– Jerez, ¿no? A estas horas…
El Teniente de Navío Cortázar ocupó a horcajadas una de las sillas arrimadas a la mesa de caoba que centraba la camareta: la mesa para todo, para estudiar, para comer, para dejar caer la cabeza sobre los brazos cruzados y echar un sueñecito.
– ¿Qué pasa por el pueblo? -preguntó Menéndez-. Hace días que no voy por allá. Hice las guardias de todos y hoy mismo estoy de guardia.
– Ya lo veo -le respondió Cortázar-. Yo, ya ves, he venido a bordo a traerle al Comandante unos papeles. Me formó la guardia y todo.
– Es que no estaba yo.
El cho se acercaba con la bandeja y en ella la copa servida. Lo dejó todo en la mesa. El Teniente de Navío Cortázar echó la copa al coleto de un solo trago y luego carraspeó.
– Pues no sé qué decirte. De lo que se habla es del tío ese que va a escribir una novela. Yo estaba en el teatro cuando lo anunció.
– ¡Una novela! ¿Y de qué va a tratar?
– Pues no lo sé. Dicen que de viejas historias referidas nosotros, esas mismas que nosotros hemos olvidado. Pero, ¡vaya usted a saber! A lo mejor es de todo lo contrario,
– Me trae sin cuidado. ¡Para el tiempo que voy a estar aquí…!
– ¿Te vas?
– Me llevan. Me cambian de Departamento. En el norte me entiendo mejor y hasta bajo a tierra. Si es a Ferrol, me echaré una novia. Ya sabes de allí…
– Sí. Yo también estoy deseando que me destinen.