Entonces se arrellanó en la silla. El Dibujante Dipsómano y Armanoush sonrieron, pero nadie más reaccionó.
El dibujante decidió entrar en el juego, y se volvió hacia Asya divertido y malicioso.
– Se lo puede quitar si quiere, ¿no? Es posible quitarlo, ¿no?
– Es posible, aunque es un proceso muy doloroso y bastante peliagudo en el mejor de los casos. Se pueden elegir tres métodos: cirugía, tratamiento con láser o dermoabrasión.
Con estas palabras Asya cogió una almendra y la peló. Ninguno de los presentes, ni siquiera Armanoush, pudo evitar mirar la almendra con horror. Satisfecha por el interés de su audiencia, Asya se echó a la boca la almendra pelada y masticó con ganas. La nueva novia la miraba con ojos como platos.
– Yo personalmente no recomendaría la dermoabrasión. Sin embargo, los otros métodos tampoco son mejores. Hay que buscar un buen dermatólogo, muy bueno, o un cirujano plástico. Vale una fortuna, pero ¿qué se le va a hacer? Cada visita es un dineral, y hay que ir varias veces. Y luego, aunque te quiten el tatuaje, te queda una cicatriz, además de la decoloración de la piel, claro. Para que te quiten eso hay que ir a otro cirujano plástico. Y ni siquiera así el resultado está totalmente garantizado.
Armanoush tuvo que pellizcarse para no reírse.
– Bueno, ¿por qué no bebemos? -interrumpió la mujer del Dibujante Dipsómano, con una sonrisa cansada-. ¿Y qué mejor razón para beber que don Puntillas? ¿Cómo se llamaba? ¿Cecche?
– Cecchetti -corrigió Asya, lamentando de nuevo el día que se emborrachó tanto como para dar una conferencia sobre la historia del ballet.
– Sí, sí, Cecchetti. -El Poeta Excepcionalmente Malo se echó a reír y le explicó a Armanoush-: Gracias a él, los bailarines tienen que agotarse andando de puntillas, ¿sabes?
– ¿En qué estaría pensando? -añadió otro. Y todo el mundo estalló en carcajadas.
– Dinos, Amy, ¿de dónde eres? -preguntó el Poeta Excepcionalmente Malo alzando la voz sobre el eterno murmullo del bar.
– La verdad es que Amy es un diminutivo de Armanoush -terció Asya, todavía con ganas de provocar-. Es armenia americana.
La expresión «armenia» no habría sorprendido a nadie en el Café Kundera, pero «armenia americana» era harina de otro costal. Los armenios armenios no representaban ningún problema: cultura similar, dificultades similares. Pero un armenio americano era alguien que despreciaba a los turcos. Todas las cabezas se volvieron hacia Armanoush, con miradas que revelaban un interés teñido de alarma, como si la chica fuera una llamativa caja de contenido desconocido.
Dentro de la caja podía haber un regalo tan exquisito como el envoltorio, o podía haber una bomba. Armanoush cuadró los hombros, como preparándose para recibir un golpe. No obstante, tras frecuentar el Café Kundera durante tantos años, el grupo había asimilado demasiado la languidez del local para que la emoción fuera más que momentánea.
Asya, sin embargo, no dejó que la tensión se desvaneciera.
– ¿Sabíais que la familia de Armanoush era de Estambul? -comentó entre dos almendras-. Los sometieron a todo tipo de sufrimientos en 1915… Muchos murieron durante las deportaciones, de hambre, de cansancio, por la brutalidad…
Silencio absoluto. Ni un comentario. Asya tiró un poco más de la cuerda bajo la mirada preocupada del Dibujante Dipsómano.
– Pero a su bisabuelo lo mataron antes, sobre todo por… -Asya se volvió hacia Armanoush, aunque lo que decía iba dirigido a los miembros del grupo-. ¡Por ser un intelectual! -Tomó un sorbo de vino lentamente-. El caso es que los intelectuales armenios fueron los primeros a quienes ejecutaron, para dejar a la comunidad sin los cerebros dirigentes.
El silencio no tardó ahora en romperse.
