Литмир - Электронная Библиотека

No obstante, seguía sin creérselo.

– Bueno, si éste es mi engaño, ¿quién le invitó a usted?

– Yo he sido implantado de forma artificial como una salida de emergencia -repuso Edgemar sin la menor vacilación. Luego, con más seriedad, añadió-: Lamento comunicarle esto, señor Quaid, pero usted está padeciendo una embolia esquizoide. No podemos sacarle de su fantasía. Me han enviado para que intente que regrese por propia voluntad a la realidad.

– ¿Y la «realidad» es que yo no estoy verdaderamente aquí? -preguntó Quaid.

– Piénselo, señor Quaid. Su sueño comenzó en mitad del proceso de implantación. Todo lo sucedido después: las peleas, el viaje a Marte en una cabina de primera clase, su suite en el Hilton, forma parte del programa de Rekall.

– ¡Eso es una completa estupidez! -exclamó Quaid, empezando a temer que no lo fuera.

– ¿Y qué me dice usted de la mujer? -preguntó Edgemar, impasible-. Cabello castaño, voluptuosa, sensual y tímida, tal como usted especificó. ¿Es eso una estupidez?

– Ella es real -dijo Quaid-. Soñé con ella incluso antes de ir a Rekall.

– Señor Quaid, ¿se escucha a sí mismo? -preguntó Edgemar con tono persuasivo-. ¿Es real porque soñó con ella?

– Así es.

Y, en realidad, él lo creía, y no tenía la esperanza de que el doctor lo comprendiera.

Edgemar suspiró, desalentado.

– Quizás esto le convenza. ¿Le importaría abrir la puerta?

Quaid clavó la pistola en las costillas de Edgemar.

– Ábrala usted.

– No hace falta que se ponga violento. -El hombre cuadró los hombros y se acercó a la puerta. Quaid se pegó a él, dispuesto a cualquier cosa mientras el hombre la abría.

Cualquier cosa menos lo que vio.

¡Lori estaba en el umbral!

Quaid hizo lo mejor que pudo para absorber el impacto. Lori era hermosa, con el tipo exacto de sensualidad y timidez que a él le gustaban, mostrando más pecho de lo que parecía darse cuenta, el rostro con un leve moretón en el lugar en que la había golpeado con la pistola, al lado del ojo. De repente lo lamentó; nunca antes la había golpeado.

Lori adoptó una expresión valiente, como si estuviera conteniendo las lágrimas delante de un niño enfermo. No dejaba entrever la menor indicación que mostrara que jamás había sido la adorable esposa de Quaid.

– Cariño…

¡Pero ella le disparó con la pistola! Había intentado golpearle y matarle con un cuchillo de cocina. Los cortes recibidos en la piel aún estaban cicatrizando. Sólo adoptó una actitud seductora con el fin de distraerle mientras observaba a Richter y a Helm acercarse por el monitor. Ella misma le contó cómo toda su relación era un implante, salvo las últimas seis semanas. ¿Cariño?

¡Dios le ayudara, pero deseaba creer en ella! Si la situación era un sueño, entonces su ataque jamás se había producido y, de verdad, se trataba de su adorable esposa.

– Por favor, pase, señora Quaid -invitó Edgemar.

Lori entró en la habitación con gesto titubeante. Todavía movía las caderas de esa forma que siempre lo había enloquecido. Y aún lo hacía. Quizá no la amara; pero, ¡por todos los diablos que tampoco la odiaba!

Entonces, ¿por qué la había proyectado en sus sueños como semejante villana? ¿Para tener un pretexto con el que deshacerse de ella y perseguir a la mujer de Marte? Eso, de una forma desagradable, tenía sentido. Una mente desquiciada…, ¡él jamás se permitiría hacer eso en la realidad!

¡Tampoco podía permitirse el lujo de confiar en ella! Quaid atrajo a Lori hacia él y la cacheó con brusquedad. Incluso eso le causó dolor, ya que sus manos, al recorrerla, le comunicaron lo espléndido que era su cuerpo. Había acariciado aquel cuerpo en tantas ocasiones, recibiendo tanto placer de él. ¿Cómo podía dudar de ella ahora?

– Supongo que tú tampoco estás aquí -dijo con tono hosco.

Se estaba comportando como un patán; pero, ¿qué alternativa le quedaba? Un error significaría el desastre.

