Desde que habían salido de la callejuela, Antoine no había pronunciado palabra. El Austin se paró en Bute Street, frente a la Libraire Francaise. Mathias inclinó el sillón para liberar a McKenzie, pero este último, perdido en sus pensamientos, no se movía.
– Después de lo dicho -murmuró McKenzie-, si os vais a vivir juntos, ya puedo hacer el pedido.
– ¡Hasta esta tarde, querido! -bromeó Mathias al alejarse.
Antoine lo alcanzó enseguida.
– ¿Vas a hacer el favor de parar ahora mismo con todo esto? Ya somos vecinos, ¿no te parece suficiente?
– Cada uno vive en su casa, ¡no tiene nada que ver! -respondió Mathias.
– ¿Qué mosca te ha picado? -preguntó Antoine preocupado.
– El problema no es ser soltero, sino vivir solo.
– Ese es el principio básico de la soltería. Y además, no estamos solos, vivimos con nuestros hijos.
– ¡Solos!
– ¿No vas a parar de repetirlo?
– Necesito una casa con niños que rían, quiero que haya vida cuando vuelva a casa, no quiero más domingos siniestros, quiero fines de semana con niños que rían.
– Eso ya lo has dicho dos veces.
– ¿Y qué? ¿Te supone un problema que se rían dos veces?
– ¿Hasta tal punto has tocado fondo con la soledad? -preguntó Antoine.
– Vete a trabajar, McKenzie se está durmiendo en el coche -dijo Mathias a la vez que entraba en su librería.
Antoine lo siguió al interior y le cerró el paso.
– ¿Y qué ganaría yo viviendo bajo el mismo techo que tú?
Mathias se agachó para recoger el correo que el cartero le había deslizado por debajo de la puerta.
– No lo sé, podrías enseñarme a cocinar.
– Lo que yo decía, ¡no cambiarás jamás! -dijo Antoine, volviendo a irse.
– Podemos contratar a una canguro, y lo peor que podría pasar es que nos hartáramos.
– Estoy en contra de las canguros -gruñó Antoine mientras se alejaba hacia su coche-. Ya he perdido a su madre, no quiero que un día mi hijo me deje porque no me haya ocupado de él.
Se instaló tras el volante y arrancó el motor. A su lado, McKenzie roncaba con la nariz hundida en la hoja de servicio. Con los brazos cruzados y un pie en la puerta, Mathias llamó a Antoine.
– Tu despacho está justo enfrente. Antoine sacudió a McKenzie y abrió la puerta. -¿Qué hace usted todavía ahí? Creía que tenía una montaña de trabajo.
Desde su tienda, Sophie contemplaba la escena. Meneó la cabeza y volvió a la trastienda.