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– No, y estoy seguro de que Alice tampoco. Pero tal vez comenzó a delirar delante de una de las personas que fueron a visitarlo…

– … la cual decidió cerrarle la boca. -El hermano Guy se mordió el labio y asintió con convicción-. Pobre muchacho -murmuré-. Y lo único que se me ha ocurrido pensar es que se estaba burlando de mí…

– Las cosas rara vez son lo que parecen.

– Y aquí menos que en ningún sitio. Decidme, hermano, ¿por qué me habéis contado esto en lugar de ir directamente al abad?

El enfermero me lanzó una mirada sombría.

– Porque el abad es una de las personas que lo han visitado. Vos tenéis autoridad, doctor Shardlake, y, a pesar de nuestras diferencias en materia de religión, estoy convencido de que buscáis la verdad.

Asentí.

– Por el momento, os pido que guardéis silencio sobre lo que acabáis de contarme. Quiero reflexionar sobre cómo he de proceder.

Miré al hermano Guy para ver cómo reaccionaba ante una orden mía, pero él se limitó a asentir con tristeza.

– ¿Habéis sufrido un accidente? -preguntó advirtiendo que tenía la pierna cubierta de barro.

– Me he caído en la ciénaga, pero he conseguido salir.

– Es un terreno muy peligroso.

– Creo que aquí no hay ningún terreno seguro para mis pies. Vayamos dentro, o cogeremos una pulmonía -dije avanzando hacia la puerta-. Es extraño que mi infundada sospecha de que el pobre chico estuviera burlándose de mí nos haya llevado a este descubrimiento.

– Al menos, ahora el prior Mortimus no podrá decir que está seguro de que Simón ha ido al infierno.

– Sí. Me parece que se va a llevar una decepción.

«A menos que sea el asesino -me dije-, en cuyo caso ya lo sabe.» Apreté los dientes. Si la noche anterior no hubiera dejado que Alice y el hermano Guy me disuadieran de hablar con Simón, no sólo podría haber conseguido que me contara la historia completa y tal vez me pusiera sobre la pista del asesino, sino que además el muchacho seguiría vivo. Ahora tenía que investigar dos asesinatos. Y, si era cierto lo que el pobre novicio había murmurado en su delirio sobre que Singleton no había sido la primera victima, serían tres.

14

Ese día tenía previsto ir a Scarnsea, pero se me había hecho tarde. A la última luz del crepúsculo, volví a atravesar el recinto para ir a casa del abad y hablar con Goodhaps. El viejo profesor seguía encerrado en su habitación, ahogando sus penas en la bebida. No le dije que habían asesinado a Simón Whelplay, sino que el novicio había fallecido a consecuencia de una grave enfermedad. Goodhaps mostró escaso interés. Le pregunté qué sabía del libro de cuentas que estaba examinando Singleton el día que lo asesinaron. Me respondió que Singleton sólo le había dicho que había descubierto otro libro en la contaduría y que confiaba en obtener de él información provechosa. En tono despechado, el anciano murmuró que el anterior comisionado apenas le contaba nada; sólo lo utilizaba para rebuscar en los libros. Lo dejé con su vino.

Se había levantado un viento helado, que me caló hasta los huesos durante el camino de vuelta a la enfermería. Ensordecido por las campanas, que llamaban a vísperas, me dije que todos los que tenían información sobre el caso estaban en peligro: el viejo Goodhaps, Mark y yo mismo. El asesinato de Simón había sido ejecutado por una mano fría y despiadada, y habría pasado inadvertido si yo no hubiera puesto al enfermero sobre la pista de la belladona al mencionar los extraños andares y aspavientos del novicio. Puede que estuviéramos enfrentándonos a un fanático, pero desde luego no era alguien que actuara por impulsos. ¿Y si planeaba envenenar mi cena, o separarme la cabeza del cuerpo como había hecho con Singleton? Sentí un estremecimiento y me tapé el cuello con la capa.

Los libros formaban una pila en el suelo de nuestra habitación. Mark estaba sentado ante la chimenea, con los ojos clavados en el fuego. Aún no había encendido las velas, pero las llamas del hogar arrojaban una claridad vacilante sobre su preocupado rostro. Me senté frente a él, contento de poder dar descanso a mis pobres huesos junto a un buen fuego.

