Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Nada de esto lo asustó ni preocupó demasiado. Pasaba buena parte del día tumbado en la cabaña, adormecido en un sopor que le vaciaba la mente de todo recuerdo o nostalgia. Como su única fuente de aprovisionamiento se había terminado, él y Pau'ura se alimentaban de mangos, bananas, cocos y los frutos del árbol del pan, que ella iba a recoger por los alrededores, y de los regalos de pescado que, a veces, le hacían sus amigas, a escondidas de las familias.

Por esta época, por fin, a Paul se le fue olvidando el retrato de su madre. Reemplazó a Aline Gauguin otro tema obsesivo: la convicción de que la sociedad secreta de los Ariori todavía existía. Había leído sobre ella en el libro del cónsul MoerenhouT dedicado a las antiguas creencias de los maoríes que le prestó el colono Auguste Goupil. y un buen día se puso a afirmar a diestra y siniestra que los nativos de Tahití mantenían la existencia de esta sociedad mítica en la clandestinidad, defendiéndola celosamente de los forasteros, europeos o chinos. Pau'ura le decía que veía visiones; los maoríes de la aldea que todavía venían a visitado le aseguraban que deliraba. Aquella sociedad secreta de los Ariori, dioses y señores de los antiguos tahitianos, la gran mayoría de ellos la desconocía por completo. Y los pocos maoríes que habían oído hablar de los Ariori le juraron que ya ningún nativo creía en semejantes antiguallas, que eran creencias enterradas en un brumoso pasado. Pero Paul, hombre terco y de ideas fijas, siguió día y noche, durante varios meses, con el tema de los Ariori. Y empezó a tallar ídolos y estatuas de madera y a pintar telas inspiradas en esos personajes fabulosos. Los Ariori le devolvieron las ganas de pintar.

«Me engañan», pensabas. Seguían viendo en ti a un europeo, a un popa a, no al bárbaro que eras ya en el alma. Unas pocas decenas de años de colonización francesa no podían haber borrado siglos de creencias, ritos, mitos. Era inevitable que, en un movimiento defensivo, los maoríes hubieran ocultado aquella tradición religiosa en una catacumba espiritual, fuera del alcance de pastores protestantes y de curas católicos, enemigos de sus dioses. La sociedad secreta de los Ariori, que hizo vivir a los maoríes de todas las islas su período más glorioso, estaba viva. Se reunirían en lo más espeso del bosque a celebrar las antiguas danzas y cantar, y se expresarían siempre en los tatuajes, que, aunque no tan elaborados y misteriosos como los de las islas Marquesas, también, pese a las prohibiciones, florecían en Tahití escondidos bajo los pareas. Esos tatuajes revelaban, a quien sabía leerlos, la posición del individuo en la jerarquía de los Ariori. Cuando Paul empezó a asegurar que, en el espeso silencio de los bosques, todavía se practicaban la prostitución sagrada, la antropofagia y los sacrificios humanos, en Punaauia corrió la voz de que, aunque tal vez era falso que el pintor tuviera lepra, lo probable.

era que hubiera perdido la razón. La gente terminó riéndose de él cuando les pedía, a veces implorante, a veces furioso, que le revelaran el secreto de los tatuajes, y que lo iniciaran en la sociedad de los Ariori: Koke había hecho ya bastantes méritos, Koke ya se había vuelto un maorí.

Una carta de Mette cerró esa siniestra etapa con un golpe final. Una carta seca, fría, escrita hacía dos meses y medio: su hija Aline, poco después de cumplir veinte años, había fallecido ese enero, a consecuencia de una pulmonía contraída debido al frío al que estuvo expuesta al regresar de un baile, en Copenhague.

– Ahora ya sé por qué, desde que volví de Europa, me ha perseguido el recuerdo de mi madre y de su retrato -le dijo Paul a Pau'ura, con la carta de Mette en las manos-. Era un anuncio. Mi hija se llamaba Aline en recuerdo de ella. Era también delicada, algo tímida. Espero que no sufriera tanto en su infancia como la otra Aline Gauguin.

– Yo tengo hambre -lo interrumpió Pau'ura, tocándose el estómago, con una expresión cómica-. No se puede vivir sin comer, Koke. ¿No has visto qué flaco estás? Tienes que hacer algo para que comamos.

31
{"b":"87862","o":1}