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– Quiero que sepas que el día de ayer no fue un fiasco en absoluto -le confió ella al oído.

Mathias no respondió nada; Audrey le puso una mano en la mejilla y le acarició los labios.

– París sólo está a dos horas y cuarenta minutos -dijo ella.

– Entra, estás temblando.

Cuando el autobús se alejó, Mathias agitó la mano y esperó a que Audrey hubiera desaparecido.

Volvió a sentarse en el banco de la pequeña plaza de West-Bourne Grove y miró a la pareja de enamorados que paseaba frente a él. Al registrar su bolsillo buscando alguna moneda para poder volver a casa, encontró un trozo de papel: «También yo”.


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