Литмир - Электронная Библиотека
A
A

La mirada del público no pierde detalle, observa con dolor. El afecto es captado por las cámaras, aparece impreso en los periódicos y queda grabado en la mente de los miles de millones de habitantes: la están comparando.

¿Cómo se las arreglan esas mujeres para retener a sus maridos? Uno casi compadecería a Deng Yin-chao por su cara con forma de ñame. Tiene ojos de tortuga, boca de rana, joroba, pelo gris y un cuerpo como una botella de salsa de soja que embute en trajes grises. No hay color en su conversación. Ni en su expresión. Como si fuera deslustrada de nacimiento. En cambio su marido, el primer ministro Chu, es el hombre más atractivo y encantador de China.

Estoy satisfecha con la mujer del primer ministro Chu En-lai, Deng Yin-chao. Con su sentido común. El sentido común de conocerse y saber que no puede enfrentarse a mí, no puede competir conmigo, de modo que no trata de hacerlo. Es una señora que sabe cuándo callar y cuándo desaparecer, y me trata como a una reina. Al final se sale con la suya. Comprende las ventajas de mostrarse humilde. En los veintisiete años que lleva mi marido en el poder y los vaivenes que convierten a uno de la noche a la mañana de héroe a rufián, y viceversa, el barco de los Chu nunca se hunde. Deng Yin-chao no asiste a los bailes que se organizan en el Gran Salón del Pueblo. De vez en cuando aparece para saludar. Se inclina y me dice que soy la mejor. Todos los cumplidos. No sé qué dice a su marido de mí. No habla de mí a nadie más a mis espaldas porque sabe que Kang Sheng lo oye todo y está en todas partes. Deng Yin-chao habla bien de mí y deja que los cumplidos lleguen a mis oídos.

Wang Guang-mei no es tan prudente. Es la antítesis de Deng Yin-chao.

La señora Mao, Jiang Qing, a duras penas soporta a Wang Guang-mei. Ésta es una linterna de año nuevo que alumbra el camino hacia la confianza. Su encanto fascina y sus palabras crean proximidad. De familia prestigiosa e influenciada por Occidente, Wang Guang-mei es una mujer muy culta y segura de sí misma. No trata de eclipsar a la señora Mao pero de hecho la toman por la primera dama de China. Dado que Mao nunca presenta públicamente a su esposa, los visitantes de los países extranjeros toman a Wang Guang-mei por la primera dama.

Aunque Wang Guang-mei presta atención a Jiang Qing, menciona continuamente su nombre y la consulta para todo, desde las normas de etiqueta a qué regalos llevar cuando acompaña a su marido al extranjero, es incapaz de tenerla contenta. A diferencia de Deng Yin-chao, que se asegura de no parecer una rival de Jiang Qing, Wang Guang-mei establece hasta qué punto está dispuesta a sacrificar su propio gusto. Se niega a tener presente todo el tiempo a Jiang Qing. Además, no se siente culpable por su popularidad.

Considero a Wang Guang-mei una ladrona. Y como ladrona más adelante la castigo. Me ha robado el papel y no puedo verlo de otro modo. Como un pájaro y un gusano, somos enemigas por naturaleza. Su sola existencia exige que yo sea sacrificada.

Wang Guang-mei trata, sin embargo, de hacer buen papel. El problema es que no cree estar perjudicándome. Al contrario. No cree que haya nada de malo en que yo no reciba a los invitados extranjeros o no visite los países de mis sueños. No hay nada de malo en que su cara aparezca en todos los periódicos y revistas. No hay nada malo en que nadie se acuerde de mí.

Por su culpa no soy necesaria.

No puedo soportar verla bailar valses en las fiestas. Cómo se admiran mutuamente ella y su marido Liu. Desbordan pasión y se olvidan del mundo. No puedo evitar pensar en lo desgraciada que me siento. He hecho todo lo posible por retener a Mao. He reunido a todos sus hijos una vez al mes para crear un ambiente familiar. Pero no ha servido de nada. Mao siempre está ocupado viajando y con sus ejercicios para la longevidad. No me quiere cerca de él. En esos momentos vuelvo a ser la joven de la ciudad de Zhu. Mugrienta y andrajosa, huyendo y suplicando afecto.

