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– Por cincuenta guilders puedo hacerte cualquier cosa que te haga un hombre -propuso la joven a Ruth, pero ésta no le hizo caso

A las nueve en punto sólo estaba abierto uno de los escaparates de prostitutas en la Oudekerksplein, al lado de la vieja iglesia. A primera vista, la prostituta podría ser una de las mujeres dominicanas o colombianas a las que Ruth había visto la noche anterior, pero aquella mujer tenía la piel mucho más oscura. Era muy negra y muy gorda, y permanecía de pie, con una confianza campechana, en el umbral de su habitación, como si por las calles de De Wallen avanzaran oleadas de hombres. Lo cierto era que las calles estaban prácticamente desiertas, con excepción de los barrenderos, que recogían los desperdicios acumulados durante el día anterior

En los cubículos desocupados de las prostitutas se afanaban numerosas mujeres de la limpieza, y el ruido de los aspiradores se imponía a las charlas que entablaban de vez en cuando. Incluso en el estrecho Trompetterssteeg, donde Ruth no pensaba aventurarse, el carrito de una mujer de la limpieza, que contenía el cubo, la fregona y las botellas de productos de limpieza, sobresalía de una estancia que daba al callejón. También había un saco de colada lleno de toallas sucias y una abultada bolsa de plástico, de esas que encajan en una papelera, sin duda llena de condones, toallitas y pañuelos de papel. Ruth pensó que sólo la nieve recién caída podría dar al distrito un aspecto de auténtica limpieza a la luz matinal, tal vez el día de Navidad por la mañana, cuando ni una sola prostituta estaría trabajando allí. ¿O sí estaría?

En el Stoofsteeg, donde predominaban las prostitutas tailandesas, sólo dos mujeres ofrecían sus servicios desde las puertas abiertas. Al igual que la mujer en cuclillas junto a la vieja iglesia, eran muy negras y muy gordas. Charlaban entre ellas en una lengua que no se parecía a ninguna de las que Ruth había oído jamás, y como se interrumpieron para saludarla cortésmente con una inclinación de cabeza, ella se atrevió a detenerse y preguntarles de dónde eran

– De Ghana -dijo una de ellas

– ¿Y tú de dónde eres? -le preguntó la otra a Ruth

– De Estados Unidos -replicó Ruth

Las mujeres africanas murmuraron apreciativamente y, restregándose los dedos, hicieron el gesto universal que significa dinero

– ¿Quieres algo que podamos darte? -preguntó Ruth

– ¿Quieres entrar? -inquirió la otra

Las dos se echaron a reír ruidosamente. No se percataron de que Ruth no tuviera verdadero interés en acostarse con ellas. Lo que sucedía, ni más ni menos, era que la famosa riqueza de Estados Unidos las llevaba a intentar atraer a Ruth con sus muchos ardides

– No, gracias -les dijo Ruth y, sin dejar de sonreír cortésmente, se alejó

Allí donde, la noche anterior, los hombres ecuatorianos exhibían el atractivo de su equívoco sexual, sólo había ahora mujeres de la limpieza. Y en el Molensteeg, donde antes había más dominicanos y colombianos, otra prostituta de aspecto africano, ésta muy esbelta, permanecía en un escaparate mientras una mujer de la limpieza trajinaba en otro cubículo

La escasez de gente en el distrito reforzaba el ambiente en el que Ruth siempre pensaba: el aspecto de abandono, que era el aspecto del sexo indeseado, era mejor que el incesante turismo sexual que invadía el distrito por la noche

Impulsada por su irresistible curiosidad, Ruth entró en una sex shop. Como en una tienda de video convencional, cada categoría tenía su propio pasillo. Estaba el pasillo de los azotes y los pasillos para el sexo oral y anal. Ruth no exploró el pasillo de la coprofilia, y la luz roja sobre la puerta de una "cabina de video" le hizo abandonar la tienda antes de que saliera el cliente del recinto privado donde veía las películas. Le bastaba con imaginar la expresión del hombre

Durante algún tiempo creyó que la seguían. Un hombre fornido, con tejanos azules y sucias zapatillas deportivas, caminaba siempre detrás de ella o en la acera de enfrente, a su altura, incluso después de que diera dos veces la vuelta a la misma manzana. Sus facciones eran toscas, tenía barba de dos o tres días y sus ojos traslucían irritación. Llevaba una cazadora holgada que tenía la forma de esas chaquetas que usan los jugadores de béisbol para calentarse. No daba la impresión de que pudiera permitirse ir con una prostituta, pero seguía a Ruth como si creyera que ella lo era. Finalmente lo perdió de vista, y ella dejó de preocuparse por él

Estuvo dos horas paseando por el distrito. Hacia las once, varias tailandesas regresaron al Stoofsteeg. Las africanas ya se habían ido y, alrededor de la Oudekerksplein, la media docena de negras gordas, posiblemente también procedentes de Ghana, fueron sustituidas por una docena o más de mujeres de piel morena: de nuevo las colombianas y dominicanas

Ruth se metió por error en un callejón sin salida frente al Oudezijds Voorburgwal. El Slapersteeg se estrechaba enseguida y al final había tres o cuatro escaparates de prostitutas con una sola puerta de acceso. En el vano de la puerta abierta, una puta corpulenta con un acento que parecía jamaicano tomó a Ruth del brazo. Una mujer de la limpieza todavía trabajaba en las habitaciones, y otras dos prostitutas se estaban arreglando ante un largo espejo de maquillaje

– ¿A quién buscas? -le preguntó la corpulenta mujer morena.