– Eso no fue así. -El Guionista No Nacionalista de Películas Ultranacionalistas meneó la cabeza con vehemencia-. Eso no lo hemos oído nunca. -Dio una calada a su pipa y miró a Armanoush a los ojos entre las volutas de humo-. Mira… -Su voz era ahora un susurro compasivo-. Siento mucho lo de tu familia y te ofrezco mis condolencias. Pero debes entender que eran tiempos de guerra. Murió mucha gente de ambos bandos. ¿Tienes idea de cuántos turcos murieron a manos de los armenios rebeldes? ¿Has pensado alguna vez en la otra parte de la historia? ¡Seguro que no! ¿Y el sufrimiento de las familias turcas? Aunque es todo muy trágico, las circunstancias de 1915 no son las de ahora. Los tiempos eran muy distintos. Entonces ni siquiera existía un Estado turco, sino el Imperio otomano, por Dios. La era premoderna y sus tragedias premodernas.
Armanoush apretó los labios con tanta fuerza que palidecieron. Tenía tantas objeciones que no sabía ni por dónde empezar. Cómo le hubiera gustado que el Barón Baghdassarian estuviera allí.
El silencio de Armanoush fue roto al instante por Asya.
– ¿Ah, sí? ¡Yo pensaba que no eras nacionalista!
– ¡Y no lo soy! -exclamó el hombre, alzando la voz un par de octavas. Se acarició la barba para no perder los estribos-. Pero respeto las verdades históricas.
– A la gente le han lavado el cerebro -apuntó su nueva novia, tratando de apoyar a su amante y a la vez vengarse por la conversación sobre el tatuaje.
Asya y Armanoush se miraron. En ese fugaz instante volvió a aparecer el camarero para llevarse la jarra de vino vacía y poner otra llena.
– ¿Sí? ¿Y cómo lo sabes? A lo mejor a vosotros también os han lavado el cerebro -comentó Armanoush por fin.
– Sí, ¿tú qué sabes? -repitió Asya-. ¿Qué sabemos de 1915? ¿Cuántos libros habéis leído sobre el tema? ¿Cuántos puntos de vista controvertidos habéis comparado y contrastado? ¿Qué investigaciones, qué estudios…? ¡Seguro que no habéis leído nada! Pero estáis convencidísimos, eso sí. ¿Acaso no nos tragamos todo lo que nos echan? Cápsulas de información, cápsulas de desinformación. Todos los días nos tragamos un puñado.
– Estoy de acuerdo. El sistema capitalista anula nuestros sentimientos y recorta nuestra imaginación -terció el Poeta Excepcionalmente Malo-. Este sistema es responsable del desencanto del mundo. Solo la poesía puede salvarnos.
– Mira -replicó el otro-, a diferencia de la mayoría de los turcos, yo he investigado mucho sobre este episodio debido a mi trabajo. Escribo escenas para películas históricas. Leo historia constantemente. Así que si digo esto no es porque lo haya oído por ahí ni porque me tengan desinformado. ¡Todo lo contrario! Hablo como una persona que ha realizado una meticulosa investigación sobre el tema. -Hizo una pausa para tomar un sorbo de vino-. Estas afirmaciones de los armenios se basan en la exageración y la distorsión. Vamos, hombre, si algunos hasta llegan a decir que matamos a dos millones de armenios. Ningún historiador en su sano juicio se tomaría eso en serio.
– Aunque hubiera sido uno, ya sería demasiado -saltó Asya.
El camarero reapareció con una nueva jarra en la mano y una expresión preocupada en el rostro. Le hizo un gesto al Dibujante Dipsómano:
– ¿Quiere seguir pidiendo?
La respuesta fue un gesto con el pulgar hacia arriba. Tras haber tomado hacía rato sus tres cervezas y fiel a su decisión de mantenerse en ese número, el Dibujante Dipsómano se había pasado al vino.
– Te voy a decir una cosa, Asya -comenzó el Guionista No Nacionalista de Películas Ultranacionalistas mientras se servía otra copa-. Sabes lo de los infames juicios de las brujas de Salem, ¿no? Pues lo más interesante es que casi todas las mujeres acusadas de brujería hicieron confesiones muy parecidas y mostraron síntomas parecidos, incluso se desmayaron al mismo tiempo… ¿Mentían? ¡No! ¿Estaban fingiendo? ¡No! Sufrían de histeria colectiva.
– ¿Eso qué significa? -preguntó Armanoush, apenas capaz de controlar su ira.
– Sí, ¿eso qué coño significa? -repitió Asya sin controlar su ira. El guionista permitió que una cansada sonrisa cruzara sus sombríos rasgos.