La historia de China reconoce a otro gran hombre aparte de Mao. Se trata de Liu Shao-shi, el vicepresidente de la República. El vicepresidente Liu tiene la cara alargada de un burro. Su cutis es como la superficie de la luna. Tiene los dientes desiguales y una gran nariz en forma de ajo. Es su mujer Wang Guang-mei la que con su belleza y elegancia saca a la luz su valía. El vicepresidente Liu es un tipo obstinado. Un hombre que no entiende de política pero está metido en política. En opinión de Jiang Qing, juzga mal a Mao. Su tragedia es su fe ciega en él. Es víctima de sus propias suposiciones. Justo después de la proclamación de la República en 1949, Liu quiere establecer la ley. No quiere un emperador. Quiere que China copie el modelo norteamericano y establezca un sistema electoral. Aunque nunca ha sugerido a Mao que copie a George Washington, todo el mundo capta el mensaje. Más tarde Liu se convertirá en el número uno en la lista de personas a eliminar. Olvida que China es la China de Mao. Para Mao tales sugerencias equivalen a hacerlo asesinar bajo el sol radiante. Por eso Liu y Mao se vuelven enemigos. Sin embargo Liu no lo ve así. Cree que, por el futuro de China, él y Mao pueden reconciliarse.

No es que me alegre de la muerte del vicepresidente Liu en 1969. Pero es él quien hace apretar el gatillo a Mao. Mao sencillamente se siente amenazado por él. Liu tiene el poder de un idealista. A diferencia del primer ministro Chu, el mariscal Ye Jian-ying y Deng Xiao-ping que fingen estar cometiendo «errores inocentemente» cuando Mao los critica, Liu defiende sus convicciones. Como una estrella fugaz impulsa su propia vida.

Comparado con el vicepresidente Liu, el primer ministro Chu vive para complacer a Mao. No atino a comprender por qué se comporta de este modo. Estudió en Francia. No le gusta que espolvoreen la pista de baile de polvos para impedir que Mao resbale, pero nunca se queja. Yo también detesto la pista, pero a Mao y al resto del cuadro de dirigentes les encanta. El primer ministro Chu es un bailarín excelente, pero se obliga a inhalar los polvos. Venera a Mao. Cree sinceramente que Mao es la mano que esculpe China. Tiene como modelo al famoso primer ministro Zhu Ge-liang de la dinastía Han. El primer ministro de la antigüedad que pasó su vida sirviendo a la familia del emperador Liu.

El primer ministro Chu es un hombre de talento, pero es incapaz de decir que no a Mao. Es un criado que arregla lo que Mao rompe. Envía cartas afectuosas y cupones de comida a las víctimas de Mao en nombre de éste. Sólo habla para obtener perdón. A su muerte en 1976 Mao firma una orden y prohíbe que lo lloren públicamente. Sin embargo millones de personas arriesgan su vida para llenar las calles y llorarle. Personalmente lo admiro y lo compadezco.

El primer ministro Chu tiene sus oportunidades, pero opta por pasar por alto las llamadas de su conciencia y deja pasar tiempo. En los momentos de crisis, cierra los ojos a los problemas de Mao. Finge emocionarse y sigue a la multitud gritando: «¡Larga vida a la dictadura proletaria!». Durante la Revolución Cultural se hace eco de Mao. Ondea el pequeño libro rojo de citas de Mao y elogia la conducta destructiva de los guardias rojos. Soporta más allá de lo razonable. Soporta a costa de la nación. Uno no puede sino preguntarse: ¿Lo hace porque necesita el trabajo de primer ministro? ¿O vive para ser otra clase de inmortal, de los que se llevan a sí mismos al altar?

Cuando Mao le vuelve finalmente la espalda y persuade a la nación para que lo ataque, Chu abandona su puesto en silencio. Lo envían al hospital con cáncer de páncreas en fase terminal. En sus últimos momentos ruega a su mujer que recite un nuevo poema de Mao, «No hace falta echarse pedos». Mientras ella lo recita, él cierra los ojos para siempre. ¿Espera que Mao se conmueva ante tal muestra de lealtad? ¿Espera que Mao esté por fin satisfecho con que se haya ido para siempre? El pueblo chino se pregunta sobre la actuación del primer ministro. El pueblo chino se pregunta si el primer ministro abandonó este mundo en paz consigo mismo. ¿O cayó en la cuenta de que había ayudado a Mao a llevar a cabo la Revolución Cultural y a enterrar la oportunidad que tenía China de prosperar?

46
{"b":"104393","o":1}