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»Repetí que no juraría, aunque con voz temblorosa. Cromwell me observó durante unos instantes y sonrió. "Yo creo que lo haréis -dijo-. Tengo poco tiempo, señor Kingston. Estiradlo."

»Kingston hizo un gesto a los verdugos, que me pusieron en pie y me arrojaron sobre el potro tan violentamente que me quedé sin respiración. Luego, me estiraron los brazos por encima de la cabeza y me ataron las muñecas y los tobillos. -La voz de Jerome se convirtió en un susurro-. Fue todo tan rápido… Ninguno de los dos verdugos dijo una sola palabra.

«Empezaron a mover la rueda, y de pronto oí un crujido y sentí un tirón atroz en los brazos, un dolor como no había sentido jamás. Me aniquiló. -El anciano se interrumpió y se frotó el hombro descoyuntado con la mirada perdida. Absorto en el recuerdo de su sufrimiento, parecía haberse olvidado de nuestra presencia. Junto a mí, Mark se agitó, incómodo-. Estaba gritando. No me di cuenta hasta que oí mis propios alaridos. Luego, dejaron de tirar. Seguía estando aterrado, pero la marea… -murmuró agitando una mano en el aire-, la marea del dolor había retrocedido. Abrí los ojos, y allí estaba Cromwell, mirándome.

»"Jurad, hermano -me dijo-. Tenéis muy poca resistencia, está claro. Esto continuará hasta que juréis. Estos hombres conocen su oficio; no os dejarán morir, pero vuestro cuerpo ya está maltrecho y pronto estará tan destrozado que jamás dejará de doleros. Jurar no es ninguna vergüenza cuando os han obligado a hacerlo por este medio."

– Estáis mintiendo -le dije, pero él hizo caso omiso.

– Grité que soportaría el dolor, como Cristo lo soportó en la cruz. Cromwell se encogió de hombros e hizo un gesto a los verdugos, que esta vez tiraron de las dos ruedas al mismo tiempo. Sentí que los músculos de las piernas se me desgarraban y, cuando noté que el hueso del muslo se descoyuntaba, grité que pronunciaría el juramento.

– Un juramento hecho bajo tortura carece de valor legal, ¿verdad? -preguntó Mark.

– ¡Cállate, por amor de Dios! -le grité.

Jerome se sobresaltó; luego nos miró y sonrió.

– Fue un juramento ante Dios, un juramento en falso, y estoy condenado. ¿Eres buena persona, muchacho? Entonces no deberías estar con este hereje chepudo.

Lo miré fijamente. Su historia me había causado una profunda impresión, pero tenía que recuperar la iniciativa. Me levanté, crucé los brazos y me encaré con él.

– Hermano Jerome, estoy cansado de oír insultos y cuentos. He venido aquí para hablar del atroz asesinato de Robin Singleton. Lo llamasteis perjuro y mentiroso ante testigos. Quiero saber por qué.

La boca del anciano emitió algo parecido a una risa sarcástica.

– ¿Tienes idea de lo que es la tortura, hereje?

– ¿Tenéis idea de lo que es el asesinato, hermano? Ni una palabra más, Mark Poer… -le advertí a mi ayudante, que acababa de abrir la boca.

– ¡Mark!… -murmuró el cartujo sonriendo tétricamente-. Otra vez ese nombre. Sí, tu discípulo se da un aire al otro Mark.

– ¿Qué otro Mark? ¿Con qué monserga nos vais a salir ahora?

– ¿Quieres que te lo cuente? Has dicho que no quieres oír más cuentos, pero éste te interesará. ¿Puedo volver a sentarme? Empieza a dolerme la pierna.

– No toleraré más infamias ni insultos.

– Ni insultos ni infamias, te lo prometo. Sólo la verdad. -Asentí y el anciano se sentó en la cama ayudándose de la muleta y se rascó el pecho; al sentir el roce de la crin en la piel, se le escapó una mueca-. Veo que lo que te he contado sobre el potro te ha desconcertado, abogado. Pero esto aún te desconcertará más. El otro Mark era un joven apellidado Smeaton. ¿Te suena ese nombre?

– Por supuesto. Era el músico de la corte que confesó haber cometido adulterio con la reina Ana, y fue ejecutado por ello.

– Sí, lo confesó… -dijo Jerome asintiendo-, por la misma razón por la que yo juré.

– ¿Cómo podéis saber eso?

– Te lo diré. Después de jurar ante Cromwell en aquella terrible mazmorra, el guardián me dijo que me quedaría en la Torre hasta que me recuperara; mi prima, a la que comunicarían que había jurado, estaba realizando gestiones para que me aceptaran en Scarnsea. Entretanto, Lord Cromwell se había olvidado de mí. Seguramente estaba entretenido guardando mi juramento con el resto de sus papeles.

