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– No muy bien. Creo que paso aquí arriba demasiado tiempo. Sin hacer nada. Esperando a Bobby. -Su mirada se encontró con la mía-. No en sentido literal, por supuesto. Soy demasiado cerebral para creer en el retorno de los muertos.

Pero creo que hay algo más, algo que no puede desaparecer tan fácilmente. ¿Sabe a qué me refiero?

– No. No del todo.

Se quedó mirando al suelo, como quien consulta con sus voces interiores.

– En parte es un sentimiento de traición, supongo. Yo era una mujer valiente y hacía todo lo que se esperaba de mí. Era una actriz y ahora quiero que se me pague por ello. Pero la única recompensa que me atrae es recuperar a Bobby. Por eso espero. -Paseó la mirada por el cuarto como si estuviera haciendo fotos. A pesar del contenido emocional de sus palabras me parecía demasiado abatida. Decía cosas humanas, pero de un modo mecánico-. ¿Ve eso?

Seguí la dirección de su mirada. En la alfombra blanca aún se distinguían las pisadas de Bobby.

– No quiero que limpien este cuarto -prosiguió-. Sé que es ridículo. No quiero convertirme en una de esas mujeres asustadizas que erigen altares a los muertos y lo conservan todo como estaba. Pero tampoco quiero borrar su presencia. No quiero que desaparezca como si tal cosa. Ni siquiera tengo ganas de revolver sus enseres.

– No hay ninguna necesidad de hacer nada todavía, ¿no cree?

– No. Supongo que no. No sé qué haré con la habitación de todos modos. En la casa hay docenas y todas vacías. Otra cosa sería que tuviese necesidad de transformarla en estudio o en cuarto de costura.

– Lo fundamental es no abandonarse.

– No se preocupe. Sé bastante de esas cosas. El dolor es una enfermedad para la que no hay curación. Lo que me preocupa es que me doy cuenta de que en cierto modo me seduce. Sufro, pero el sufrimiento por lo menos hace que me sienta cerca de él. De tarde en tarde advierto que estoy pensando en otras cosas y me siento culpable. No sufrir se me figura una deslealtad, incluso olvidar por un instante que ha muerto se me figura una deslealtad.

– No sea cruel consigo misma y no sufra más de lo que es justo -dije.

– Es lo que intento hacer poco a poco. Cada día me lamento una pizca menos. Como cuando se quiere dejar el tabaco. Mientras tanto finjo que soy una persona íntegra y cabal; pero no lo soy. Ojalá se me ocurriera algún remedio. Señor, Señor, no debería darle tantas vueltas. Me siento como quien ha sufrido un ataque al corazón o una operación vital. No hago más que hablar de ello, de lo que me ocurre a mí. -Volvió a hacer una pausa, transcurrida la cual pareció recordar que existían la educación y los buenos modales-. ¿Qué ha estado usted haciendo?

– Esta mañana he ido al St. Terry para ver a Kitty.

– ¿Sí? -Su expresión delataba una falta de interés total.

– ¿No podría usted ir a verla?

– No, nunca. En primer lugar, me da rabia que ella esté viva y Bobby no. Además, me enfurece que Bobby le haya dejado ese montón de dinero. Desde mi punto de vista, es acaparadora, autodestructiva, manipuladora… -Se interrumpió y estuvo en silencio unos instantes-. Disculpe. No quería ser tan impulsiva. Nunca me ha gustado esa chica. Y el que ahora esté en apuros no cambia las cosas. Ella es la única responsable de lo que le ocurre. Pensaba que siempre habría alguien dispuesto a echarle una mano, pero no voy a ser yo. Y Derek no es capaz de hacerlo.

– Me han dicho que se ha ido de casa.

Se removió con inquietud.

– Tuvimos una pelea sonada. No acababa de irse y tuve que llamar a uno de los jardineros. Siento por él un gran desprecio. Me asquea pensar que durante todos estos años ha dormido en mi cama. Y no sé qué es peor, haber suscrito esa póliza asquerosa a nombre de Bobby o que carezca de la menor sensibilidad para darse cuenta de lo vil de su proceder.

– ¿Podrá cobrarla?

– El se figura que sí, pero yo tengo intención de impugnarla cláusula por cláusula. Ya he puesto sobre aviso a la compañía de seguros y me he puesto en contacto con un bufete de Los Ángeles. Quiero que desaparezca de mi vida.

