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Mi reacción primera fue decir: «No voy. No sirvo para esto. Me he equivocado. No sé hacerlo y tampoco me gusta. Estos meses han sido más que suficientes para darme cuenta. Me quedo con mis libros y mis papeles, de los que no debí apartarme nunca.» Tuvimos, entonces, con Patricia, otra larga discusión político-conyugal. Ella, que me había amenazado poco menos que con el divorcio si era candidato, ahora me exhortó a regresar, con argumentos morales y patrióticos. Puesto que Belaunde y Bedoya habían dado marcha atrás, no teníamos alternativa. ¿Ésa fue la razón de mi renuncia, no? Pues bien, ya no existía. Demasiada gente buena, desinteresada, estaba trabajando día y noche por el Frente, allá en el Perú. Se habían creído mis discursos y mis exhortaciones. ¿Los iba a dejar plantados, ahora que ap y el ppc empezaban a portarse bien? Las sierras del bello pueblo andaluz de Mijas son testigos de sus admoniciones: «Hemos adquirido una responsabilidad. Tenemos que volver.»

Es lo que hicimos. Volvimos y esta vez Patricia se lanzó de lleno a trabajar en la campaña como si llevara la política en la sangre. Y no rompí con los aliados, como muchos amigos del Movimiento Libertad también hubieran querido que hiciera, y como hubiera debido hacer según aconsejaban las encuestas, por las razones que ya he dicho, que me parecían más dignas que las otras.

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