»Los guardianes me trasladaron a una celda subterránea que estaba en un pasadizo oscuro y húmedo, me dejaron tumbado en un viejo jergón de paja y se marcharon. Yo no paraba de darle vueltas a lo que había hecho y tenía unos dolores terribles. El olor a humedad de aquel jergón inmundo me revolvía el estómago. No sé cómo, conseguí levantarme y acercarme a la puerta, que tenía un ventanuco enrejado. Pegué la cara a él para que me diera el aire del pasadizo, que era un poco más fresco, y recé pidiendo perdón por lo que acababa de hacer.

»A1 cabo de un rato, oí pasos y poco después quejidos y sollozos. Aparecieron unos guardias, que esta vez traían medio a rastras a un joven, más o menos de la edad de tu ayudante, de rostro también muy agraciado, aunque más fino, y cubierto de lágrimas. Llevaba ropa elegante, pero hecha jirones, y sus grandes ojos miraban aterrorizados a todas partes. Cuando pasó junto a mí, me lanzó una mirada suplicante y desapareció, arrastrado por los guardias. Luego, oí que abrían la celda contigua a la mía.

»"Serenaos, señor Smeaton -dijo uno de los guardias-. Pasaréis aquí la noche. Mañana, todo será muy rápido. Sin dolor." El tono era casi afectuoso. -Jerome volvió a reír, dejando al descubierto unos dientes sucios y cariados. Su risa me estremeció. El anciano hizo una mueca y siguió hablando-: La puerta de la celda se cerró de golpe y los pasos se alejaron. Luego oí una voz. "¡Padre! ¡Padre! ¿Sois sacerdote?" "Soy un monje cartujo -respondí-. ¿Vos sois el músico al que han acusado de yacer con la reina?" "¡Yo no he hecho nada, hermano! -aseguró el joven entre sollozos-. ¡Me acusan de yacer con ella, pero yo no he hecho nada!" "Dicen que habéis confesado", le respondí. "Me llevaron a casa de lord Cromwell, hermano. ¡Dijeron que me atarían una soga al cuello y, si no confesaba, la apretarían hasta que los ojos se me saltaran de las órbitas!"-Su voz era histérica, casi un chillido-. "Lord Cromwell les dijo que, en lugar de eso, me aplicaran el potro, para no dejar marcas. Padre, aunque tengo dolores por todo el cuerpo, quiero vivir. ¡Mañana me matarán!" Después perdió el control y rompió a llorar. -Jerome guardó silencio y se quedó inmóvil, con la mirada perdida-. La pierna y el hombro me dolían cada vez más, pero no tenía fuerzas para moverme. Pasé el brazo sano entre los barrotes para sujetarme y, semiinconsciente, me apoyé en la puerta, mientras seguía oyendo los sollozos de Smeaton. Al cabo de unos instantes, se calmó y volvió a hablarme: "Hermano -dijo con voz temblorosa-, firmé una confesión falsa…, que sirvió para condenar a la reina. ¿Iré al infierno?"

»"Si os la arrancaron mediante tortura, Dios no os condenará por eso. Una confesión falsa no es como un juramento ante Dios", añadí amargamente. "Hermano, temo por mi alma. He pecado con mujeres…" "Si os arrepentís sinceramente, el Señor os perdonará." "Es que no me arrepiento, hermano", respondió él, y rompió a reír histéricamente. "Siempre lo hice con placer. No quiero morir y no conocer el placer nunca más." "Debéis poner en orden vuestra alma", lo urgí. "Debéis arrepentiros sinceramente, u os condenaréis en el fuego eterno." "Aunque me arrepienta, iré al purgatorio", respondió Smeaton, y volvió a echarse a llorar. Me daba vueltas la cabeza y estaba demasiado débil para seguir hablando, de modo que me arrastré hasta el maloliente jergón. No sabía si era de noche o de día, pues allí abajo no había más luz que la de las antorchas del pasadizo. Me quedé dormido. Me desperté dos veces, cuando los guardias trajeron sendas visitas a la celda de Smeaton. -Los ojos de Jerome se alzaron y se encontraron con los míos; luego, volvieron a bajarse-. En ambas ocasiones, lo oí llorar de un modo desgarrador. Más tarde, me desperté, vi pasar a los guardias con un sacerdote y oí murmullos en la celda de al lado durante largo rato, pero no podría decir si al final Smeaton hizo una confesión en regla y salvó su alma. Volví a dormirme y, cuando el dolor me despertó, todo estaba en silencio. Allí abajo no hay ventanas, pero de algún modo supe que era de día y que Smeaton ya había muerto. -Los ojos del cartujo volvieron a posarse en mí-. Ahora ya sabes que tu señor torturó a un inocente para arrancarle una confesión falsa y lo hizo ejecutar. Es un hombre sanguinario.

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