Me trae sin cuidado el precio que tenga que pagar, aunque cuanto menos me robe, mejor. Por suerte firmamos un contrato matrimonial, aunque me ha dicho que lo recusará si yo recuso el cobro de la póliza.

– Se preparan ustedes para una guerra en serio, ¿eh?

Se frotó la frente con cansancio.

– Fue horrible. Llamé a Varden para ver si podía solicitar una orden de embargo contra él. Es una suerte que no hubiera una pistola en la casa, de lo contrario uno de los dos estaría muerto ahora.

Guardé silencio.

Pasado un rato, pareció recuperarse.

– No quería exaltarme tanto. Tiene que parecerle una locura todo lo que le digo. En fin. Ya basta. No creo que haya venido usted para oírme despotricar. ¿Le apetece un café?

– No, gracias. Sólo quería saber cómo se encontraba y ponerla al corriente. Se trata de Bobby, en un noventa por ciento, o sea que si no quiere que hablemos de ello ahora puedo volver en otra ocasión.

– No, no, adelante. Así podré pensar en otra cosa. Quiero que averigüe usted quién lo mató. Creo que es el único consuelo que soy capaz de concebir. ¿Qué ha descubierto hasta ahora?

– No mucho. Estoy reconstruyendo el caso pieza por pieza, pero en el fondo no estoy segura del material que obra en mi poder. Es posible, por ejemplo, que alguien me haya mentido, pero no puedo afirmarlo con certeza porque desconozco la verdad.

– Entiendo.

Titubeé, extrañamente a hacerla partícipe de mis conjeturas. Especular sobre el pasado de Bobby se me antojaba un entrometimiento, y de muy mal gusto ponerme a hablar de los detalles de su vida privada con una mujer que hacía esfuerzos sobrehumanos por superar la conmoción que le había producido su muerte.

– Creo que Bobby estaba liado con una mujer.

– No es una novedad. Recuerdo que yo misma le dije que salía con no sé quién.

– No me refiero a esa mujer. Me refiero a Nola.

Se me quedó mirando de hito en hito, como aguardando la coletilla del chiste.

– No habla usted en serio.

– Por lo que sé, Bobby se veía con una mujer de la que acabó enamorándose. Ese fue el motivo principal de que rompiera con Carrie St. Cloud. Tengo razones para creer que se trataba de Nola Fraker, pero aún debo comprobarlo.

– No me gusta esto. Espero que no sea verdad.

– No sé qué más decirle. A mí me parece que encaja.

– ¿No dijo usted el otro día que estaba enamorado de Kitty?

– Puede que "enamorado" no sea la palabra exacta. Creo que la quería mucho. Lo cual no significa que obrase en consecuencia. Ella dice que entre ellos no había nada y me siento inclinada a creerle. Si hubieran tenido una relación sexual, estoy segura de que usted habría sido la primera en saberlo, aunque sólo hubiera sido por el factor sorpresa. Ya sabe usted cómo es Kitty. Está confusa, aún tiene que madurar mucho, y Bobby sabía muy bien cuál era la actitud de usted hacia ella. En cualquier caso, lo que Bobby sintiera por Kitty no habría impedido la intervención de otra mujer.

– Pero Nola está felizmente casada. Ella y Jim han estado aquí docenas de veces. Nunca hubo el menor indicio de que hubiera nada entre ella y Bobby.

– Usted se limita a manifestarme su opinión, Glen, pero así es como ocurren estas cosas. Usted tiene una aventura clandestina. Usted y su amante coinciden en el mismo acontecimiento social y se comportan con educación, con distancia, como si nada hubiera entre ustedes… aunque tampoco hay que exagerar porque llamaría la atención. Se rozan la mano junto a la ponchera, se miran furtivamente de un extremo a otro de la sala. Es un juego muy excitante del que luego, cuando se reencuentran en la cama, se ríen como niños que se la han pegado a los adultos.

– Pero ¿por qué Nola? Es ridículo.

– A mí no me lo parece. Es una mujer hermosa. Puede que se encontraran por casualidad y surgiese el flechazo de pronto. O puede que se estuvieran viendo durante años. Es muy probable que comenzara el verano pasado, porque no creo que Bobby estuviera relacionado a la vez con ella y con Carrie durante mucho tiempo. En ningún momento me pareció el típico galán que tiene dos amantes a la vez.

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