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Por no poner más que un ejemplo, los Estados Unidos ocuparon Haití durante veinte años y allí, en ese país negro que había sido el escenario de la primera revuelta victoriosa de esclavos, introdujeron la segregación racial y el régimen de trabajos forzados, mataron mil quinientos obreros en una de sus operaciones de represión (según la investigación del Senado norteamericano en 1922) y, cuando el gobierno local se negó a convertir el Banco Nacional en un sucursal del National City Bank de Nueva York, suspendieron el pago de sus sueldos al presidente y a sus ministros, para que recapacitaran.

Historias semejantes se repetían en las demás islas del Caribe y en toda América Central, el espacio geopolítico de Mare Nostrum del Imperio, al ritmo alternado del big stick o de «la diplomacia del dólar».

El Corán menciona al plátano entre los árboles del paraíso, pero la humanización de Guatemala, Honduras, Costa Rica, panamá, Colombia y Ecuador permite sospechar que se trata de un árbol del infierno. En Colombia, la United Fruit se había hecho dueña del mayor latifundio del país cuando estalló, en 1928, una gran huelga a la costa atlántica. Los obreros bananeros fueron aniquilados a balazos, frente a una estación de ferrocarril. Un decreto oficial había sido dictado: «Los hombres de fuerza pública quedan facultados para castigar por las armas…» y después no hubo necesidad de dictar ningún decreto para borrar la matanza de la memoria oficial del país [29]. Miguel Ángel Asturias narró el proceso de la conquista y el despojo de Centroamérica.

El papa verde era Minor Keith, rey sin corona de la región entera, padre de la United Fruit, devorador de países. «Tenemos muelles, ferrocarriles, tierras, edificios, manantiales -enumeraba el presidente-; corre el dólar se habla el inglés y se enarbola nuestra bandera…» «Chicago no podía menos que sentir orgullo de ese hijo que marchó con una mancuerna de pistolas y regresaba a reclamar su puesto entre los emperadores de la carne, reyes de los ferrocarriles, reyes del cobre, reyes de la goma de mascar [30]». En el paralelo 42 John Dos Passos trazó la rutilante biografía de Keith, biografía de la empresa: «En Europa y Estados Unidos la gente había comenzado a comer plátanos, así que tumbaron la selva a través de América Central para sembrar plátanos y construir ferrocarriles para transportar los plátanos y cada año más vapores de la Great White Flete iban hacia el norte repleto de plátanos, y esa es la historia del imperio norteamericano en el Caribe y del canal de Panamá y del futuro camnal de Nicaragua y los marines y los acorazados y las bayonetas…».

Las tierras quedaban tan exhaustas como los trabajadores: a las tierras les robaban el humus y a los trabajadores los pulmones, pero siempre había nuevas tierras para explotar y más trabajadores para exterminar. Los dictadores, próceres de opereta, velaban por el bienestar de la United Fruit con le cuchillo entre los dientes. Después, la producción de bananas fue decayendo y la omnipotencia de la empresa frutera sufrió varias crisis, pero América Central continúa siendo, en nuestros días, un santuario del lucro para los aventureros aunque el café, el algodón y el azúcar hayan derribado a los plátanos de su sitial de privilegio. En 1970 las bananas son la principal fuente de divisas para honduras y Panamá y, en América del Sur, para Ecuador. Hacia 1930 América Central exportaba 38 millones anuales de racimos y la United Fruit pagaba a Honduras un centavo de impuesto por cada racimo. No había manera de controlar el pago del mini impuesto (que después subió un poquito), ni la hay, porque aún hoy la United Fruit exporta e importa lo que se le ocurre al margen de las aduanas estatales. La balanza comercial y la balanza de pagos del país son obras de ficción a cargo de los técnicos de imaginación pródiga.

La crisis de los años treinta: «Es un crimen más grande matar a una hormiga que a un hombre»

El café del mercado norteamericano, de su capacidad de consumo y de sus precios; las bananas eran un negocio norteamericano y para norteamericanos. Y estalló, de golpe, la crisis de 1929. El crack de la Bolsa de Nueva York, que hizo crujir los cimientos del capitalismo mundial, cayó en el Caribe como un gigantesco bloque de piedra en un charquito. Bajaron verticalmente los precios del café y de las bananas, y no menos verticalmente descendió el volumen de las ventas. Los desalojos campesinos recrudecieron con violencia febril, el desempleo cundió en el campo y en las ciudades, se levantó una oleada de huelgas; se abatieron bruscamente los créditos, las inversiones y los gastos públicos, los sueldos de los funcionarios del estadio se redujeron casi a la mitad en Honduras, Guatemala y Nicaragua. El equipo de dictadores llegó sin demora para aplastar las tapas de las marmitas; se abría la época de la política de la Buena Vecindad en Washington, pero era preciso contener a sangre y fuego la agitación social que, por todas partes, hervía. Alrededor de veinte años – unos más, otros menos- permanecieron en el poder Jorge Ubico en Guatemala, Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador, Tiburcio Carías en Honduras y Anastasio Souza en Nicaragua.

