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– Aquel escribiente de la Armada que se llamaba Enríquez y que era de muy buena familia, hijo de un General o cosa así, no quería casarse contigo, no quería más que acostarse. Hasta que llegué yo y le desbaraté el plan. Yo podía no ser hijo de un General, pero tenía más cultura que él.

– Y eras más guapo.

– De eso no se habló entonces. Se habló de que él era de buena familia, pero yo más culto, y de que él quería llevarte a la cama, porque estabas muy buena, y yo también, pero con casorio por el medio.

– ¿Es de eso de lo que trata el capítulo primero?

Don Periquito tardó unos instantes en contestar; su mirada vagaba por el techo, partido en dos por una mancha de humedad.

– Según. También tiene importancia el lugar, esta calle y esta casa. Hay que describirte a ti hablando con él, o por el balcón, o en el portal.

– Eso ya no lo hace nadie.

– No. Ahora las parejas hablan en las cafeterías. Pero tú aún cogiste los tiempos del balcón y del portal. Yo te llevé a la cafetería por primera vez, ¿te acuerdas?

– ¡Cómo no voy a acordarme! Me tiraste el primer pellizco.

– Tenías el culo que era una tentación. Además, las palabras no bastaban para convencerte. Yo no era de tan buena familia, y aún no había tenido tiempo de demostrarte que era más culto que él, y que venía con buenos propósitos. Disponía de pocos días para todo eso, los que iba a durar el viaje del barco en que él estaba embarcado.

– Solían ser pocos días.

– Eso no importa ahora. Lo importante es encontrar nombres, para ti, para él y para mí. Unos nombres que no nos descubran.

– ¿Tu lo quieres así? ¿Para eso es para lo que escribes la novela?

– La escribo para darle en las narices a ese imbécil de Ansúrez, que piensa escribir la suya sin meterme a mí en ella. -Carraspeó una, dos veces-. Sin meternos a nosotros, quise decir.

– Yo no cuento en esa historia. Cuando apareció Ansúrez ya estábamos casados.

– Lo que importa es encontrar tres nombres, que se parezcan a los nuestros pero que nos dejen lejos. Laura… ¿Qué te parece Laura? Es un nombre bonito, contiene el tuyo, y lo rebasa.

– ¿Y para ti? ¿Y para él? Porque el Pedro no existe y el Fernando tampoco.

– Eso da igual. El nombre de él y el mío dan lo mismo. Lo importante es encontrar el tuyo, y Laura me parece bien. Laurita, Aurita… ¿no te gusta?

– Sí, pero habría que encontrar los vuestros. Son más importantes que el mío.

– Lo importante ahora es a través de quién se describen esta calle y esta casa. Por cierto que la de enfrente tenía una sola planta, desde entonces le echaron un piso. La visión de la casa y de la calle varía mucho si es él o es ella quienes las ven. Es la calle y la casa de ella. Ella las ve como cosa propia; él, como cosa de ella. ¿No te das cuenta? La calle y la casa no eran lo mismo para ti que para él. En eso es en lo que hay que acertar.

– La casa y la calle son las mismas. Yo soy la misma. Lo que veo ahora es lo que vi por primera vez hace treinta años. Ni que fueras tú, ni que fuera él, me hizo ver la calle y la casa de distinta manera. La verdad es que verte a ti me daba más alegría.

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