El azúcar era el cuchillo y el imperio el asesino
«Edificar sobre el azúcar ¿es mejor que edificar sobre la arena?», se preguntaba Jean- Paul-Sartre en 1960, desde Cuba.
En el muelle del puerto de Guayabàl, que exporta azúcar a granel, vuelan los alcatraces sobre un galpón gigantesco. Entro y contemplo, atónito, una pirámide dorada de azúcar. A medida que las compuertas se abren, por debajo, para que las tolvas conduzcan el cargamento, sin embolsar, hacia los buques, la rajadura del techo va dejando caer nuevos chorros de oro, azúcar recién transportada desde los molinos de los ingenios. La luz del sol se filtra y les arranca destellos.
Vale unos cuatro millones de dólares esta montaña tibia que palpo y no me alcanza la mirada para recorrerla. Pienso que aquí se resume toda la euforia y el drama de esta zafra récord de 1970 que quiso, pero no pudo, pese al esfuerzo sobrehumano, alcanzar los diez millones de toneladas. Y una historia mucho más larga resbala, con el azúcar, ante la mirada. Pienso en el reino de la Francisco Sugar Co., la empresa de Allen Dulles, donde he pasado una semana escuchando las historias del pasado y asistiendo al nacimiento futuro: Josefina, hija de caridad Rodríguez, que estudia en un aula que antes era celda del cuartel, en el preciso lugar donde su padre fue preso y torturado antes de morir; Antonio Bastidas, el negro de setenta años que una madrugada de este año se colgó con ambos puños de la palanca de la sirena porque el ingenio había sobrepasado la meta y gritaba: «¡Carajo!», gritaba: «¡Cumplimos, carajo!», y no había quien le sacara la palanca de las manos crispadas mientras la sirena, que había despertado al pueblo, estaba despertando a toda Cuba; historias de desalojos, de sobornos, de asesinatos, el hambre y los extraños oficios que la desocupación, obligatoria durante más de la mitad de cada año, engendraba: cazador de grillos en los plantíos, por ejemplo. Pienso que la desgracia tenía el vientre hinchado, ahora se sabe.
No murieron en vano los que murieron: Amancio Rodríguez, por ejemplo, acribillado a tiros por los rompehuelgas en una asamblea, que había rechazado furioso un cheque en blanco de la empresa y cuando sus compañeros lo fueron a enterrar descubrieron que no tenía calzoncillos ni medias para llevarse al cajón, o por ejemplo Pedro Plaza, que a los veinte años fue detenido y condujo el camión de soldados hacia las minas que él mismo había sembrado y voló con el camión y los soldados.
Y tantos otros, en esa localidad y en todas las demás: «Aquí las familias quieren mucho a los mártires – me ha dicho un viejo cañero-, pero después de muertos. Antes eran puras quejas». Pienso que no resultaba casual que Fidel Castro reclutara a las tres cuartas partes de sus guerrilleros entre los campesinos, hombres del azúcar, ni que la provincia de Oriente fuera, a la vez la mayor fuente de azúcar y de sublevaciones en toda la historia de Cuba.
Me explico el rencor acumulado: después de la gran zafra de 1961, la revolución optó por vengarse del azúcar. El azúcar era la memoria viva de la humillación. ¿Era también, el azúcar un destino? ¿Se convirtió luego en una penitencia? ¿Puede ser ahora una palanca, la catapulta del desarrollo económico? Al influjo de una justa impaciencia, la revolución abatió numerosos cañaverales y quiso diversificar, en un abrir y cerrar de ojos, la producción agrícola: no cayó en el tradicional error de dividir los latifundios en minifundios improductivos, pero cada finca socializada acometió de golpe cultivos excesivamente variados. Había que realizar importaciones en gran escala para industrializar el país, aumentar la productividad agrícola y satisfacer muchas necesidades de consumo que la revolución, al redistribuir la riqueza, acrecentó enormemente. Sin las grandes zafras del azúcar, ¿de dónde obtener las divisas necesarias para esas importaciones? El desarrollo de la minería, sobre todo el níquel, exige grandes inversiones, que se están realizando, y la producción pesquera se ha multiplicado por ocho gracias al crecimiento de la flota, lo cual también ha exigido inversiones gigantes; los grandes planes de producción de cítricos están en ejecución, pero los años que separan a la siembra de la cosecha obligan a la paciencia. La revolución descubrió, entonces, que había confundido el cuchillo con el asesino. El azúcar, que había sido el factor del sudesarrollo, pasó a convertirse en un instrumento del desarrollo. No hubo más remedio que utilizar los frutos del monocultivo y la dependencia, nacidos de la incorporación de Cuba al mercado mundial, para romper el espinazo del monocultivo y la dependencia.
