Brown exige que lo cure sobre cubierta: la batalla ha dado un vuelco favorable y la seguirá conduciendo en persona. Campbell mastica una maldición y le examina la pierna: fractura.
– Hay que bajarlo a la cámara, mi testarudo comandante.
– No, mi cómodo cirujano: me atenderá aquí. Campbell se arremanga otra vuelta la camisa y pide a su ayudante que afirme bien el cuerpo del paciente. Silban los proyectiles. Brown mantiene en la mano la bocina.
– Es obcecado usted, mi comandante.
– Proceda, doctor.
Campbell tracciona con fuerza y reduce la fractura. Brown está blanco pero no se desmaya. Con voz áspera exige que continúen el torrente de fuego. Doblegará al enemigo.
El tronar del cañón y de la fusilería sólo se apagan cuando las naves ponen mayor distancia. La escuadra patriota no ceja, con ese diablo de irlandés que aún herido sigue gritando órdenes. Vuelven las cargas y las densas humaredas. Los relámpagos rojos agujerean velas, arrastran cuerdas y hacen estallar bloques de madera. Los remolinos de humo denso ocultan por completo a los buques; sólo se detectan los cráteres de los cañones.
Montevideo presiente la rendición. Pero el enérgico general Vigodet, jefe de los realistas, no lo hará hasta que el sacrificio sea enorme. Brown ya ha apresado varias naves y destruido otras tantas. El buque principal huye de la batalla para resguardarse en el puerto. La Hércules lo persigue. Es tanto el pánico que esa nave no se atreve a replicar los disparos de Brown ni siquiera cuando alcanza la protección del Fuerte. Vigodet, que contempla la escena bochornosa desde la azotea, se hincha de rabia y tira el catalejo contra las rocas. Mientras, el general Alvear, por tierra, ya golpea las defensas interiores de Montevideo.
El buque insignia de los patriotas, con las banderas lanzadas al viento, ingresa majestuosamente en las aguas del puerto. Veintiún disparos retumban sobre el Cerro y más allá, sobre las cuchillas de la Banda Oriental, anunciando el triunfo de las Provincias Unidas del Sur. La Hércules se desplaza con grandes heridas a la vista, como enormes medallas, seguida por un cortejo de embarcaciones.
El 19 de mayo de 1814 Guillermo Brown eleva su informe: "Hay, más o menos, 500 prisioneros. El número de oficiales de distintas jerarquías es inmenso en proporción con el de marinos y soldados (…). La Hércules aún se encontraba a la cabeza y, acercándose rápidamente a los buques de retaguardia, disparó un par de andanadas que produjo tal desorden en esa parte de la escuadra que en el transcurso de pocos minutos el bergantín San José , y las naves Neptuno y Paloma se rindieron; y tengo el placer de informar a la sensibilidad de Su Excelencia que, aparentemente, fueron pocas las vidas que se perdieron en ambos bandos". Más adelante comunica un abominable descubrimiento: "según parece (Dios los perdone), se proponían cortarnos el pescuezo a todos, habiéndose distribuido al intento largos cuchillos, lo que es apenas creíble. Sea de ello lo que fuere, recomiendo sinceramente que los mismos (los enemigos) sean tratados como prisioneros de guerra" y acentúa una advertencia que excede los límites de su tiempo: "El usar represalias demostraría debilidad y el perdonar sería generosidad. La crueldad se vigoriza con actos de la misma naturaleza. A gente así hay que enseñarle mediante el buen ejemplo y no con represalias".
El comandante de la Itatí , primera nave de la flota en regresar a Buenos Aires, es conducido en brazos por la multitud enardecida hasta los pórticos del Fuerte. La, noticia de la victoria desata una onda de alegría incontenible. España ha perdido su mejor plaza de operaciones contra Buenos Aires y la agresiva expedición del general Morilla tiene que ser desviada hacia el Caribe. Se allanan las condiciones para proclamar la Independencia. La seguridad en los ríos permite reforzar la ayuda al Ejército Auxiliar del Perú y al Ejército de los Andes. El vuelco de la situación frena a Pezuela en el norte. Y el inmenso material bélico capturado sirve para reaprovisionar los agotados arsenales.
Bernardo de Monteagudo, evaluando los beneficios conseguidos por la Escuadra de 1814, dirá que "las dos grandes empresas de la época, cuyo mérito apreciará la posteridad más que nosotros, son la destrucción de la escuadra de Montevideo y la empresa de pasar los Andes para cooperar a la libertad de Chile". El triunfo de Brown determina el fin del dominio colonial sobre la mitad de Sudamérica.