Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

¿Cabía esperar, a esta altura, otro resultado? La burguesía industrial integra la constelación de una clase dominante que está, a su vez, dominada desde fuera. Los principales latifundistas de la costa del Perú, hoy expropiados por el gobierno de Velasco Alvarado, son además dueños de treinta y una industrias de transformación y de muchas otras empresas diversas. Otro tanto ocurre en todos los demás países, México no es una excepción: la burguesía nacional, subordinada a los grandes consorcios norteamericanos, teme mucho más a la presión de las masas populares que a la opresión del imperialismo, en cuyo seno se está desarrollando sin la independencia ni la imaginación creadora que se le atribuyen, y ha multiplicado eficazmente sus intereses [66].

En Argentina, el fundador del Jockey Club, centro del prestigio social de los latifundistas, había sido, a la vez, el líder de los industriales, y así se inició, a fines del siglo pasado, una tradición inmortal: los artesanos enriquecidos se casan con las hijas de los terratenientes para abrir, por la vía conyugal, las puertas de los salones más exclusivos de la oligarquía o compran tierras con los mismos fines, y no son pocos los ganaderos que, por su parte, han invertido en la industria, al menos en los periodos de auge, los excedentes de capital acumulados en sus manos.

Faustino Fano, que hizo buena parte de su fortuna como comerciante e industrial de textiles, se convirtió en presidente de la Sociedad Rural durante cuatro períodos consecutivos, hasta su muerte en 1967: «Fano destruyó la falsa antinomia entre el agro y la. industria, proclamaban las necrológicas que los diarios le dedicaron. El excedente industrial se convierte en vacas. Los hermanos Di Tella, poderosos industriales, vendieron a los capitales extranjeros sus fábricas de automóviles y heladeras, y ahora crían toros de cabaña para las exposiciones de la Sociedad Rural. Medio siglo antes, la familia Anchorena, dueña de los horizontes de la provincia de Buenos Aires, había levantado una de las más importantes fábricas metalúrgicas de la ciudad.

En Europa y en Estados Unidos la burguesía industrial apareció en el escenario histórico muy de

otra manera, y muy de otra manera creció y consolidó su poder.

¿QUÉ BANDERA FLAMEA SOBRE LAS MÁQUINAS?

La vieja se inclinó y movió la mano para darle viento al fuego. Así, con la espalda torcida y el cuello estirado todo enroscado de arrugas, parecía una antigua tortuga negra. Pero aquel pobre vestido roto no protegía, por cierto, como un caparazón, y al fin y al cabo ella era tan lenta sólo por culpa de los años.

A sus espaldas, también torcida, su choza de madera y lata, y más allá otras chozas semejantes del mismo suburbio de Sao Paulo; frente a ella, en una caldera de color carbón, ya estaba hirviendo el agua para el café. Alzó una latita hasta sus labios; antes de beber, sacudió la cabeza y cerró los ojos. Dijo: O Brasil é nosso (“el Brasil es nuestro”). En el centro de la misma ciudad y en ese mismo momento, pensó exactamente lo mismo, pero en otro idioma, el director ejecutivo de la Union Carbide, mientras levantaba un vaso de cristal para celebrar la captura de otra fábrica brasileña de plásticos por parte de su empresa. Uno de los dos estaba equivocado.

Desde 1964, los sucesivos dictadores militares de Brasil festejan los cumpleaños de las empresas del Estado anunciando su próxima desnacionalización, a la que llaman recuperación. La Ley 56.570, promulgada el 6 de julio de 1965, reservó al Estado la explotación de la petroquímica; el mismo día, la ley 56.571 derogó la anterior, abrió la explotación a las inversiones privadas. De esta manera, la Dow Chemical, la Union Carbide, la Phillips Petroleum y el grupo Rockefeller obtuvieron, directamente o a través de la “asociación” con el estado, el filet mignon tan codiciado: la industria de los derivados químicos del petróleo, previsible boom de la década del setenta. ¿Qué ocurrió durante las horas transcurridas entre una y otra ley? Cortinados que tiemblan, pasos en los corredores, desesperados golpes a la puerta, los billetes verdes volando por los aires, agitación en el palacio: desde Shakespeare hasta Brecht, muchos hubieran querido imaginarlo. Un ministro del gobierno reconoce: «Fuerte, en el Brasil, además del propio Estado, sólo existe el capital extranjero, salvo honrosas excepciones». Y el gobierno hace lo posible para evitar esta incómoda competencia las corporaciones norteamericanas y europeas.

El ingreso en grandes cantidades de capital extranjero destinado a las manufacturas comenzó, en Brasil, en los años cincuenta, y recibió un fuerte impulso del Plan de Metas (1957-60) puesto en práctica por el presidente Juscelino Kubitschek. Aquéllas fueron las horas de la euforia del crecimiento. Brasilia nacía, brotada de una galera mágica, en medio del desierto donde los indios no conocían ni la existencia de la rueda; se tendían carreteras y se creaban grandes represas; de las fábricas de automóviles surgía un coche nuevo cada dos minutos. La industria ascendía a gran ritmo. Se abrían las puertas, de par en par, a la inversión extranjera, se aplaudía la invasión de los dólares, se sentía vibrar el dinamismo del progreso.

