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La distancia entre el restaurante y el piso de la camarera era excesiva para recorrerla a pie. Si el asesino la hubiera seguido a casa desde su lugar de trabajo para saber dónde vivía, habría seguido a su taxi en coche o en otro taxi. (Las compañeras de habitación confirmaron que la camarera asesinada siempre tomaba un taxi al salir de El Circo de la Comida Voladora.)

– Debió de haberse puesto perdido al vestir el cadáver con esa camiseta -comentó Cahill a su compañera

– De ahí que se duchara -dijo Margaret

Cada vez le gustaba menos el departamento de homicidios, pero no se debía a las observaciones innecesarias de Cahill, con quien simpatizaba bastante. Se decía que ojalá hubiera tenido una oportunidad de hablar con la dependienta asesinada

La sargento McDermid siempre se interesaba más por la víctima que por el asesino, lo cual no significaba que dar con el asesino no fuese gratificante para ella. Simplemente, le habría gustado tener la ocasión de decirle a la dependienta que no franqueara la entrada a cualquiera que llamase a su puerta. Margaret sabía que tales sentimientos eran inapropiados o por lo menos poco prácticos en un detective de homicidios. Tal vez estaría más a sus anchas en la sección de desaparecidos, donde existía alguna esperanza de encontrar a la persona antes de que se convirtiera en víctima

Margaret llegó a la conclusión de que prefería buscar víctimas en potencia en vez de asesinos. Cuando le confió a Cahill sus pensamientos, el sargento se mostró flemático: "Tal vez deberías solicitar el traslado a la sección de desaparecidos, Margaret", le dijo

Más tarde, ya en el coche, Cahill dijo que la visión de la hamburguesa cubierta de sangre había bastado para convertirle en vegetariano, pero Margaret no permitió que esa observación la distrajera. Ya se imaginaba en la sección de desaparecidos, buscando a alguien a quien salvar en vez de alguien a quien atrapar. Especulaba con que muchas de las personas desaparecidas serían mujeres jóvenes y que no pocos de los casos acabarían siendo homicidios

En Toronto, no solían encontrar a las mujeres secuestradas en la ciudad. Los cuerpos aparecían en algún lugar alrededor de la autopista 401, o bien, después de que el hielo se hubiera resquebrajado en la bahía Georgian y la nieve se hubiera fundido en los bosques, se descubrían los restos humanos cerca de la carretera 66, entre Parry Sound y Pointe au Baril, o más cerca de Sudbury. Tal vez un campesino encontrara algo en un campo, a lo largo de la Línea 11, en Brock. En Estados Unidos, en cambio, con frecuencia se encontraba a un secuestrado en la misma ciudad donde se había producido el secuestro, en un vertedero, por ejemplo, o en el interior de un coche robado. Pero en Canadá había enormes extensiones despobladas más atractivas para los autores de tales delitos

Algunas de las jóvenes desaparecidas se habían escapado de casa. Partían de la Ontario rural y con frecuencia acababan en Toronto, donde a muchas de ellas se las encontraba con facilidad. (A menudo caían en los ambientes de la prostitución.) Pero las personas desaparecidas que más interesaban a Margaret eran los niños. La sargento detective McDermid no había previsto que gran parte de su tarea en la sección de desaparecidos consistiría en examinar fotografías de niños. Tampoco había previsto hasta qué punto llegarían a obsesionarle esas fotos de niños desaparecidos

Las fotografías de cada caso se archivaban, los niños desaparecidos y pendientes de encontrar crecían, en el caso hipotético de que siguieran vivos; así pues, sus últimas fotografías disponibles dejaban de ser fidedignas y Margaret tenía que revisar mentalmente su aspecto. De este modo aprendió que, para tener éxito en la sección de personas desaparecidas, se necesitaba una buena imaginación. Las fotografías de los niños desaparecidos eran importantes, pero se trataba tan sólo de los primeros borradores, eran imágenes de unos niños sometidos a cambios constantes. La capacidad que el sargento compartía con los padres de los niños desaparecidos era un don realmente especial pero torturante: el de ver imaginariamente el aspecto que tendría un niño de seis años a los diez o doce, o cómo sería el adolescente cuando fuese veinteañero. Era "torturante" porque imaginar más crecido o incluso adulto del todo a tu hijo desaparecido es una de las cosas más dolorosas que suelen hacer los padres de esos niños. Los padres no pueden evitar hacer eso, pero la sargento McDermid descubrió que ella también tenía que hacerlo

Si por un lado ese don le era de gran utilidad en su tarea, por otro resultaba una carga en su vida. Los niños a los que no podía encontrar se convertían en sus hijos. Cuando la sección de personas desaparecidas archivaba el caso, se llevaba las fotos a casa

Dos chicos, en particular, la obsesionaban, dos estadounidenses que habían desaparecido durante la guerra de Vietnam. Sus padres creían que habían huido a Canadá en 1968, probablemente cuando era más intenso el flujo de "resistentes a la guerra de Vietnam", como les llamaban, que cruzaban la frontera. Por entonces los muchachos tendrían quince y diecisiete años. Al segundo le faltaba sólo un año para que le llamaran a quintas, pero una prórroga por estudios le habría mantenido a salvo por lo menos durante otros cuatro años. Su hermano menor había huido con él, pues los dos siempre habían sido inseparables

