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– ¿No te vi en el entierro de Bobby? -pregunté.

– Tú sabrás. Yo sí te vi a ti. -Sus ojos se posaron en los míos con una expresión que me desconcertó. ¿Dónde había visto yo antes aquel color? En una piscina donde flotaba un cadáver igual que un nenúfar. Había sido cuatro años antes, en el curso de una de mis primeras investigaciones.

– Siéntate ahí si es que tienes tiempo para sentarte. -Pronunció las dos fiase seguidas, sin respirar, conteniendo el humo de la droga en los pulmones.

Miré a mi alrededor y vi una silla plegable, de madera, vieja ya, que arrastré hasta la puerta. Saqué del bolso el cuaderno de direcciones y le enseñé lo que había escrito en la parte interior de la cubierta trasera.

– ¿Sabes de quién puede ser? No es un teléfono de aquí. Miró el número escrito a lápiz y me dirigió una mirada.

– ¿Has probado a llamar?

– Claro. También llamé al único Blackman que hay en la guía. Tiene el teléfono desconectado. ¿Por qué? ¿Sabes de quién se trata?

– El número me suena, pero no es un teléfono. Lo que pasa es que Bobby no puso el guión.

– ¿Qué guión? No entiendo.

– Las dos primeras cifras corresponden al Hospital Provincial de Santa Teresa. Las cinco últimas son el código de depósito de cadáveres. Es el número de identificación de un cadáver que tenemos almacenado. Ya te conté que tenemos un par desde hace años. El tuyo se llama Franklin.

– Pero ¿por qué pone aquí Blackman?

Me sonrió y dio una chupada larga al canuto antes de contestar.

– Blackman significa "negro", ¿no? Franklin es de raza negra. Una broma de Bobby, seguramente.

– ¿Estás seguro?

– Totalmente. Si no me crees, compruébalo tú misma.

– Creo que Bobby buscaba una pistola en el hospital antiguo. ¿Se te ocurre por dónde pudo haber empezado la búsqueda?

– No. El hospital es muy grande. Tiene que haber unas ochenta o noventa habitaciones que nadie utiliza desde hace años. Pudo empezar por cualquier sitio. Probablemente aprovecharía el turno que tuviese. Mientras nadie le echara en falta, tenía el edificio entero a su disposición.

– Bien. Supongo que tendré que hacer lo mismo, sólo que a marchas forzadas. Gracias por tu cooperación.

– A mandar.

Volví al despacho. Kelly Borden me había dicho que un joven llamado Alfie Leadbetter estaría en el depósito, en el turno de tres a once. Era amigo suyo y me dijo que le llamaría antes para decirle que iba a ir yo.

Cogí la máquina de escribir y puse en limpio algunas notas. ¿Qué pasaba allí? ¿Qué tenía que ver el cadáver de un negro con el asesinato de Dwight Costigan y con el chantaje sufrido por la que había sido su mujer?

Sonó el teléfono y lo cogí como una autómata, totalmente concentrada en aquel asunto.

– ¿Sí?

– ¿Kinsey?

– Yo misma.

– Pensé que era otra persona. Soy Jonah. ¿Siempre respondes así?

Presté atención.

– Disculpa, chico. ¿Qué puedo hacer por ti?

– Me he enterado de algo y pensé que podía interesarte. ¿Recuerdas el accidente aquel de Callahan?

– Desde luego. ¿Qué has sabido?

– He estado hablando con el tipo que trabaja en Tráfico y me ha dicho que los del laboratorio han revisado el coche esta misma tarde. Los cables del freno se cortaron con un tajo limpísimo. Han pasado el asunto a Homicidios.

Vi el mismo relámpago en dos tiempos que había visto mentalmente hacía apenas unos minutos, al enterarme por fin de lo que significaba el apellido Blackman.

– ¿Qué has dicho?

– Que a tu amigo Bobby Callahan lo mataron -dijo Jonah sin impacientarse-. Los cables del freno se habían cortado, lo que significa que se salió todo el líquido, lo que significa a su vez que chocó contra un árbol porque no pudo frenar al tomar la curva.

– Creía que la autopsia había puesto de manifiesto que se trataba de un ataque.

– Puede que lo sufriera al darse cuenta de lo que pasaba. Que yo sepa, una cosa no contradice la otra.

– Sí, tienes razón. -Durante unos segundos me limité -a dar resoplidos en el oído de Jonah-. ¿Cuánto se tarda?

– ¿En qué? ¿En cortar los cables del freno o en esperar a que se salga todo el líquido?

– Bueno, ahora que lo dices, las dos cosas.

– En cortar los cables, supongo que unos cinco minutos. No es complicado, si sabes dónde están. Lo otro, depende. Probablemente estuvo un rato al volante y pisaría el freno un par de veces. Puede que lo pisara por tercera vez, pero antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, bumba, el hostión y al carajo.

– Por lo tanto, quien lo hiciese tuvo que hacerlo aquella misma noche, ¿no?

– Por fuerza. Callahan no habría podido ir muy lejos.

Guardé silencio mientras pensaba en el mensaje que me había dejado Bobby en el contestador automático. Aquella noche había visto a Kleinert. Además, recordaba que Kleinert me lo había comentado.

– ¿Sigues ahí?

– Estoy hecha un lío, Jonah -dije-. El caso empieza a resolverse y yo sigo sin saber qué pasa.

– ¿Quieres que vaya a verte y lo discutimos?

– No, aún no. Ahora prefiero estar sola. Te llamaré en otro momento, cuando sepa algo más.

– De acuerdo. Sabes el número de mi casa, ¿no?

– Repítemelo -dije y tomé nota.

Júrame -dijo- que no cometerás ninguna tontería.

– Pero ¿cómo quieres que sepa si cometo o no una tontería? -dije-. Ni siquiera sé qué es lo que ocurre. Además, las tonterías son tonterías después de cometerlas. Yo siempre creo que es inteligente todo lo que se me ocurre.

– Vete al cuerno, sabes muy bien a qué me refiero.

Me eché a reír.

– Tienes razón. Lo sé. En serio, te llamaré si pasa algo. Mi principal objetivo en la vida es tener el culo a cubierto, de verdad.

– Está bien -dijo de mala gana-. Me tranquiliza oírtelo decir, pero no te creo.

Nos despedimos, colgó y me quedé con la mano en el auricular.

Marqué el número de Glen. Me pareció que tenía derecho a conocer las últimas noticias, y no estaba segura de que la policía tuviese interés en ponerla al corriente, sobre todo porque por el momento estaban tan capacitados como yo para dar explicaciones.

Se puso al habla y le conté cómo estaban las cosas, sin omitir lo del apellido Blackman que figuraba en el cuaderno de Bobby. No tuve más remedio que detallarle lo que sabía acerca del chantaje. Hostia, ¿y por qué no? No era momento de guardar secretos. Glen sabía ya que Nola y Bobby eran amantes. Del mismo modo podía comprender lo que Bobby había hecho por ayudar a Nola. Incluso me tomé la libertad de decirle que Sufi estaba por medio, aunque aún no estaba segura. Sospechaba que había sido una especie de intermediaria que había pasado mensajes de uno y otro, y que quizás había dado consejos a Bobby en los momentos en que la impaciencia juvenil entraba en conflicto con la pasión.

Estuvo callada durante un momento, igual que yo al hablar con Jonah.

– ¿Qué va a pasar ahora?

– Hablaré mañana con los de Homicidios y les contaré todo lo que sé. Entonces podrán encargarse del caso.

– Tenga cuidado mientras -dijo.

– No se preocupe.

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