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"¿Qué ha sido ese ruido?", se preguntaba. ¡Cuánto deseaba tener orejas y oír bien los sonidos externos! Había sido un ruido como el de alguien que no quiere hacer ningún ruido. Siguió escuchando atentamente, y también siguió husmeando, mientras Ruthie no se atrevía a moverse. Permanecía allí inmóvil, tratando de evitar el estornudo. También tuvo que hacer un gran esfuerzo para no tocar al hombre topo. ¡Su pelaje parecía tan aterciopelado!"

"¿Qué es este olor?", seguía diciéndose el topo. "¡Vaya! ¡Alguien necesita cambiarse de ropa! Y debe de haberse afeitado tres veces al día. Y alguien ha tocado la suela de un zapato. Además, alguien ha roto un huevo… y derramado café. ¡Alguien es un desastre!", pensó el topo. Pero en alguna parte, en medio de todo ese desbarajuste, había una niñita que olía casi como si estuviera sola. El hombre topo lo sabía porque notaba el olor de los polvos de talco, y pensaba que, después de bañarse, la pequeña se ponía polvos de talco en los sobacos y entre los dedos de los pies. Era una de esas cosas maravillosas propias de las niñitas que impresionaban mucho al hombre topo."

"Su pelaje es tan suave… Creo que voy a desmayarme o a estornudar", se decía Ruth."

En la sexta ilustración, un primer plano de Ruth y el hombre topo en el descansillo de la escalera, la pata delantera en forma de canalete se extiende hacia ella, una larga garra está a punto de tocarle la cara. La niña también alarga una manita, dispuesta a tocar el pelaje aterciopelado que cubre el pecho del hombre topo"

"¡Soy yo! ¡Ya estoy aquí!", gritó el padre de Ruthie. "¡Los he traído de dos sabores!"

"Ruthie estornudó y parte de la crema de afeitar roció al hombre topo. Éste detestaba la crema de afeitar, y no es nada fácil correr si uno está ciego. El hombre topo chocó con el poste al pie de la escalera. Una vez más intentó esconderse en el vestíbulo, detrás del perchero, pero el papá de Ruthie lo vio y, agarrándolo por el fondillo de los pantalones abombados, donde estaba la cola, lo arrojó fuera de casa por la puerta abierta

"Entonces Ruthie se lo pasó en grande. Su padre le permitió comer helados de dos sabores y bañarse al mismo tiempo, porque nadie debe acostarse oliendo a ropa sucia, crema de afeitar, cáscaras de huevo y posos de café… y sólo un poquitín a polvos de talco. Las niñitas, cuando se acuestan, tienen que oler mucho a polvos de talco y a nada más."

En la séptima ilustración ("una para cada día de la semana", había dicho Ted Cole) Ruth está arropada en la cama. Su padre ha dejado abierta la puerta del baño principal, de modo que se ve la luz piloto del baño. A través de una abertura en la cortina de la ventana, se ve la noche oscura, y una luna lejana, y, en el saliente de la ventana, acurrucado, se ve al hombre topo, que duerme con tanta tranquilidad como si estuviera bajo tierra. Las patas en forma de canalete, con sus anchas garras, le ocultan el rostro, a excepción de la carnosa y rosada estrella del hocico. Por lo menos once de los veintidós órganos del tacto parecidos a tentáculos rosados presionan el cristal de la ventana de Ruth

Durante meses, entre los demás modelos que posaban para su padre, una serie de topos de hocico estrellado muertos volvieron el cuarto de trabajo de Ted tan inaccesible como lo había vuelto la tinta de calamar. Y una vez, cuando buscaba un polo, Ruth encontró en el congelador del frigorífico, metido en una bolsa de plástico, un topo de hocico estrellado

Sólo a Eduardo Gómez no había parecido importarle, pues el jardinero sentía un odio implacable hacia los topos de cualquier clase. La tarea de proporcionar a Ted un número suficiente de topos de morro estrellado había complacido no poco a Eduardo

Eso sucedió mucho después de que la madre de Ruth y Eddie O'Hare se marcharan

Ted escribió y reescribió el relato durante el verano de 1958, pero hizo las ilustraciones más adelante. Todos los editores de Ted Cole, así como sus traductores, le habían rogado que cambiara el título. Querían que el libro se titulara El hombre topo, pero Ted había insistido en que el título debía ser Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido, porque su hija le había dado la idea

Y ahora, en la pequeña habitación roja donde estaba el asesino de Rooie, Ruth Cole intentaba tranquilizarse pensando en la valiente chiquilla llamada Ruthie que cierta vez compartió el descansillo central de la escalera con un topo que doblaba su tamaño. Por fin Ruth se atrevió a mover los ojos, sólo los ojos. Quería ver qué hacía el asesino, cuyo jadeo era enloquecedor; también le oía moverse de un lado a otro, y la habitación en penumbra se había vuelto un poco más oscura

El asesino había desenroscado la bombilla de la lámpara de pie que había junto a la butaca de las felaciones. Era una bombilla de tan pocos vatios que la disminución de la luz se notaba menos que el hecho de que la habitación era manifiestamente menos roja. (El hombre también había quitado la pantalla de cristal coloreado.)

