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Se escuchó el horrendo chillido del metal comiendo metal. La cabina se inundó de fragmentos metálicos. Todo el vehículo vibró con violencia.

¡Ahí tenía la respuesta a su estúpida pregunta! Quaid ya marchaba a máxima velocidad; pero, de alguna manera, logró extraer más potencia del motor y se adelantó. Por poco tiempo; Benny ganó de nuevo terreno y siguió taladrando.

La punta de la broca apareció en la cabina, devorando hambrienta el metal. Se inclinaron hacia delante para evitarla, pero tenían poco espacio. El ruido era ensordecedor. ¡Esa cosa les podía convertir en salchichas!

Entonces se detuvo, a unos centímetros de sus espaldas. Melina se la quedó mirando.

– Creo que ése es su límite -dijo-. Fue pensada para la roca, y la roca se agrieta y se parte. Se ha quedado atascada en el metal.

– Atascada, ¿eh? -Quaid sonrió con gesto sombrío-. Entonces, quizá le tengamos cogido por las pelotas.

– ¿Las pelotas? -inquirió ella, observándole de reojo.

– O lo que sea. Veamos si al pajarito le gusta lo que vamos a hacer.

Quaid giró a la izquierda, luego, a la derecha, haciendo que su excavadora se bamboleara de un lado a otro en el pasaje. La excavadora de Benny, atrapada por su probóscide, fue zarandeada contra las paredes de piedra. Frenó rápidamente y se desenganchó de la de Quaid. No fue suficiente; terminó con dos ruedas apoyadas contra una pared.

– Tendré eso en cuenta si alguna vez no me gusta tu comportamiento -murmuró Melina.

Quaid mantuvo el rostro impasible. Vio a sus espaldas que la excavadora de Benny maniobraba torpemente, mientras las marchas rechinaban. Luego consiguió hacer caer las ruedas al suelo y reanudó la persecución.

Entraron en una cámara oscura. Quaid movió el faro delantero hacia un lado y vio que había suficiente espacio como para dar una vuelta. Apagó la luz y comenzó a girar en la oscuridad.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó alarmada Melina.

– Quizás en esta ocasión pueda cogerlo por el culo -repuso Quaid-. Veremos si le gusta su propia medicina.

Completó casi toda la vuelta y redujo la velocidad, manteniendo las luces apagadas. Vio los faros de Benny; luego el morro de la excavadora, que se acercaba despacio. Las luces oscilaron, explorando la oscuridad.

Quaid inyectó gasolina al motor y encendió los faros. Iluminaron el costado de la excavadora de Benny con terrible intensidad.

Con la perforadora extendida hacia delante y girando con ferocidad, Quaid se encaminó directamente a la cabina de Benny.

– Que te jodan -dijo sucintamente.

Captó los ojos y la boca de Benny que se abrían enormemente bajo el resplandor de las luces cuando éste vio que la perforadora avanzaba directa hacia él. Intentó apartar su propia excavadora de su camino, pero llegó demasiado tarde. La excavadora de Quaid atravesó la cabina, sin hallar problema alguno con el cristal y el plástico, y la devoró como si la estuvieran metiendo en un procesador de comida gigante. Benny quedó convertido en carne troceada, de una forma que hasta a los No'ui les parecería literal.

La excavadora de Benny se hallaba cerca de la pared más apartada de la cueva. La perforadora de Quaid no se pudo detener; siguió hasta que atravesó la misma pared. Toda la máquina vibró.

No quedaba nada por hacer salvo continuar. La pared rocosa empezó a desmoronarse. Quaid prosiguió su avance, con la esperanza de no quedarse atascado. Estaba de suerte; el otro extremo de la pared era hueco.

– ¡Doug! -gritó Melina, mirando hacia delante.

En ese momento Quaid se dio cuenta de que su fortuna no era buena. Delante no había nada. ¡Perforaban en el abismo del reactor alienígena!

