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¿Y si la escritora tuviera la sensación de que no atraía en grado suficiente al hombre, mucho más joven que ella? ¿Y si la perspectiva de hacer el amor con ella parecía dejarle casi indiferente? Lo hacía con ella, por supuesto. Y ella tenía claro que el chico sería capaz de pasarse el día y la noche haciéndolo. No obstante, siempre la dejaba con la sensación de que no se excitaba demasiado. ¿Y si esa actitud del joven le provocaba tal inseguridad acerca de su atractivo sexual que nunca se atrevía del todo a mostrar su propia excitación (a fin de no parecer una necia)? El joven personaje de la novela sería muy distinto a Wim en ese aspecto, un muchacho totalmente superior. No sería tanto un esclavo del sexo, como le habría gustado a la escritora madura…

Pero cuando contemplan juntos a la prostituta, el joven, de una manera muy lenta e intencionada, hace saber a su acompañante que está excitado de veras. Y consigue que ella, a su vez, se excite tanto que apenas pueda mantenerse quieta en el reducido espacio del ropero, donde se ocultan; ella apenas puede esperar a que el cliente de la prostituta se haya ido, y cuando éste por fin se marcha, la mujer tiene que acostarse con el joven allí mismo, sobre la cama de la puta, mientras ésta la contempla con una especie de desdén y de hastío. La prostituta podría tocar la cara de la escritora, o los pies…, o incluso los pechos. Y la escritora está tan absorta en la pasión del momento que ha de limitarse a dejar que todo suceda

– Ya lo tengo -dijo Ruth en voz alta

Ni Wim ni la prostituta sabían de qué estaba hablando.

– ¿Qué es lo que tienes? -inquirió la prostituta. La desvergonzada mujer tenía la mano en el regazo de Wim-. Tócame las tetas. Anda, tócamelas -le dijo al muchacho

Wim miró a Ruth, inseguro, como un niño que busca el permiso materno. Entonces aplicó una mano titubeante a los senos pequeños y firmes de la mujer, y la retiró nada más establecer el contacto, como si la piel de aquellos senos estuviera fría o caliente de una manera antinatural. La prostituta se echó a reír. Su risa era como la de un hombre, áspera y profunda

– ¿Qué te ocurre? -preguntó Ruth a Wim.

– ¡Tócalos tú! -replicó el muchacho

La prostituta se volvió hacia Ruth con una expresión incitadora

– No, gracias -le dijo Ruth-. Los pechos no son ningún milagro para mí

– Éstos sí que lo son -replicó la mujer-. Anda, tócalos. Aunque la novelista ya conociera la línea argumental de su relato, la invitación de la furcia despertó por lo menos su curiosidad. Aplicó con cautela la mano al seno más próximo de la mujer. Estaba duro como un bíceps en tensión o como un puño. Daba la sensación de que la mujer tuviera una pelota de béisbol bajo la piel. (Sus senos no eran más grandes que pelotas de béisbol.)

Entonces la prostituta se dio unas palmaditas en la V de sus bragas

– ¿Queréis ver lo que tengo?

El desconcertado muchacho dirigió una mirada suplicante a Ruth, pero esta vez lo que quería no era su permiso para tocar a la prostituta

– ¿Nos vamos ya? -preguntó Wim a la escritora

Cuando bajaban a tientas por la escalera a oscuras, Ruth preguntó a la puta (o puto) de dónde era

– De Ecuador -les informó

Salieron a la Bloedstraat, donde había más ecuatorianos en los escaparates y umbrales, pero aquellos travestidos eran más corpulentos y tenían una virilidad más visible que el guapo con quien habían estado

– ¿Qué tal tu erección? -preguntó Ruth a Wim.

– Sigue ahí

Ruth tenía la sensación de que ya no necesitaba al muchacho. Ahora que sabía lo que quería que sucediera en la novela, su compañía la aburría. Además, no era el joven ideal para el relato que se proponía escribir. Sin embargo, aún tenía que resolver la cuestión del lugar donde la escritora y el joven se sentirían más cómodos para abordar a una prostituta. Tal vez no sería en el barrio chino…

La misma Ruth se había sentido más cómoda en la parte más próspera de la ciudad. No le haría ningún daño pasear con Wim por el Korsjespoortsteeg y la Bergstraat. (La idea de dejar que Rooie viese al guapo muchacho le parecía a Ruth una especie de provocación perversa.)

Tuvieron que pasar dos veces ante el escaparate de Rooie en la Bergstraat. La primera vez, la cortina de Rooie estaba corrida, lo cual significaba que debía de hallarse en plena faena con un cliente. Cuando recorrieron la calle por segunda vez, Rooie estaba en su escaparate. La prostituta no pareció reconocer a Ruth y se limitó a mirar fijamente a Wim. Ruth, por su parte, no hizo gesto alguno con la cabeza o la mano, ni siquiera sonrió. Lo único que hizo fue preguntarle a Wim con naturalidad, de pasada:

– ¿Qué te parece esta mujer?

