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CAPÍTULO XXII

– LOS HAY QUE SON PARTIDARIOS de la novela que pudiéramos llamar cívica, es decir, aquella en que se contarían los trapos sucios y los no tan sucios, mitad y mitad, de la gente que en Semana Santa viste de colorado, tú y yo por ejemplo, pero también el Director, que como sabes está casado y que probablemente tiene un lío con la señorita Ruiz, que a veces actúa como su secretaria. Y por otra parte los hay partidarios de que en la novela no figuren más que gentes de la otra, de la de morado, con su pobreza y sus líos, entre ellos y fuera de ellos; porque hay alguno que tiene el lío en los barrios, y aun fuera de ellos, y yo sé de uno que lo tiene en los Baños del Carmen. De manera que lo lógico sería hacer dos novelas, o una novela en dos partes, mejor, en dos volúmenes. La primera abarcaría todo lo relativo a los Colorados, y la segunda lo relativo a los Morados, imitando de lejos el comienzo de un tal Proust, que empezó por el lado de Swan y terminó por el lado de Guermantes. Este Swan iba de una novela a la otra, y aquí podía hacerse una especie de Swan que va también de los unos a los otros, y que bien podía ser nuestro Presidente, que con el conque de los préstamos tiene buenas relaciones en el otro lado, y bien callado que se lo tiene, el muy hijo de puta; pero mal sospecha que todos los papeles pasan por mis manos y que yo estoy enterado de todo, de lo que él sabe y de mucho que no sabe. Con esto que él no sabe es con lo que podría hacerse la novela, sobre todo la segunda. Pero eso no es problema. El problema sigue siendo la primera frase, la frase con que se empieza, la que lo resume todo. Pues esa dichosa frase no se me ocurre. Cuando aparezca, todo lo demás irá detrás y seguido, como por un tubo.

El vecino de arriba, un empleado de la Factoría que pagaba renta antigua, paseaba a su niño gritón y sus pasos hacían oscilar la lámpara de flecos. Aurita estaba debruzada sobre la máquina y escuchaba a su marido; éste, como siempre, se columpiaba en las patas del sillón, el sombrero de fieltro oscuro muy echado sobre los ojos; en el borde de la mesa se había apagado el cigarrillo de picadura liado al empezar la perorata.

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