Pisó los frenos. La excavadora osciló a través de la abertura, comenzando a caer. Sin embargo, la parte trasera destrozada de la excavadora se enganchó contra el techo del túnel, deteniéndola durante un instante.

– ¡Salta! -gritó Quaid, arrancándose el cinturón de seguridad.

Apenas dispusieron de tiempo para saltar por las portezuelas y aferrarse a unas rocas del techo cuando la enorme máquina se liberó y cayó en las profundidades.

Pero, ¿por qué no se estaban sofocando? El abismo de su recuerdo-sueño había sido un vacío casi completo; utilizaron trajes espaciales para entrar en él. ¡Jamás olvidaría la frustración que sintió cuando trató de besar a Melina a través del casco! Sin embargo, aquí había aire; la atmósfera estaba presurizada.

Entonces recordó un poco más del conocimiento que poseía como Hauser: la mayor parte del reactor se hallaba presurizada, ya que Cohaagen había estado intentando averiguar más sobre él. Cohaagen había sido precavido, lo cual era estupendo: si hubiera hecho algo sin contar con el reactor, se habría activado la nova. La presurización no lo había afectado; el reactor fue construido para soportar la presión atmosférica. Hauser y Melina habían entrado en la sección inexplorada y sin presión, aquella que Cohaagen pensaba que no importaba…, descubriendo que importaba mucho. No sólo era una unidad, sino una serie de unidades complejas interrelacionadas, siendo el reactor nuclear la punta del iceberg, de una forma casi literal.

Se sostuvieron de los salientes a ambos lados del agujero; luego se posaron en tierra y escudriñaron la vasta extensión del abismo.

– Tienes razón -susurró Melina, impresionada-. Nunca vi esto. Es diez veces mayor de lo que nunca imaginé, y…

– Y cien veces más complejo -finalizó él, también impresionado, a pesar de que ya había explorado la mayor parte en su visita anterior y en el recuerdo enterrado de aquella visita, experimentando la explicación de los No'ui-. Éste es nuestro futuro, el futuro del hombre, siempre que podamos activarlo antes de que Cohaagen lo destruya.

Siguieron contemplándolo. Un enorme armazón metálico se extendía desde la pared hacia el espacio, recordando la antigua Torre Eiffel tendida de costado. Cuatro arcos iguales sostenían una inmensa plataforma redonda en mitad del abismo.

La plataforma era un tablero metálico de estaquillas que soportaba un puñado de enormes columnas que atravesaban los agujeros. Las columnas iban desde la parte superior del abismo hasta el fondo, perdiéndose en la oscuridad. Otros arcos y plataformas sujetaban las columnas en diversos niveles, tanto arriba como abajo.

Quaid saltó al armazón.

– Vamos -le dijo a Melina, haciéndole un gesto con la mano.

Ella bajó a su lado y contempló el largo puente traicionero que tenían que atravesar y que se extendía hacia la negra oscuridad. Tal vez hubiera resistido durante milenios; sin embargo, ahora parecía inseguro.

De repente, un estrépito atronador retumbó a lo largo del abismo, sobresaltándolos a los dos.

– La excavadora -explicó Quaid, al darse cuenta del significado del ruido.

Había llegado al fondo. Les pareció que habían transcurrido varios minutos desde que la abandonaran; pero probablemente sólo habían sido varios segundos. El esplendor del reactor les distorsionó la percepción del tiempo. O eso creía.

– Llegarán pronto -le recordó Melina-. Tienes que ser tú el primero.

– ¡Vamos! -aceptó él-. ¿Cómo están tus nervios para cruzar el abismo?

– No en muy buen estado -admitió ella-. Pero, teniendo en cuenta lo que hay en juego, me las arreglaré.

– Buena chica.

Aunque no era una chica: era una mujer.

Emprendieron la marcha por el armazón a la máxima velocidad que se atrevieron, sin mirar en ningún momento hacia abajo.

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