Entonces, del voluminoso maletín que había dejado sobre la butaca de las felaciones, el hombre topo sacó una especie de proyector de alto voltaje y lo enroscó en el portalámparas de la lámpara de pie. La habitación de Rooie se inundó de luz, una nueva luz que no mejoraba ni el aspecto de la estancia ni el cuerpo de Rooie, y que además iluminaba el ropero. Ruth veía claramente sus tobillos por encima de los zapatos. Y en la estrecha ranura de la cortina también veía su cara

Por suerte el asesino había dejado de examinar la habitación. Lo único que le interesaba era la manera en que la luz incidía en el cuerpo de la prostituta. Dirigió el potentísimo foco de modo que iluminara al máximo la cama, y con un gesto de impaciencia golpeó el brazo insensible de Rooie, pues no se había mantenido en la posición en que él lo había colocado. También parecía decepcionado porque los pechos estuvieran tan caídos, pero ¿qué podía hacer? Le gustaba más tendida de lado, con sólo uno de los senos a la vista

Bajo aquella luz deslumbrante, la calva del asesino relucía de sudor. Su piel tenía una tonalidad grisácea, en la que Ruth no había reparado antes, pero el jadeo había disminuido

El asesino parecía más relajado. Examinó el cuerpo de Rooie a través del visor de su cámara. Ruth reconoció la cámara, una Polaroid anticuada, de formato grande…, la misma que usaba su padre para hacer fotos de las modelos. Era necesario preservar el positivo en blanco y negro con el maloliente revestimiento Polaroid

El asesino tardó poco tiempo en tomar una sola foto, tras lo cual la pose de Rooie no pareció importarle lo más mínimo. La desalojó de la cama, empujándola bruscamente, a fin de usar la toalla que estaba debajo del cuerpo para desenroscar el proyector, que guardó de nuevo en el maletín. (Aunque sólo había estado encendido unos minutos, sin duda el proyector estaba muy caliente.) El asesino también utilizó la toalla para limpiar las huellas dactilares que había dejado en la pequeña bombilla que antes había desenroscado de la lámpara de pie. También eliminó las huellas de la pantalla de vidrio coloreado

El hombre sacudió la foto que se estaba revelando y que tenía más o menos el tamaño de un sobre. No esperó más de veinte o veinticinco segundos antes de abrir la película. Se acercó a la ventana y descorrió un poco la cortina a fin de juzgar la calidad del positivo con luz natural. Pareció muy satisfecho de la foto. Cuando regresó a la butaca de las felaciones, guardó la cámara en el maletín. En cuanto a la fotografía, la limpió cuidadosamente con el maloliente revestimiento de positivos y la agitó para secarla

Además de su jadeo, ahora muy reducido, el asesino tarareaba una tonada cuyo hilo era imposible seguir, como si estuviera preparando un bocadillo que esperaba comerse a solas. Sin dejar de sacudir la foto ya seca, se acercó de nuevo a la puerta principal, manipuló la cerradura hasta encontrar la manera de abrirla y, entreabriéndola un poco, echó un rápido vistazo al exterior. Para poder tocar la cerradura y el pomo de la puerta sin dejar huellas, se metió la mano en la manga del abrigo

Cuando el asesino cerró la puerta, vio la novela de Ruth Cole No apto para menores sobre la mesa donde la prostituta había dejado las llaves. Tomó el libro, le dio la vuelta y contempló la fotografía de la autora. Acto seguido, sin leer una sola palabra de la novela, abrió el libro por el centro e introdujo la fotografía entre las páginas. Metió la novela de Ruth en el maletín, pero éste se abrió al alzarlo de la butaca de las felaciones. La lámpara de pie estaba apagada y Ruth no pudo ver el contenido del maletín que había caído sobre la alfombra, pero el asesino se arrodilló. El esfuerzo de recoger los objetos y devolverlos al maletín afectó a su jadeo, que volvió a adquirir la agudeza de un silbato cuando por fin se levantó y cerró firmemente el maletín

Entonces el asesino dio un último vistazo a la habitación. Ruth se sorprendió al ver que no miraba por última vez a Rooie. Era como si ahora la prostituta sólo existiera en la fotografía. Y casi con la misma celeridad con que la había matado, el topo de semblante grisáceo se marchó. Abrió la puerta de la calle sin detenerse a observar si pasaba alguien por la Bergstraat o si una prostituta vecina estaba en su umbral. Antes de cerrar la puerta, inclinó la cabeza como si Rooie estuviera dentro, despidiéndole. Volvió a cubrirse la mano con la manga del abrigo para tocar la puerta

A Ruth se le había dormido el pie derecho, pero esperó un minuto o más en el ropero, por si el asesino volvía. Entonces salió cojeando del ropero y tropezó con la hilera de zapatos. Se le cayó al suelo el bolso, que como de costumbre estaba abierto, y tuvo que palpar la alfombra en la penumbra, buscando cualquier cosa que pudiera haberse caído. Comprobó que dentro del bolso estaba todo lo que era importante para ella (o que tenía su nombre inscrito). Su mano encontró en la alfombra un tubo de algo demasiado graso para ser abrillantador de labios, pero lo metió en el bolso de todos modos

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