recuerdo de Thomas y Timothy. (Marion había decidido que ella se quedaría con todas las fotografías.)

El pitido de la sirena del transbordador la sobresaltó. El dedo índice, que había seguido contorneando los hombros desnudos de Eddie O'Hare, presionó demasiado la página del anuario y se le rompió la uña. Unas gotitas de sangre brotaron de la piel rasguñada. Marion contempló el surco que su uña había dejado en el hombro de Eddie. Un poco de sangre había manchado la página, pero ella se humedeció el dedo con la lengua y la elimino. Sólo entonces recordó que Ted había contratado a Eddie a condición de que el chico tuviera el permiso de conducir, y que el empleo veraniego de Eddie se había convenido antes de que Ted le hubiera dicho que quería "intentar la separación"

La sirena del transbordador retumbó de nuevo. Era un sonido tan intenso que anunciaba a Marion lo que ahora era evidente: ¡Ted sabía desde hacía cierto tiempo que iba a abandonarla! Pero, cosa que la sorprendía a ella misma, la conciencia de ese engaño de su marido no la encolerizaba. Ni siquiera estaba segura de sentir el suficiente odio hacia él como para indicar que alguna vez le había amado. ¿Se había detenido todo, o había cambiado para ella, cuando Thomas y Timothy murieron? Hasta entonces había supuesto que Ted, a su manera, todavía la amaba. Sin embargo, era él quien iniciaba la separación

Cuando abrió la portezuela y bajó para examinar más de cerca a los pasajeros que desembarcaban del transbordador, era una mujer tan triste como lo había sido ininterrumpidamente durante los últimos cinco años, pero su mente estaba más clara que nunca. Le diría a Ted que se marchara, incluso le permitiría que lo hiciera con su hija. Mejor, los abandonaría a los dos antes de que Ted tuviera ocasión de abandonarla. Mientras se encaminaba al muelle, iba diciéndose: "Todo menos las fotografías". Para alguien que acababa de llegar a aquellas trascendentales conclusiones, su paso evidenciaba una firmeza fuera de lugar. Para quienes la veían, su serenidad era innegable

El conductor del primer coche que salió del transbordador era un necio. Le asombró tanto la belleza de la mujer que caminaba hacia él que se desvió de la calzada y acabó en la pedregosa arena de la playa. Su vehículo permanecería allí atascado durante más de una hora, pero aunque comprendía lo apurado de su situación, no podía dejar de mirar a Marion; era superior a sus fuerzas. Ella no reparó en el incidente y siguió avanzando despacio

Durante el resto de su vida, Eddie O'Hare creería en el destino. Al fin y al cabo, en cuanto puso los pies en tierra, allí estaba Marion

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