Lo más probable era que la huida del muchacho mayor enmascarase una profunda desilusión a causa del divorcio de sus padres. Para la sargento McDermid, ambos chicos eran más víctima del odio que existía entre sus padres que de la guerra de Vietnam

Fuera como fuese, el caso de los dos chicos ya no era objeto de investigación activa en la sección de personas desaparecidas. ¡Si los dos siguieran con vida, a aquellas alturas habrían llegado a la treintena! No obstante, ni sus padres ni Margaret habían "retirado" el caso

El padre, que se consideraba "bastante realista", había proporcionado al departamento los registros dentales de los chicos. La madre había enviado las fotografías que la sargento McDermid se llevó a casa

Margaret era soltera y había rebasado la edad fértil, lo cual sin duda contribuía a su obsesión por los guapos chicos que veía en aquellas fotos y por lo que podría haber sido de ellos. Si estaban vivos, ¿dónde se encontraban? ¿Qué aspecto tenían? ¿Qué mujeres les habrían amado? ¿Qué hijos podrían haber engendrado? ¿Cómo serían sus vidas? Si aún vivían…

Al principio Margaret tenía en el cuarto de estar de su piso, que hacía las veces de comedor, el tablero de anuncios en el que clavó con chinchetas las fotos de los muchachos, pero de vez en cuando provocaba los comentarios de las personas a las que invitaba a cenar, y optó por llevarse el tablero de anuncios a su dormitorio, donde nadie, excepto ella, vería las fotos

La sargento McDermid tenía casi sesenta años, aunque aún podía mentir con éxito acerca de su edad. Dentro de pocos años estaría tan retirada como el caso de los jóvenes norteamericanos desaparecidos. Entretanto, había rebasado con creces la edad en que podría invitar a alguien a su dormitorio, donde el tablero de anuncios con las fotos de los chicos desaparecidos era el objeto más visible desde la cama.

Había ocasiones, sobre todo en las noches de insomnio, en que lamentaba cambiar las numerosas imágenes de aquellos jóvenes con los que estaba tan encariñada. Y la madre, alternativamente ansiosa y afligida, seguía enviándole fotografías, con comentarios de este estilo: "Sé bien que ya no tienen este aspecto, pero hay algo en la personalidad de William que se refleja en esta foto". (William era el mayor de los dos chicos.) O bien escribía: "En esta foto no se les ve las caras con claridad… Bueno, ya sé que no se les ve en absoluto, pero la evidente picardía de Henry podría serle útil en su investigación"

En la foto a que se refería esa nota aparecía ella misma, la madre de los dos desaparecidos, cuando era una mujer joven y atractiva. Está acostada, en una habitación de hotel. La joven madre sonríe, tal vez se ríe, y sus dos hijos están en la cama con ella, pero ocultos bajo las mantas. Lo único que se ve de ellos son los pies descalzos. "¡Cree que puedo identificarlos por los pies!", se dijo Margaret, desalentada. Sin embargo, no podía dejar de mirar la fotografía

Había otra de William cuando era pequeño, jugando a médicos con su hermano, cuya rodilla examinaba. Y otra donde los muchachos, cuando tenían unos cinco y siete años, respectivamente, trataban de sacar el caparazón de unas langostas, William con cierta destreza y ahínco, mientras que a Henry la tarea le parecía horrenda y más allá de sus capacidades. (Para su madre, esto también demostraba las diferentes personalidades de los chicos.)

Pero la mejor fotografía, tomada cerca de la época de su desaparición, era tras un partido de hockey, al parecer en la escuela de los chicos. William es más alto que su madre y sujeta entre los dientes un disco de hockey, mientras que la estatura de Henry todavía es inferior a la de su madre. Los dos muchachos visten el equipo de deporte, pero han cambiado los patines por zapatillas de baloncesto

Esa foto se había hecho popular entre los colegas de Margaret en la sección de personas desaparecidas (cuando el caso estaba todavía abierto), no sólo porque la madre era guapa sino también porque los chicos, enfundados en los uniformes de hockey, parecían muy canadienses. No obstante, para Margaret había algo claramente estadounidense en los chicos desaparecidos, una especie de presuntuosa combinación de picardía y optimismo a toda prueba, como si cada uno de ellos pensara que su opinión sería siempre inalterable, que su coche nunca se encontraría en el carril erróneo

Pero sólo cuando no podía conciliar el sueño, o cuando contemplaba esas fotografías con excesiva frecuencia y durante demasiado tiempo, la sargento McDermid lamentaba abandonar la sección de personas desaparecidas. En la época en que buscaba al asesino de la joven camarera vestida con la camiseta de la hamburguesa voladora, nada alteraba el sueño de Margaret. Sin embargo, no habían encontrado a ese asesino ni a los muchachos norteamericanos desaparecidos

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