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Marion nunca osaba acercarse al cuarto de trabajo de Ted, pero Ruth cumpliría los veinte años antes de comprender que era algo más que la tinta de calamar lo que repelía a su madre. Marion no quería encontrarse con las modelos de Ted, no quería ni verlas…, ni siquiera a los niños, pues éstos nunca acudían para posar sin sus madres. Sólo después de que los niños hubieran posado media docena de veces o más, sus madres iban a posar solas. De niña, Ruth nunca preguntó por qué aparecían tan pocos dibujos de las madres con sus hijos en cualquiera de los libros de su padre. Desde luego, puesto que sus libros eran para niños, nunca había en ellos ningún desnudo, aunque Ted dibujaba muchos. Había, literalmente, centenares de dibujos en los que las jóvenes madres aparecían desnudas

Con respecto a los desnudos, su padre decía: "Es un requisito, Ruthie, un ejercicio fundamental para todo dibujante". Igual que los paisajes, suponía ella al principio, aunque Ted dibujaba pocos paisajes. Ruth pensaba que la relativa falta de interés que mostraba su padre hacia los paisajes se debía quizás a la uniformidad y al carácter extremadamente llano de la zona, que semejaba una superficie asfaltada que avanzara hacia el mar, o lo que le parecía a ella la uniformidad y el carácter tan llano del mismo mar, por no mencionar la enorme y con frecuencia apagada extensión del cielo

A su padre parecía interesarle tan poco el paisaje que, más adelante, a Ruth le sorprendió que se quejara de las casas nuevas, esas "monstruosidades arquitectónicas", como él las llamaba. Sin previo aviso, las casas nuevas se alzaban como intrusas en la llanura de los patatales que en otro tiempo habían sido el paisaje principal de los Cole

– Un edificio de fealdad tan experimental como ése no tiene ninguna justificación -afirmaba Ted durante la cena a quienquiera que le quisiera oír-. No estamos en guerra, no hay necesidad de construir un edificio que disuada a los paracaidistas

Pero la queja de su padre se volvía trillada; la arquitectura de las casas de los veraneantes en aquella parte del mundo llamada los Hamptons no tenía, ni para Ruth ni para su padre, un interés comparable al de los desnudos, más inmutables

¿Por qué jóvenes casadas? ¿Por qué todas aquellas jóvenes madres? Cuando Ruth iba a la universidad, formulaba a su padre preguntas más directas que en cualquier otra época de su vida. Fue también por entonces, en el período universitario, cuando se le ocurrió por primera vez un pensamiento turbador. ¿Quiénes, si no, serían sus modelos o, planteado de un modo más crudo, sus amantes? ¿Con quién se veía continuamente? Por supuesto, las madres jóvenes eran las que le reconocían y le abordaban

– ¿Señor Cole? Sí, le conozco… ¡Es usted Ted Cole! Sólo quería decirle, porque mi hija es demasiado tímida, que es usted su autor favorito. Ha escrito el libro que más le gusta…

Y entonces la mamá empujaba hacia delante a la niña reacia (o al niño azorado) para que estrechara la mano de Ted. Si a éste le atraía la madre, le sugería que posara para él junto con la niña, tal vez para el próximo libro. (Más adelante abordaría la cuestión de que la madre posara sola y desnuda.)

– Pero normalmente son mujeres casadas, papá -le,Decía Ruth

– Sí… Supongo que por eso son tan infelices, Ruthie

– Si te importaran tus desnudos, quiero decir los dibujos, buscarías modelos profesionales -seguía Ruth-. Pero supongo que siempre te han interesado más las mujeres en sí que tus desnudos

– A un padre le resulta difícil explicar estas cosas, Ruthie, pero… si la desnudez, me refiero a la sensación de desnudez, es lo que debe transmitir un desnudo, no hay ninguna desnudez comparable a lo que uno siente cuando está desnudo ante alguien por primera vez

– ¡Pues están aviadas las modelos profesionales! -replicaba Ruth-. Por Dios, papá, ¿es necesario que hagas eso?

Pero él sabía, por supuesto, que ni los desnudos ni tampoco los retratos de las madres con sus hijos le interesaban lo suficiente para conservarlos. No los vendía en privado ni los daba a su galería. Cuando la relación sentimental terminaba, cosa que solía suceder muy rápidamente, Ted Cole regalaba los dibujos acumulados a la joven madre en cuestión. Y Ruth solía preguntarse: si las jóvenes madres eran, en general, tan infelices en su matrimonio, o simplemente infelices, ¿acaso el regalo artístico las hacía, por lo menos momentáneamente, más felices? Pero su padre nunca llamaba "arte" a lo que hacía ni se refería a sí mismo como un artista. Tampoco se consideraba un escritor

– Divierto a los niños, Ruthie, eso es todo -solía decir.

– Y te conviertes en amante de sus madres -añadía Ruth.

Incluso en un restaurante, cuando el camarero o la camarera le miraban sin querer los dedos manchados de tinta, Ted nunca les decía "Soy un artista" o "Soy autor e ilustrador de libros infantiles", sino "Trabajo con tinta" o, si el camarero o la camarera le miraban los dedos con expresión reprobatoria, "Trabajo con calamares"

En su adolescencia, y sólo una o dos veces en sus años de universitaria excesivamente crítica, Ruth asistió a conferencias de escritores con su padre, que era el único autor de libros infantiles entre los narradores y poetas que pretendían ser más serios. A Ruth le divertía que estos últimos, quienes proyectaban un aura mucho más literaria que el aura -esa pinta descuidada y esos dedos manchados de tinta- que envolvía a su padre, no sólo envidiaran la popularidad de los libros de Ted. A aquellos tipos que rezumaban literatura también les irritaba observar lo modesto que era Ted Cole… ¡Y con qué testarudez parecía ser modesto!

– Empezaste tu carrera escribiendo novelas, ¿no es cierto? -le preguntaban los más maliciosos

– Sí, pero eran unas novelas horribles -respondía jovialmente el padre de Ruth-. Fue un milagro que a tantos críticos les gustara la primera. Y resulta asombroso que tuviera que escribir tres para darme cuenta de que no era escritor. Lo único que hago es divertir a los niños. Y me gusta dibujar

Mostraba los dedos como prueba, y siempre sonreía. ¡Qué sonrisa la suya!

Cierta vez Ruth le comentó a su compañera de habitación en la universidad (que también había sido su compañera en el internado):

– Te juro que podías oír las bragas de las mujeres deslizándose hasta caer al suelo

Durante una conferencia de escritores, Ruth se enfrentó por primera vez al hecho de que su padre se acostara con una chica que era incluso más joven que ella, también estudiante universitaria

– Pensé que me darías tu aprobación, Ruthie -le dijo Ted. Cuando Ruth le criticaba, su padre adoptaba a menudo un tono quejumbroso, como si ella fuese el padre y él el hijo, y así era en cierto sentido

– ¿Mi aprobación, papá? -replicó ella, enojada-. ¿Seduces a una chica más joven que yo y esperas que lo apruebe?

– Pero, Ruthie, no está casada -contestó su padre-. No es la madre de nadie. Pensé que no te parecería mal

Finalmente, la novelista Ruth Cole llegaría a describir la clase de trabajo de su padre como "madres infelices…, ése es su campo"

Pero ¿por qué razón Ted no habría de reconocer a una madre desdichada cuando la viera? Al fin y al cabo, por lo menos durante los cinco primeros años que siguieron a la muerte de sus hijos, Ted vivió con la madre más infeliz de todas

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