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Ella lo interrumpió para mostrarle la hora que señalaban las agujas del reloj. Había quedado dentro de muy poco con Daniéle. Mathias se volvió a la librería.

De su pasado como directora, Daniéle había conservado un aspecto autoritario y una distinción incontestable. Entró en la librería, sacudió su paraguas, cogió una revista del estante de los periódicos y decidió observar a Mathias antes de presentarse. Era el método que había aplicado durante toda su carrera. Al inicio de curso, estudiaba las actitudes de los padres en el patio de su escuela y, a menudo, aprendía más sobre ellos así que escuchándolos en las reuniones de padres de alumnos. Como ella siempre decía: «La vida no ofrece nunca una segunda oportunidad de formarse una primera opinión». Cuando consideró que era suficiente, se presentó a Mathias y le anunció que la había enviado Yvonne. Éste llevó a Daniéle a la trastienda para responder a todas las preguntas que ella quería hacerle.

Sí, Emily y Louis eran adorables y muy educados… No, ninguno tenía problemas con la autoridad parental. Sí, era la primera vez que llamaba a una canguro… Antoine era contrario a ello… ¿Quién era Antoine? ¡Su mejor amigo!, y el padrino de Emily. Sí, mamá trabajaba en París… Y sí, era lamentable que estuvieran separados, por los niños, desde luego; pero lo importante era que no estuvieran faltos de amor… No, tampoco estaban muy mimados… Sí, eran buenos alumnos, muy estudiosos. La profesora de Emily creía que era, sobre todo, buena en matemáticas… ¿La de Louis? Por desgracia, se había perdido la última reunión en la escuela… No, no había llegado tarde, pero un niño se había subido a un árbol y él había tenido que socorrerlo… Sí, extraña historia, pero nadie había salido herido y eso era lo esencial… No, los niños no seguían ningún régimen particular; sí, comían dulces, pero en cantidades razonables. Emily iba a clases de guitarra… No había de qué preocuparse… No ensayaba los sábados.

Al ver que Mathias se mordía las uñas, a Daniéle le resultó difícil conservar su seriedad. Ya lo había torturado suficiente, tenía material para bromear con Yvonne durante un buen rato cuando le contara esa entrevista, tal y como se habían prometido.

– ¿Por qué se ríe usted? -preguntó Mathias.

– Pues no sé si me río por su intento de justificar lo de las golosinas o por su historia del árbol. Bueno, basta de bobadas; como Louis es el pequeño de Antoine, me imagino que su hija es Emily. ¿Me equivoco?

– ¿Conoce usted a Antoine? -preguntó Mathias aterrorizado.

– Soy una de las tres mejores amigas de Yvonne, y de vez en cuando hablamos de ustedes; así que sí, conozco a Antoine, pero estése tranquilo, ¡soy una tumba!

Mathias abordó la cuestión de los honorarios, pero el placer de pasar el día con Emily y Louis era bastante para Daniéle. Para la antigua directora de escuela, no tener nietos pequeños era algo que estaba dispuesta a perdonarle a su hijo.

Mathias podría aprovechar su sábado con toda tranquilidad.

Daniéle sabría qué hacer con ese día tan emocionante. ¿Emocionante?… Tal vez Mathias tenía una idea para hacerlo inolvidable.

A la antigua directora de escuela le pareció una idea extraordinaria. Inculcar a los niños algunas nociones de historia sobre los sitios que iban a visitar durante sus vacaciones le parecía muy juicioso. Conocía bien Gran Bretaña y había visitado varias veces las Highlands, pero ¿qué entendía exactamente Mathias por clases de fantasmas? Mathias se dirigió a un estante para coger varios libros de tapa dura: Leyendas de los Tártanos, Los lagos encantados, Tiny MacTimid, Los pequeños fantasmas viajan a Escocia.

– Con todo esto, usted lo sabrá todo -dijo al dejar la pila frente a ella.

La acompañó hasta la puerta de la librería.

– ¡Regalo de la casa! Y sobre todo, no se olvide del pequeño control escrito al final del día.

Daniéle salió a la calle hasta arriba de paquetes y se cruzó con Antoine.

– ¡Has tenido una buena venta! -gritó Antoine al entrar en la librería.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó Antoine en un tono inocente.

– Mañana me voy al amanecer. ¿Tienes programado el día con los niños?

– Todo está en orden -respondió Mathias.