– Mark, tenemos un nuevo misterio -le dije, y le conté lo que me había explicado el hermano Guy-. Me he pasado la vida descifrando secretos, pero aquí parecen multiplicarse y hacerse más terribles por momentos -dije pasándome una mano por la frente-. Me siento responsable de la muerte de ese chico. Si anoche hubiera insistido hasta hacerlo hablar… Y esta mañana, en la enfermería, cuando el pobre encorvó el cuerpo y empezó a agitar los brazos, lo único que se me ha ocurrido pensar es que se estaba burlando de mí -murmuré mirando al vacío, momentáneamente abrumado por la culpa.

– No podíais saber lo que le ocurría, señor -dijo Mark con voz vacilante.

– Estaba cansado y me dejé convencer de que no debía seguir interrogándolo. Lord Cromwell dijo que el tiempo era esencial, y cuatro días después seguimos sin respuestas y tenemos otro asesinato.

Mark se levantó y encendió las velas en el fuego de la chimenea. De pronto, me encolericé conmigo mismo; en lugar de entregarme a la desesperación, debería haberle dado ánimos; pero la muerte del novicio me había dejado anonadado. Esperaba que su alma hubiera encontrado descanso junto a Dios; habría rezado para que así fuera, si hubiera creído que rezar por los muertos servía para algo.

– No os rindáis, señor -dijo Mark tímidamente dejando las velas en la mesa-. Tenemos este nuevo asunto del tesorero. Eso podría hacernos avanzar.

– Cuando asesinaron a Simón, el hermano Edwig estaba ausente. Pero no te preocupes… -dije obligándome a sonreír-, no pienso rendirme. Además, no me atrevo; he venido aquí a realizar un trabajo para lord Cromwell.

– Mientras estabais en la iglesia, he aprovechado para dar una vuelta por los edificios auxiliares. Teníais razón, casi siempre hay alguien. En el establo, en la herrería, en la mantequería… No he visto ningún sitio donde se pueda esconder cosas grandes fácilmente.

– Tal vez merezca la pena investigar las capillas de la iglesia. Por cierto, cuando iba a la marisma he visto algo interesante. -Le hablé del brillo dorado en el fondo del estanque-. Es un sitio muy apropiado para deshacerse de una prueba.

– ¡Entonces deberíamos investigarlo, señor! ¿Lo veis? Tenemos pistas. La verdad prevalecerá.

– ¡Vamos, Mark! -exclamé echándome a reír-. Con el tiempo que has pasado en los tribunales de Su Majestad, no puedes decir eso. Pero gracias por darme ánimos -dije tirando de un hilo suelto del tapizado del sillón-. Cada vez estoy más melancólico. Hace meses que me siento desalentado, pero aquí la cosa no ha hecho más que empeorar. Debo de tener los humores descompensados, demasiada bilis negra en los órganos. Quizá debería consultar al hermano Guy.

– Este lugar desanima a cualquiera.

– Sí. Y confieso que también tengo miedo. Lo he pensado hace un momento, en el patio. Unos pasos a mi espalda, el ruido de una espada cortando el aire…

Alcé la vista hacia Mark, que estaba de pie frente a mí. Sus facciones de adolescente dejaban traslucir una preocupación que me hizo comprender el peso que aquella misión arrojaba sobre él.

– Sí, os entiendo. El lugar, el silencio…, roto súbitamente por esas campanas que te dan unos sustos de muerte…

– Bueno, eso nos hace estar alerta, lo cual no es malo. Me alegro de que estés dispuesto a admitir que tienes miedo. Eso demuestra tu hombría, más que las fanfarronadas de la juventud. Y yo no debería estar tan melancólico. Esta noche tengo que rezar para que Dios me dé fuerzas -dije, y lo miré con súbita curiosidad-. ¿Qué pides tú en tus oraciones?

Mark se encogió de hombros.

– No tengo costumbre de rezar al acostarme.

– No debería ser una simple costumbre, Mark. Pero no pongas esa cara, no voy a sermonearte sobre la necesidad de la oración -dije levantándome del sillón con dificultad. Volvía a tener la espalda cansada y dolorida-. Venga, debemos espabilar y echar un vistazo a esos libros de contabilidad. Después de cenar, nos veremos las caras con el hermano Edwig.

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