– A nadie -respondió Ruth-. Me he perdido

La mujer de la limpieza seguía trabajando con expresión malhumorada, pero las prostitutas que estaban ante el espejo, y la corpulenta que había tomado a Ruth del brazo y no se lo soltaba, se echaron a reír

– Sí, se nota que te has perdido -le dijo la mujerona, y la condujo fuera del callejón

Cada vez le apretaba más el brazo, como si le hiciera un masaje que ella no le había pedido o como si amasara pasta de una manera cariñosa, sensual

– Gracias -le dijo Ruth, fingiendo que realmente se había perdido y la habían rescatado de veras

– No hay ningún problema, encanto

Esta vez, cuando Ruth cruzó de nuevo la Warmoesstraat, reparó en la comisaría. Dos policías uniformados conversaban con el hombre fornido de la cazadora que la había seguido. ¡Vaya, le habían detenido!, se dijo Ruth. Entonces conjeturó que aquel hombre con cierto aspecto de matón era un policía de paisano, pues parecía dar órdenes a dos agentes uniformados. ¡Ruth se sintió avergonzada y apretó el paso como si fuese una delincuente! De Wallen era un distrito pequeño. Se había pasado la mañana allí y, al final, había llamado la atención; la consideraban sospechosa

Y a pesar de que prefería De Wallen por la mañana a lo que se convertía de noche, dudaba que fuese el lugar o la hora del día adecuados para que sus personajes abordaran a una prostituta y le pagaran a fin de que les permitieran mirarla mientras estaba con un cliente. ¡Podían pasarse toda la mañana esperando al primer cliente!

Pero ahora, poco antes del mediodía, apenas tenía tiempo para seguir andando más allá de la zona de su hotel, y se dirigió a la Bergstraat, donde esperaba encontrar a Rooie en su escaparate. Esta vez la prostituta había sufrido una transformación más ligera. El cabello pelirrojo tenía un tono menos anaranjado, menos cobrizo, y era más oscuro, más castaño rojizo, casi rojo oscuro, mientras que el sostén y las bragas eran blancuzcos, marfileños, y acentuaban la blancura de la piel de Rooie

A la mujer le bastó con inclinarse para abrir la puerta sin bajar del taburete. Así pudo permanecer sentada en el escaparate mientras Ruth, que no estaba dispuesta a cruzar el umbral, asomaba la cabeza

– Ahora no tengo tiempo de quedarme, pero quiero volver -le dijo a la prostituta

– Muy bien -replicó Rooie, encogiéndose de hombros

Su indiferencia sorprendió a Ruth

– Anoche te busqué, pero había otra mujer en tu ventana -siguió diciendo Ruth-. Me dijo que estabas con tu hija

– Todas las noches estoy con mi hija, y también los fines de semana. Sólo vengo aquí cuando ella está en la escuela

– ¿Qué edad tiene tu hija? -inquirió Ruth, esforzándose por ser amistosa

La prostituta suspiró. -Oye, no voy a hacerme rica hablando contigo

– Perdona

Ruth se retiró del umbral como si la otra la hubiera empujado

– Ven a verme cuando tengas tiempo -le dijo Rooie antes de inclinarse y cerrar la puerta

Sintiéndose estúpida, Ruth se reprendió a sí misma por esperar tanto de una prostituta. Por supuesto, el dinero era lo que ocupaba el lugar principal en la mente de Rooie, si no era lo único que le importaba. Ella intentaba tratarla como a una amiga, cuando todo lo que realmente había sucedido era que le había pagado por su primera conversación

Ruth había caminado demasiado, sin haber desayunado siquiera, y a mediodía tenía un hambre voraz. Estaba segura de que en la entrevista había dado una imagen desorganizada. No pudo responder a una sola pregunta referente a No apto para menores ni a sus dos novelas anteriores sin abordar algún elemento de la novela que tenía entre manos: la ilusión de comenzar su primera novela en primera persona, la irresistible idea de una mujer que, al cometer un error de juicio, se humilla hasta tal extremo que emprende una vida del todo nueva. Pero mientras Ruth hablaba, se decía: "¿A quién pretendo engañar? ¡Todo esto trata de mí! ¿No he tomado ciertas decisiones erróneas? (Por lo menos una, hace poco…) ¿No voy a emprender una vida del todo nueva? ¿O acaso Allan no es más que la alternativa "segura" a una clase de vida que me atemoriza?". Durante su conferencia, que impartió al atardecer en la Vrije Universiteit (en realidad, fue su única conferencia; la revisaba una y otra vez, pero en esencia seguía siendo la misma), sus palabras le parecieron poco sinceras. Allí estaba ella, mostrándose partidaria de la pureza de la imaginación opuesta a la memoria, ensalzando la superioridad del detalle inventado en contraposición a lo meramente autobiográfico. Allí estaba ella, entonando un canto a las virtudes de crear unos personajes totalmente imaginados en vez de poblar la novela de amigos personales y miembros de la familia ("ex amantes y esas otras personas, limitadas y decepcionantes, de la vida real"), y, sin embargo, de nuevo la conferencia le salió francamente bien. Al público siempre le gustaba. Lo que había comenzado como una discusión entre Ruth y Hannah le había prestado un gran servicio como novelista. La conferencia se había convertido en su credo

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