– Demasiado mayor -respondió el joven

Entonces Ruth tuvo la certeza de que había terminado con él. Pero aunque ella tenía planes para cenar aquella noche, Wim le dijo que la esperaría después de la cena en la parada de taxis del Kattengat, frente al hotel

– ¿No te esperan tus estudios? -le preguntó-. ¿Y tus clases en Utrecht?

– Pero quiero volver a verte -dijo él en tono suplicante.

Ruth le advirtió que estaría demasiado cansada para que pasaran la noche juntos. Tenía que dormir, era una necesidad auténtica

– Entonces sólo te veré en la parada de taxis -le dijo Wim. Parecía un perro apaleado que quería ser azotado de nuevo. Ruth no podía saber entonces cómo se alegraría más tarde al ver que la estaba esperando. No tenía ni idea de que aún no había terminado con él

Encontró a Maarten en un gimnasio del Rokin, cuya dirección él le había dado. Ruth quería comprobar si ése podría ser un buen lugar para el encuentro de la escritora y el joven. Era perfecto, lo cual significaba que no se trataba de un lugar demasiado elegante. Había allí varios levantadores de pesas que se entregaban con gran concentración a los ejercicios. El joven en el que Ruth pensaba, un chico mucho más frío e indiferente que Wim, podría dedicarse al culturismo

Ruth les dijo a Maarten y a Sylvia que "había pasado casi toda la noche" con aquel joven admirador suyo, y que le había sido útil, pues le convenció para que la acompañara a "entrevistar" a un par de prostitutas en De Wallen

– Pero ¿cómo te libraste de él? -le preguntó Sylvia

Ruth confesó que no se había librado por completo de él. Cuando les dijo que el chico la estaría esperando después de la cena, la pareja se echó a reír. Tras estas confidencias, si la acompañaban al hotel después de cenar, no tendría que explicarles la presencia de Wim. Ruth se dijo que todo cuanto había querido realizar le había salido bien. Lo único que faltaba era visitar de nuevo a Rooie. ¿No había sido ésta quien le dijo que podía suceder cualquier cosa?

Ruth prescindió del almuerzo y, en compañía de Maarten y de Sylvia, acudió a una librería del Spui para firmar ejemplares. Comió un plátano y bebió un botellín de agua mineral. Luego dispondría de toda la tarde para sus cosas…, es decir, para visitar a Rooie. Su única preocupación era que no sabía a qué hora la prostituta abandonaba el escaparate para ir a recoger a su hija a la escuela

Durante la firma de ejemplares tuvo lugar un episodio que Ruth podría haber tomado como un augurio de que no vería de nuevo a Rooie. Entró una mujer de la edad de Ruth con una bolsa de la compra, sin duda una lectora que había comprado toda la producción de Ruth para que se la firmara. Pero además de las versiones en holandés e inglés de las tres novelas de Ruth, la bolsa también contenía las traducciones al holandés de los libros infantiles, mundialmente famosos, de Ted Cole

– Lo siento, pero no firmo los libros de mi padre -le dijo Ruth-. Son sus obras, no las he escrito yo y no debo firmarlas

La mujer pareció tan pasmada que Maarten le repitió en holandés lo que Ruth había dicho

– ¡Pero son para mis hijos! -le dijo la mujer a Ruth

Ruth se preguntó por qué no iba a hacer lo que quería aquella dama. Es más fácil ceder a lo que quiere la gente. Además, mientras firmaba los ejemplares de su padre, tuvo la sensación de que uno de ellos era su obra. Allí estaba el libro que ella había inspirado: Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido

– Dime este título en holandés -le pidió a Maarten.

– En holandés suena fatal

– Dímelo de todos modos

– Het geluid van iemand die geen geluid probeert te maken. Incluso en holandés, el título hacía estremecerse a Ruth. Debería haberlo tomado como una señal, pero lo que hizo fue consultar su reloj. ¿Qué le preocupaba? Ya sólo quedaba menos de una docena de personas en la cola ante la mesa en que firmaba los libros. Dispondría de tiempo más que suficiente para ver a Rooie

En aquella época del año, hacia media tarde, en la Bergstraat sólo había algunos trechos iluminados por la luz del sol. La habitación de Rooie estaba sumida en la penumbra. Ruth encontró a la mujer fumando

– Fumo cuando me aburro -le dijo, haciendo un gesto con la mano que sostenía el cigarrillo

– Te he traído un libro… -le dijo Ruth-. Leer es algo más que puedes hacer si te aburres

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