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Adelantándome algo, quiero hacer notar que la victoria de Ricardo Belmont a la alcaldía de Lima refuta a quienes, luego del 10 de junio, interpretaron mi derrota en términos exclusivamente raciales. Si fuera verdad, como se ha dicho por múltiples comentaristas -incluido Mark Malloch Brown-, [37] que fue el odio al «blanquito» y una suerte de solidaridad racial lo que llevó a grandes sectores populares a votar por el «chinito», pues percibían -tal como el ingeniero Fujimori se empeñó en insinuarlo en su campaña, durante la segunda vuelta- que el «amarillo» estaba más cerca del indio, del cholo y del negro que del «blanco» (asociado tradicionalmente al privilegiado y explotador), cómo explicar la contundente victoria de ese «gringo» de cabellos pelirrojos y ojos glaucos, el Colorao Belmont, por quien, además, como él mismo predijo, votaron masivamente los sectores C y D, donde se encuentran la inmensa mayoría de los cholos, indios y negros de Lima.

No niego que el factor racial -los oscuros resentimientos y complejos profundos asociados a este tema existen en el Perú, desde luego, y de él son víctimas y responsables todos los grupos étnicos del mosaico nacional- interviniera en la campaña. Efectivamente ocurrió, pese a mis esfuerzos para evitarlo o, cuando ya estuvo allí, desterrarlo. Pero no fue el color de la piel -mío o de Fujimori- el factor decisivo en la elección, sino una suma de razones dentro de las cuales el prejuicio racial era sólo un componente.

[37] «The Consultant», Granta, n.° 36, Londres, verano de 1991, pp. 87-95.


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