– CUANDO TENGA USTED CINCUENTA AÑOS cumplidos comprenderá muchas cosas, que ahora no comprende, señor Ansúrez. Yo tenía esa edad y apenas si había resuelto mi primer fracaso sentimental. Y ella apareció por esa puerta… ¡Señor Ansúrez, le aseguro a usted que sólo verla justificaba cualquier pecado! Y yo no pensaba en el pecado para nada ni en la bondad y la maldad de las cosas, sino sólo en las cosas mismas, en aquella cosa de apenas veinte años que gritaba desde la puerta de mi despacho: ¡Señor Presidente, yo vengo a protestar de una injusticia! Lo era de verdad lo que se había hecho con ella, pero yo le aseguro a usted que no pensé para nada en si era justo o injusto lo que había sucedido en unas oposiciones a las que se presentaban tres muchachas para dos plazas. Pensaba solamente en que la solución estaba en mis manos y en que podía cobrarla a buen precio. Le dije: Señorita, éste no es lugar para tratar de esas cosas. Y me atreví a añadirle: Si quiere usted lo podemos discutir esta noche cenando juntos en un restaurante de la Capital. Y ante mi sorpresa ella me respondió que sí y que a qué hora y que en dónde íbamos a encontrarnos, etc. ¿Se da usted cuenta? ¡Póngase usted en mi lugar! Aquella noche, en un reservado del Rincón de Pepe, ella me contó su caso, y yo le toqué el culo por primera vez, ¿se da cuenta?, por primera vez. Un culo de poco más de veinte años, duro como una piedra, y yo con más de cincuenta. Me la llevé a la cama aquella noche en un hotel importante donde la hice pasar por mi mujer y donde nadie creyó que lo fuera. Al día siguiente, ya de vuelta a la ciudad, ella por un camino y yo por otro, le di el puesto a que aspiraba y que tan injustamente le habían arrebatado, pero también entraron las muchachas que tan injustamente habían ganado la oposición. Entraron delante de ella, pero ella ya las superó porque sabe más y es más inteligente. Le aseguro, señor Ansúrez, que no he vuelto a verla, que no he vuelto a tocar aquel culo adorable y prieto a que hice referencia. Ella siguió su camino, yo seguí el mío; ella se instaló abajo, entre todos ustedes, y se impuso por su valía; yo seguí aquí arriba, solo, con la tentación constante de llamarla, hasta que se me pasó, porque el tiempo todo lo cura y todo lo mata, hasta el deseo. Es todo cuanto tengo que decirle, señor Ansúrez.