Porque los ingresos que el azúcar proporciona ya no se utilizan en consolidar la estructura del sometimiento [17]. Las importaciones de maquinarias y de instalaciones industriales crecieron en un cuarenta por ciento desde 1958; el excedente económico que el azúcar genera se moviliza para desarrollar las industrias básicas y para que no queden tierras ociosas ni trabajadores condenados a la desocupación. Cuando cayó la dictadura de Batista, había en Cuba cinco mil tractores y trescientos automóviles. Hoy hay cincuenta mil tractores, aunque en buena medida se los desperdicia por las graves deficiencias de organización, y de aquella flota de automóviles, en su mayoría modelos de lujo, no restan más que algunos ejemplares dignos del museo de la chatarra. La industria del cemento y las plantas de electricidad han cobrado un asombroso impulso; las nuevas fábricas de fertilizantes han hecho posible que hoy se utilicen cinco veces más abonos que en 1958. Los embalses, creados por todas partes, contienen hoy un caudal de agua setenta y tres veces mayor que el total de agua embalsada en 1958 y han avanzado con botas de siete leguas las áreas de riego. Nuevos caminos, abiertos por toda Cuba, han roto la incomunicación de muchas regiones que parecían condenadas al aislamiento eterno. Para aumentar la magra producción de leche del ganado cebú, se han traído a Cuba trozos de raza Holstein con los que, mediante la inseminación artificial, se han hecho nacer ochocientas mil vacas de cruza.
Grandes progresos se han realizado en la mecanización del corte y el alza de la caña, en buena medida en base a las invenciones cubanas, aunque todavía resultan insuficientes. Un nuevo sistema de trabajo se organiza, con dificultades, para ocupar el lugar del viejo sistema desorganizado por los cambios que la revolución trajo consigo. Los macheteros profesionales, presidiarios del azúcar, son en Cuba una especie extinguida: también para ellos la revolución implicó la libertad de elegir otros oficios menos pesados, y para sus hijos, la posibilidad de estudiar, mediante becas, en las ciudades. La redención de los cañeros ha provocado, en consecuencia, precio inevitable, severos trastornos para la economía de la isla. En 1970 Cuba debió utilizar el triple de trabajadores para la zafra, en su mayoría voluntarios o soldados o trabajadores de otros sectores, con los que se perjudicaron las demás actividades del campo y de la ciudad: las cosechas de otros productos, el ritmo de trabajo de las fábricas. Y hay que tener en cuenta, en este sentido, que en una sociedad socialista, a diferencia de la sociedad capitalista, los trabajadores ya no actúan urgidos por el miedo a la desocupación ni por la codicia. Otros motores la solidaridad, la responsabilidad colectiva, la toma de conciencia de los deberes y los derechos que lanzan al hombre más allá del egoísmo- deben ponerse en funcionamiento. Y no se cambia la conciencia de un pueblo entero en un santiamén. Cuando la revolución conquistó el poder, según Fidel Castro, la mayoría de los cubanos no era ni siquiera antiimperialista. Los cubanos se fueron radicalizando junto con su revolución, a medida que se sucedían los desafíos y las respuestas, los golpes y los contragolpes entre La Habana y Washington, y a medida que se iban convirtiendo en hechos concretos las promesas de justicia social. Se construyeron ciento setenta hospitales nuevos y otros tantos policlínicos y se hizo gratuita la asistencia social. Se construyeron ciento setenta hospitales nuevos y otros tantos policlínicos y se hizo gratuita la asistencia médica; se multiplicó por tres la cantidad de estudiantes matriculados a todos los niveles y también la educación se hizo gratuita; las becas benefician hoy a más de trescientos mil niños y jóvenes y se han multiplicado los internados y los círculos infantiles. Gran parte de la población no paga alquiler y ya son gratuitos los servicios de agua, luz, teléfono, funerales y espectáculos deportivos. Los gastos en servicios sociales crecieron cinco veces en pocos años. Pero ahora que todos tienen educación y zapatos, las necesidades se van multiplicando geométricamente y la producción solo puede crecer aritméticamente. La presión del consumo, que es ahora consumo de todos y no de pocos, también obliga a Cuba al aumento rápido de las exportaciones, y el azúcar continúa siendo la mayor fuente de recursos. En verdad, la revolución está viviendo tiempos duros, difíciles, de transición y sacrificio. Los propios cubanos han terminado de confirmar que el socialismo se construye con los dientes apretados y que la revolución no es ningún paseo. Al fin y al cabo, el futuro no sería de esta tierra si viniera regalado. Hay escasez, es cierto, de diversos productos: en 1970 faltan frutas y heladeras, ropa; las colas, muy frecuentes, no solo resultan de la desorganización de la distribución. La causa esencial de la escasez es la nueva abundancia de consumidores: ahora el país pertenece a todos. Se trata, por lo tanto, de una escasez de signo inverso a la que padecen los demás países latinoamericanos.