Por la tarde, a Mathias le costó quedarse quieto en su sitio a la hora de cenar. Bajo el pretexto de coger un jersey -«Hace frío en esta casa, ¿no?»-, fue a leer un mensaje de texto de Audrey: «Tengo trabajo todo el fin de semana en la sala de montaje». Más tarde, al volver a su habitación -«¿No es su despertador lo que se oye arriba?»-, supo que debía volver a montar todas las secuencias de su escapada londinense: «Mi técnico se está tirando de los pelos, todas las tomas están mal encuadradas». Y diez minutos después, encerrado en el baño, hizo partícipe a Audrey de su asombro: «¡Te juro que en el visor de la cámara todo estaba bien!».

El servicio de la tarde se acababa. Yvonne soltó un gran suspiro al cerrar la puerta tras la salida de los últimos clientes. Detrás de la barra, Enya lavaba los vasos.

– Hemos tenido una buena tarde, ¿no? -preguntó la joven camarera.

– Treinta cubiertos, no está mal para un viernes por la tarde. ¿Queda algo de los platos del día?

– Se ha acabado todo.

– Entonces ha sido una buena tarde. Te las arreglarás muy bien mañana -dijo Yvonne mientras recogía los cubiertos de la sala.

– ¿Mañana?

– Me tomo el día libre, te confío el restaurante.

– ¿De verdad?

– No pongas los vasos de pie en este estante, vibran cuando la cafetera está en marcha. Encontrarás cambio en el cajón de la caja registradora. Mañana por la tarde, súbete la recaudación a tu habitación; no me gusta dejarla aquí, nunca se sabe.

– ¿Por qué confía tanto en mí?

– ¿Por qué no habría de hacerlo? -dijo Yvonne mientras barría el suelo.

La joven se acercó para quitarle la escoba de las manos.

– Los interruptores están detrás de ti. Voy a acostarme.

Yvonne subió las escaleras y entró en su habitación. Se aseó rápidamente y se acomodó en la cama. Bajo las sábanas, escuchaba los ruidos de la sala. Enya acababa de romper un vaso. Yvonne sonrió y apagó la luz.

Antoine se metió en la cama a la misma hora que los niños. La noche sería corta. Mathias, por su parte, se encerró en su habitación y continuó intercambiando mensajes con Audrey. Hacia las once, ella le avisó de que bajaba a la cafetería. El local estaba en el sótano, así que no tendría cobertura. Le dijo también que tenía unas ganas locas de estar entre sus brazos. Mathias abrió el armario y dejó todas sus camisas sobre la cama. Después de varias pruebas, escogió una blanca de cuello italiano, la que mejor le quedaba.

Sophie volvió a cerrar la pequeña maleta que había dejado en la silla. Cogió su billete de tren, verificó la hora de salida y entró en el baño. Se acercó al espejo para estudiar la piel de su rostro, sacó la lengua e hizo una mueca. Se puso la camiseta que estaba colgada detrás de la puerta y volvió a su habitación. Después de poner el despertador, se tumbó en la cama, apagó la luz y pidió que el sueño no tardara en llegar. Al día siguiente, quería tener buen aspecto y, sobre todo, no quería tener ojeras.

Con las gafas en la punta de la nariz, Daniéle está inclinada sobre su gran cuaderno de espiral. Cogió la regla y subrayó con marcador amarillo el título del capítulo que acababa de copiar. El segundo tomo de Leyendas de Escocia estaba sobre su mesa, y recitó en voz alta el tercer párrafo de la página que estaba abierta ante ella.

Emily abrió suavemente la puerta. Cruzó el rellano de puntillas y llamó a la habitación de Louis. El pequeño apareció en pijama. Con pasos sigilosos, ella lo llevó por la escalera. Una vez en la cocina, Louis entreabrió la puerta de la nevera para tener un poco de luz. Tomando unas precauciones extremas, los niños prepararon la mesa del desayuno. Mientras Emily se llenaba un vaso de zumo de naranja y alineaba las cajas de cereales frente al cubierto, Louis se instaló en la mesa de su padre y puso los dedos sobre el teclado. El momento más peligroso de la misión había llegado. Cerró los ojos y apretó la tecla de impresión, a la vez que rogaba con todas sus fuerzas para que la impresora no despertara a sus padres. Esperó durante algunos segundos y cogió la hoja de la bandeja de recepción. El texto le parecía perfecto. Dobló el papel en dos para que se mantuviera bien derecho sobre la mesa y se lo dio a Emily. Tras echar una última ojeada para verificar que todo estaba en su lugar, los dos niños subieron a toda prisa a acostarse.


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