Los billetes circulaban con la tinta todavía fresca; el salto adelante se financiaba con inflación y con una pesada deuda externa que sería descargada, agobiante herencia, sobre los gobiernos siguientes. Se otorgó un tipo de cambio especial, que Kubitschek garantizó, para las remesas de las utilidades a las casas matrices de las empresas extranjeras y para la amortización de sus inversiones. El Estado asumía la corresponsabilidad para el pago de las deudas contraídas por las empresas en el exterior y otorgaba también un dólar barato para la amortización y los intereses de esas deudas: según un informe publicado por la CEPAL, más del 80 por ciento del total de las inversiones que llegaron entre 1955 y 1962 provenía de empréstitos obtenidos con el aval del Estado. Es decir, que más de las cuatro quintas partes de las inversiones de las empresas derivaban de la banca extranjera y pasaban a engrosar la abultada deuda externa del Estado brasileño. Además se otorgaban beneficios especiales para la importación de maquinarias [67]. Las empresas nacionales no gozaban de estas facilidades acordadas a la General Motors o a la Volkswagen.

El resultado desnacionalizador de esta política de seducción ante el capital imperialista se manifestó: cuando se publicaron los datos de la paciente investigación realizada por el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad sobre los grandes grupos económicos de Brasil. Entre los conglomerados con un capital superior a los cuatro mil millones de cruzeiros, más de la mitad eran extranjeros y en su mayoría norteamericanos; por encima de los diez mil millones de cruzeiros, aparecían doce grupos extranjero y sólo cinco nacionales. «Cuanto mayor es el grupo económico, mayor es la posibilidad de que sea extranjero», concluyó Maurício Vinhas de Queiroz en el análisis de la encuesta. Pero tanto o más elocuente resultó que, de los veinticuatro grupos nacionales con más de cuatro mil millones de capital, apenas nueve no estaban ligados, por acciones, con capitales de Estados Unidos o de Europa, y aun así, en dos de ellos aparecían entrecruzamientos con directorios extranjeros. La encuesta detectó diez grupos económicos que ejercían un virtual monopolio en sus respectivas especialidades. De ellos, ocho eran filiales de grandes corporaciones norteamericanas.

Pero todo esto parece un juego de niños al lado de lo que vino después. Entre 1964 y mediados de 1968, quince fábricas de automotores o de piezas para autos fueron deglutidas por la Ford, Chrysler, Willys, Simca, Volkswagen o Alfa Romeo; en el sector eléctrico y electrónico, tres importantes empresas brasileñas fueron a parar a manos japonesas; Wyeth, Bristol, Mead Johnson y Lever devoraron unos cuantos laboratorios, con lo que la producción nacional de medicamentos se redujo a una quinta parte del mercado; la Anaconda se lanzó sobre los metales no ferrrosos, y. la Unión Carbide sobre los plásticos, los -productos químicos y la petroquímica; Americancan, American Machine and Foundry y otras colegas se apoderaron de seis empresas nacionales de mecánica y metalurgia; la Companhia de Mineraçao Geral, una de las mayores fábricas metalúrgicas de Brasil, fue comprada a precio de ruina por un consorcio del que participan la Bethlehem Steel, el Chase Manhattan Bank y la Standard Oil. Resultaron sensacionales las conclusiones de una comisión parlamentaria formada para investigar el tema, pero el régimen militar cerró las puertas del Congreso y el público brasileño nunca conoció estos datos [68].

вернуться

[66] Los capitalista mexicanos son cada vez más versátiles y ambiciosos. Con independencia del negocio que les haya servido de punto de partida para hacer fortuna, disponen de una fluida red de canales que a todos, o al menos a los prominentes, brinda siempre la posibilidad de multiplicar, entrelazar sus intereses a través de la amistad, la asociación en los negocios, el matrimonio, el compadrazgo, el otorgamiento de favores mutuos, la pertenencia a ciertos clubes o agrupaciones, las frecuentes reuniones sociales y, desde luego, la afinidad en sus posiciones políticas… Alonso Aguilar Monteverde, en El milagro mexicano, de varios autores, México, 1970.

вернуться

[67] Un economista muy favorable a la inversión extranjera, Eugenio Gudin, calcula que solo por este último concepto Brasil donó a las empresas norteamericanas y europeas nada menos que mil millones de dólares; Moacir Paixao ha estimado que los privilegios otorgados a la industria automovilística en el período de su implantación equivalieron a una suma igual a la del presupuesto nacional. Paulo Schilling señala (Brasil para extranjeros, Montevideo, 1966) que mientras el Estado brasileño cedía a las grandes corporaciones internacionales un aluvión de beneficios, y les permitía el máximo de ganancias con el mínimo de inversiones, al mismo tiempo negaba apoyo a la Fábrica Nacional de Motores, creada en la época de Vargas. Posteriormente, durante el gobierno de Castelo Branco, esta empresa del Estado fue vendida a Alfa Romeo.

вернуться

[68] La comisión llegó a la conclusión de que el capital extranjero controlaba, en 1968, el 40% del mercado de capitales de Brasil, el 62% de su comercio exterior, el 82% del transporte marítimo, el 67% de los transportes aéreos externos, el 100% de la producción de vehículos a motor, el 100% de los neumáticos, más del 80% de la industria farmacéutica, cerca del 50% de la química, el 59% de la producción de máquinas y el 62% de las fábricas de autopiezas, el 48% del aluminio y el 90% del cemento. La mitad del capital extranjero correspondía a las empresas de los Estados Unidos, seguidas en orden de importancia por las firmas alemanas. Interesa advertir, de paso, el peso creciente de las inversiones de Alemania Federal en América Latina. De cada dos automóviles que se fabrican en Brasil, uno proviene de la planta de la Vo1kswagen, que es la más importante de toda la región. La primera fábrica de automóviles en América del Sur fue una empresa alemana, la Mercedes-Benz Argentina, fundada en 1951. Bayer, Hoechst, BASF y Schering dominan buena parte de la industria química en los países latinoamericanos.

65
{"b":"104301","o":1}