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CAPÍTULO XXI

LA PECERA NO EXISTÍA prácticamente hasta las doce y cinco, hora en que Mariano entraba el primer café. Hacia las doce y media, los sillones estaban ocupados. El último en llegar era siempre don Leónidas, que no tomaba café, sino una copa de fino.

El de la voz herrumbrosa dijo al de la voz suave:

– Pues le aseguro que la gente no está nada tranquila con eso de la novela. Todo el mundo cree que le van a sacar los trapos sucios, y ya hay quien piensa en amenazar seriamente al tal Ansúrez, salvo los que opinan que sería mejor que desapareciera.

Hubo un murmullo de voces quedas y un movimiento de cabezas canas. El de la voz suave respondió:

– Pero ¿usted cree que el tal Ansúrez, con esa cara de bobo que se trae, sabe de la misa la media? Cada cual tiene sus cosas bien guardadas, vamos, digo yo. Y al que no las guardó, no puede cogerle de sorpresa que se las saquen, aunque tampoco serán sorpresa para nadie. En ese sentido, si nos va a contar lo que todos sabemos, la novela no servirá para nada.

– ¿Y quién le dice a usted que ese tipo no tiene fuentes de información distintas de las nuestras? Por lo pronto, está enterado de los dineros de algunos, y de los préstamos de otros. Con sacar esas cosas a relucir…

– No nos descubriría nada nuevo. Aquí todos sabemos adónde llega cada cual, en su activo tanto como en su pasivo.

Entraba don Leónidas. Dejó la gabardina y el sombrero junto a la percha, pero no en la percha, y se sentó.

– Ese sillón le estaba esperando. Ya estamos todos.

– Por cierto que hablábamos de esa novela del tal Ansúrez. Aquí don Paco dice que va a sacar los trapos sucios de todo el mundo, y yo le dije…

Don Leónidas encargaba a Mariano su habitual copa de fino.

– No pase cuidado, don Paco. Los únicos trapos sucios que saldrán en la novela son los míos, que son al mismo tiempo los del novelista. Pero una vez publicados…

Don Leónidas miró alrededor. Siete bocas sonrieron, desde la sonrisa esbozada hasta la ya vecina de la risa. Don Leónidas recibió las siete sonrisas como un homenaje.

– No hay que exagerar, señores. Las cosas son como son, o fueron como fueron. Con contarlas con pelos y señales…

– ¡Ay, los pelos y las señales! Lo que importa son las señales porque los pelos se inventan. A mí mismo no me costaría trabajo…

– Es que es mucha su experiencia, don Paco, que aquí todo se sabe.

– No me hagan remover viejos recuerdos. Eran otros tiempos, y las cosas no pasaban como ahora.

– Ya me gustaría a mí tener esa experiencia -dijo don Leónidas.

– ¡Menudo tocho iba a salir entonces, la tal novela! Una sola aventura pero con pelos y señales.

– Eso, eso. Pelos y señales. Sobre todo pelos. Las señales son lo de menos.

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