La epopeya de Augusto César Sandino conmovía al mundo. La larga lucha del jefe guerrillero de Nicaragua había derivado a la reivindicación de la tierra y levantaba en vilo la ira campesina. Durante siete años, su pequeño ejército en harapos peleó, a la vez, contra los doce mil invasores norteamericanos y contra los miembros de la guardia nacional. Las granadas se hacían con latas de sardinas llenas de piedras, los fusiles Springfield se arrebataban al enemigo y no faltaban machetes; el asta de la bandera era un palo sin descortezar y en vez de botas los campesinos usaban, para moverse en las montañas enmarañadas, un atira de cuero llamada caite. Con música de Adelita, los guerrilleros cantaban

En Nicaragua, señores,

le pega el ratón al gato

Ni el poder de fuego de la Infantería de Marina ni las bombas que arrojaban los aviones resultaban suficientes para aplastar a los rebeldes de Las Segovias. Tampoco las calumnias que derramaban por el mundo entero las agencias informativas. Associated Press y United Press, cuyos corresponsales en Nicaragua eran dos norteamericanos que tenían en sus manos la aduana del país. En 1932, Sandino presentía: «Yo no viviré mucho tiempo». Un año después, el influjo de la política norteamericana de la Buena Vecindad, se celebraba la paz. El jefe guerrillero fue invitado por el presidente a una reunión decisiva en Managua. Por el camino cayó muerto en una emboscada. El asesino, Anastasio Somoza, sugirió después que la ejecución había sido ordenada por el embajador norteamericano Arthur Bliss Lane. Somoza, por entonces jefe militar, no demoró mucho en instalarse en el poder. Gobernó Nicaragua durante un cuarto de siglo y luego sus hijos recibieron, en herencia, el cargo. Antes de cruzarse el pecho con la banda presidencial, Somoza se había condecorado a sí mismo con la Cruz del valor, la medalla de Distinción y, la medalla Presidencial al Mérito. Ya en el poder, organizó varias matanzas y grandes celebraciones, para las cuales disfrazaba de romanos, con sandalias y cascos, a sus soldados; se convirtió en el mayor productor de café del país, con 46 fincas, y también se dedicó a la cría de ganado en otras 51 haciendas. Nunca le faltó tiempo, sin embargo, para sembrar también el terror. Durante su larga gestión de gobierno, no pasó, la verdad sea dicha, mayores necesidades, y recordaba con cierta tristeza los años juveniles, cuando debía falsificar monedas de oro para poder divertirse.

También en El Salvador estallaron las tensiones como consecuencia de la crisis. Casi la mitad de los obreros bananeros de Honduras eran salvadoreños y muchos fueron obligados a retornar a su país, donde no había trabajo para nadie. En la región de Izalco, se produjo un gran levantamiento campesino en 1932, que se propagó rápidamente a todo el occidente del país. El dictador Martínez envió a los soldados, con equipos modernos, a combatir contra los «bolcheviques». Los indios pelearon a machete contra las ametralladoras y el episodio se cerró con diez mil muertos. Martínez, un brujo vegetariano y teósofo, sostenía que «es un crimen más grande matar a una hormiga que a un hombre, porque el hombre al morir reencarna, mientras que la hormiga muere definitivamente». Decía que él estaba protegido por «legiones invisibles» que le daban cuenta de todas las conspiraciones y mantenía comunicación telepática directa con le presidente de los Estados Unidos.

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[29] Éste es el tema de la novela de Álvaro Cepeda Samudio, La casa grande (Buenos Aires, 1967), y también integra uno de los capítulos de Cien años de soledad (Buenos Aires, 1967) de Gabriel García Márquez: “Seguro que fue un sueño”, insistían los oficiales.

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[30] El ciclo comprende las novelas Viento Fuerte, El papa verde y Los ojos de los enterrados, trilogía publicada en Buenos Aires en la década del 50. En Viento fuerte, uno de los personajes, Mr. Pyle, dice proféticamente: “Si en lugar de efectuar nuevas plantaciones, nosotros compramos a los productores particulares su fruta, se ganará mucho hacia el futuro”. Esto es lo que actualmente ocurre eb Guatemala: la United Fruti ¾ahora United Brands¾ ejerce su monopolio bananero a través de mecanismos de comercialización, más eficaces y menos riesgosos que la producción directa. Cabe notar que la producción de bananas cayó verticalmente en la década del sesenta, a partir del momento en que la United Fruti decidió vender y/o arrendar sus plantaciones de Guatemala, amenzadas por los hervores de la agitación social.

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