– Me encuentro aquí, en Rekall -comentó ella.

Quaid se rió y la apartó de sí con un empujón. Sin embargo, en su interior, sufría. ¡Si tan sólo ella se derrumbara y le maldijera, diciéndole que le odiaba! Entonces sentiría que el trato que le brindaba estaba justificado, ya fuera real o irreal esta escena.

– Doug, te amo -repuso Lori, con sus enormes ojos húmedos.

– Perfecto. ¡Por eso intentaste matarme!

Debía mantener la actitud con la que poder ocultar la duda que le carcomía.

– ¡Nooo! -protestó ella, prorrumpiendo en sollozos-. Nunca haría nada para herirte. Te amo. Quiero que vuelvas a mí.

Su desesperación le partía el corazón.

– Increíble -musitó.

Sin embargo, la certeza que sentía se había resquebrajado. Sería tan fácil cogerla entre los brazos…

– ¿Qué resulta increíble, señor Quaid? -preguntó Edgemar. Adoptó un tono de voz razonable-. ¿El hecho de que usted experimente un episodio paranoide activado por un agudo trauma neurológico? ¿O… -entonces su voz sonó burlona- que sea usted un agente secreto invencible de Marte y que sea la víctima de una conspiración interplanetaria que le hace creer que es un miserable trabajador de la construcción?

La poca certeza que le quedaba a Quaid estaba siendo más minada aún. ¡Ciertamente, los acontecimientos recientes que había experimentado sí parecían ahora carentes de toda lógica! Las cosas que no parecían tener mucho sentido…, ¿qué mejor forma de explicarlas que aduciendo que eran el producto de una mente soñadora y levemente perturbada?

Edgemar le observó con gran simpatía y calidez.

– Doug, ¿cuántos de nosotros somos héroes? Usted es un hombre bueno y honrado. Tiene una mujer hermosa que le ama.

Lori miró a Quaid, irradiando puro afecto.

– Posee un trabajo seguro con un futuro brillante -prosiguió Edgemar-. Le queda toda la vida por delante, Doug. -Frunció el ceño con gesto benévolo-. Pero tiene usted que querer regresar a la realidad.

Las piezas parecían encajar. Quaid casi estaba convencido. No cabía duda de que había deseado ser un héroe intrépido; sin embargo, esta aventura le había hecho cambiar de parecer con respecto a esas cosas. Deseaba a una mujer hermosa y, de hecho, así era Lori. Que su cabello no fuera oscuro…, ¿era una razón válida para rechazarla? Teniendo en cuenta la forma en que le tratara Melina…

– ¿Qué he de hacer? -preguntó.

Edgemar abrió la mano, mostrando una píldora pequeña.

– Tómese esta pastilla.

– ¿Qué es?

Quaid no era tan tonto como para no darse cuenta del hecho de que una pastilla imaginaria no podía hacer algo que a la imaginación le resultaba imposible.

– Es un símbolo. Un símbolo de su deseo de regresar a la realidad -explicó Edgemar-. Dentro de su sueño, se quedará dormido.

¿Y despertaría en la realidad? Ya le había ocurrido antes, cuando cayera en el precipicio de Marte para aparecer en su cama, al lado de Lori. ¡Tenía su atractivo! Cogió la píldora y la estudió. Podía apreciar su lógica: en la vida, una persona tomaba una pastilla para ponerse bien. En un sueño, tomaba una para querer ponerse bien. El efecto sería parecido.

– Ha de saber, señor Quaid, que Rekall le proporcionará una terapia gratuita durante todo el tiempo que le haga falta. Además, si firma un pliego de descargo contra nosotros, acordaremos una cantidad mayor como compensación económica.

– ¿Cuánto?

Formuló la pregunta de forma automática, aunque apenas le importaba. La pregunta más importante era si anhelaba la realidad que había conocido en la Tierra o una continuación de esta descabellada aventura en Marte. La respuesta debía de ser obvia; pero el recuerdo de Melina, y algo apenas vislumbrado, algo tan importante que…

– Mil créditos. Quizá más.

Lori se animó.

– Piensa en ello, Doug. Podríamos comprar una casa.

En vez del apartamento en el piso doscientos. También eso tenía su atractivo. Tal vez unas vacaciones en un domo submarino.

37
{"b":"115566","o":1}