A las once, la llave giró en la cerradura. Sophie se volvió y vio a Mathias en el umbral de la puerta con una sonrisa de felicidad en la cara.
– Tienes suerte, Antoine todavía no ha llegado -dijo Sophie para recibirlo.
Mathias dejó su cartera en el estante que había en la entrada de la casa. Fue a sentarse junto a ella, la besó en la mejilla y le preguntó qué tal había ido la noche.
– La extinción del fuego se ha llevado a cabo con media hora de retraso respecto al horario habitual, pero es el derecho de las canguros que actúan de incógnito. Louis tiene algún problema, está muy contrariado, pero no he podido sacarle nada.
– Yo me encargo -dijo Mathias.
Sophie cogió su fular colgado en el perchero, lo enrolló alrededor de su cuello y señaló la cocina.
– He preparado algo de comer para Antoine. Lo conozco, seguro que llega con el estómago vacío.
Mathias se acercó y agarró un pepinillo. Sophie le dio una palmada en la mano.
– ¡He dicho que era para Antoine! ¿Es que no has cenado?
– No he tenido tiempo -respondió Mathias-, he vuelto corriendo después del cine, no sabía que la película era tan larga.
– Espero que haya merecido la pena -dijo Sophie en un tono burlón.
Mathias miró el plato de viandas frías.
– ¡Algunos tienen suerte!
– ¿Tienes hambre?
– No, vete, prefiero que no estés cuando llegue; si no, se olerá algo.
Mathias cogió la tabla de quesos, eligió un trozo de gruyer y se lo comió sin demasiadas ganas.
– ¿Has visto el primer piso? Antoine ha rehecho mi lado por completo. ¿Qué te parece la decoración? -preguntó él con la boca llena.
– ¡Simétrica! -respondió Sophie.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Quiero decir que vuestras habitaciones son iguales, incluso las lamparitas de noche son idénticas, es ridículo.
– ¡No veo por qué! -dijo Mathias humillado.
– Estaría bien que, en alguna parte de este edificio, «tu casa» signifique «tu casa», y no «vivo en casa de un amigo».
Sophie se puso el abrigo y salió a la calle. Notó enseguida el frío de la noche, se estremeció y se puso en marcha. El viento soplaba en Oíd Brompton Road. Un zorro (hay muchos en la ciudad) la acompañó durante algunos metros, protegido por las verjas del parque de Onslow Gardens. En Bute Street, Sophie vio el Austin Healey de Antoine aparcado frente a sus oficinas. Lo rozó con su mano, levantó la cabeza y miró durante unos instantes las ventanas iluminadas. Se ajustó el fular y continuó su camino.
Al entrar en el estudio en el que vivía unas cuantas calles más allá, no encendió la luz. Sus vaqueros se deslizaron por sus piernas, los dejó enrollados en el suelo, lanzó su jersey a lo lejos y se metió enseguida bajo las sábanas; las hojas del platanero que veía por la pequeña ventana que estaba sobre su cama habían adquirido un color plateado bajo la luz de la luna. Se volvió de lado, apretando su almohada contra ella, y esperó a que le llegara el sueño.
Mathias subió los escalones y apretó la oreja contra la puerta de la habitación de Louis.
– ¿Estás dormido? -susurró él.
– ¡Sí! -respondió el pequeño.
Mathias giró el pomo de la puerta, y un rayo de luz llegó hasta la cama. Entró de puntillas y se sentó junto a él.
– ¿Quieres que hablemos? -preguntó él.
Louis no respondió. Mathias intentó levantar una esquina del cubrecama, pero el niño, que se escondía debajo, la cogía con fuerza.
– No siempre eres divertido, ¿sabes? A veces eres un poco tonto.
– Tendrías que explicarme un poco más, amigo mío -repuso Mathias con voz suave.
– Me han castigado por tu culpa.
– ¿Qué he hecho?
– ¿Tú qué crees?
– ¿Es por la nota a la señora Morel?
– ¿Has escrito a muchas maestras?. ¿Puedes decirme por qué le has dicho a la mía que su boca te vuelve loco?
– ¿Te la ha leído? ¡Eso es muy feo!
– Ella es la fea.
– ¡Ah no, no digas eso! -dijo Mathias.
– ¡Ah, vale! ¿Me estás diciendo que Séverine la pingüina no es fea?
– Pero ¿quien es esa Séverine? -preguntó inquieto Mathias.
– ¿Estás amnésico o qué? -dijo Louis furioso y asomando la cabeza por debajo de las sábanas-. ¡Es mi maestra! -gritó.
– No, se llama Audrey -replicó Mathias convencido.
– ¡Como mínimo, aceptarás que sepa mejor que tú cómo se llama mi maestra!
Mathias se quedó muerto, y Louis se preguntó quién era esa famosa Audrey.
Su padrino le describió entonces con todo lujo de detalles a la joven mujer con un tono de voz atractivamente cascado. Louis lo miró perplejo.
– Estás desvariando, porque me has descrito a la periodista que está haciendo un reportaje sobre la escuela.
Como Louis ya no dijo nada más, Mathias añadió:
– ¡Vaya mierda!
– ¡Sí, y debo señalarte que tú nos ha metido en ella! -añadió Louis.
Mathias aceptó copiar él mismo cien veces la frase «No enviaré cartas groseras a mi maestra», y falsificar la firma de Antoine en la parte de abajo de la hoja de castigo, a cambio de que Louis guardara en secreto aquel incidente. Después de pensárselo, el niño llegó a la conclusión de que el trato no era demasiado ventajoso, pero si su padrino añadía los dos últimos libros de Calvin y Hobbes, estaría eventualmente dispuesto a reconsiderar su oferta. Llegaron a un acuerdo a las once y treinta y cinco, y Mathias salió de la habitación.
Tuvo el tiempo justo de meterse en la cama. Antoine acababa de llegar y subía por la escalera. Al ver la luz que se colaba por debajo de la puerta, llamó y entró enseguida,
– Gracias por la comida -dijo Antoine visiblemente emocionado.
– De nada -respondió Mathias a la vez que dejaba escapar un bostezo.
– No era necesario que te molestaras, te había dicho que iba a cenar con McKenzie.
– Lo olvidé.
– ¿Todo bien? -preguntó Antoine, escrutando a su amigo.
– ¡Formidable!
– Te noto algo raro.
– Sólo estoy cansado. Luchaba contra el sueño para esperarte.
Antoine le preguntó si todo había ido bien con los niños. Mathias le dijo que Sophie había ido a verlo y que habían pasado la velada juntos.
– ¿Ah, sí? -preguntó Antoine.
– ¿No te molestará?
– No, ¿por qué iba a molestarme?
– No sé, te noto raro.
– Entonces, ¿todo ha ido bien? -insistió Antoine.
Mathias le sugirió que hablara en voz más baja, porque los niños estaban durmiendo. Antoine le dio las buenas noches y se fue. Treinta segundos más tarde, volvió a abrir la puerta y le aconsejó a su amigo que se quitara el impermeable antes de dormir, porque esa noche ya no iba a llover más. Ante el asombro de Mathias, añadió que las solapas le sobresalían de las sábanas y volvió a cerrar la puerta sin hacer ningún otro comentario.